CONSECUENCIAS DOLOROSAS

 


Génesis 9:20-21  “Entonces Noé comenzó a labrar la tierra, y plantó una viña. Y bebió el vino y se embriagó, y se desnudó en medio de su tienda”


La mayoría de las veces no nos ponemos a pensar en las consecuencias que tendrán nuestros actos.  No visualizamos a largo plazo los dolorosos resultados de nuestras acciones presentes.


Adulterios que empezaron con un pequeño flirt con una compañera de trabajo o en la misma congregación.  Una palabra amable con matices insinuantes.  Una mirada de soslayo que dijo más que mil palabras.  Un “inocente” toque de manos o de brazo durante un servicio de adoración al Señor dado a la señorita que se sentó a nuestro lado aquel Domingo pero que dejó en ella una sensación erótica que antes no conocía.


Vicios que se desarrollan durante la niñez y que en la edad adulta nos es imposible de abandonar por más oraciones y entregas de fe que hagamos en el Altar de Dios. Costumbres que llevamos escondidas durante mucho tiempo dentro de nosotros y que imaginábamos que ya no estaban allí, hasta que algo las hace reaccionar y nos envuelven en una vorágine de pecados ocultos que nos avergüenzan y nos humillan.


Deseos ocultos por la religión y que pensábamos que estaban muertos pero cuando hay una acción pecaminosa se despiertan como un gigante que estuvo dormido haciéndonos añicos cuando nos hace doblar las rodillas y nos deja despedazados por dentro.


Pecados que nunca -como Pedro-, creíamos que no éramos capaces de cometer pero que sin darnos cuenta caímos tan bajo que no nos explicamos cómo pudo suceder. Nos preguntamos como es posible que personas de Biblia, personas que adoramos al Señor con todo nuestro corazón fuimos capaces de hacer tal cosa. 


Son las cosas del ser humano. Como lo expresó Pablo: ¡Miserable hombre de mi! ¿Quien me apartará de este cuerpo de muerte? ¿De este cuerpo que me mata la fe, me mata la confianza en mí mismo, me mata la alegría de vivir un día en santidad?


Si, es cierto, hemos dejado muchas cosas, pero ese fondo que de pronto sale a flote como los icebergs que están escondidos dentro de las aguas del mar sin darnos cuenta nos vemos haciendo o diciendo cosas que pensábamos no existían dentro de nosotros.  Años y años de estar engañados haciéndonos creer que ya estábamos terminados según la Obra del Espíritu Santo y de pronto nos vemos envueltos en esa niebla de pecado que nos asombra y nos hace saber que no hemos dejado todo lo que pensábamos.  Que aún hay trabajo que hacer dentro de nosotros, que todavía necesitamos la ayuda del Señor y su paciencia y amor para mantenernos vivos. 


Cien años ha pasado Noé fabricando el arca. Cien años ocupado en las cosas del Reino de Dios. Cien años predicando a los gentiles que pronto llegaría un diluvio y que el que no estuviera preparado sería ajusticiado por las aguas del juicio. Cien años dando testimonio de que era un siervo del Señor al servicio de su Trono y Reinado.


Cien años soportando burlas por su fe, soportando insultos y palabras hirientes que penetraban ardientemente en su interior pero que lo fortalecían para seguir en el Camino que Dios le había marcado.  Cien años enseñando a sus hijos la fe en su Dios.


Cien largos y dolorosos años de privarse de los placeres del mundo. La Biblia dice que era un hombre intachable, puro y sin contaminación alguna en su corazón. Cien años demostrando que cuando se quiere ser santo se puede ser santo.

Pero… ¡un momento! Cuando baja del arca algo sucede. Bajar del arca era bajar del Cielo. Bajar del lugar de reunión con Dios en donde cada día quizá intercambiaban ideas, planes para el futuro, programas que desarrollar, lugares a donde ir y llevar la Palabra de salvación, hacer planes para alcanzar más almas, para repoblar la tierra y darle un sentido más puro a las nuevas razas que nacerían de sus hijos.


Pero no fue eso lo que sucedió. Porque la bipolaridad del hombre se manifestó nuevamente. Después de haber hecho un altar al Señor por haberlos salvado a él y su familia junto a los animales, lo siguiente que hace Noé es sembrar la tierra. Y sembró una viña. Y la viña produjo frutos. Y los frutos fueron procesados y se hizo el vino. ¿Vemos el proceso de la caída de Noé? No fue de la noche a la mañana. Fueron días, estaciones, temporadas. Una mirada aquí, otra mirada allá. Una sonrisa por un día, otra en otra ocasión. 


Y bebió del vino. Se emborrachó y se quedó dormido como un vulgar y callejero borracho. ¿Ciento y pico de años consagrado al Señor para terminar de esta manera? ¿Y qué de los días de consagración y santidad mientras estuvo en el Arca? La respuesta es clara: Todo lo que hagamos por confiar en los frutos de la tierra será terrenal. Y la Biblia lo enseña: Lo terrenal es diabólico, satánico, carnal. 

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