VÍCTIMAS INOCENTES

 Génesis 3:21 “Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió”


Todo estaba tranquilo en el huerto. Una suave brisa soplaba entre las ramas de los árboles que adornaban el paisaje. Un riachuelo cristalino y prístino adornaba el ambiente con su suave música al discurrir por el sendero que lo llevaba a formar otros afluentes. 


En los árboles, las aves cantaban sus cantos puros y bellos para alegrar el ambiente que reinaba en ese hermoso lugar.


Rayos tibios de sol penetraban el follaje y hacía sentir una temperatura agradable que no molestaba en lo más mínimo el ambiente cálido y delicioso que rodeaba el lugar que Dios había escogido para que el hombre, su creación favorita, viviera y se mantuviera en contacto con Él.  De tanto en tanto, Dios se presentaba en ese lugar para platicar con el hombre que había creado para declararle sus misterios y enseñarle cómo debía ser su vida en la tierra que le estaba entregando.


Unos corderos pastaban tranquilamente en un lugar en donde el pasto crecía en abundancia. Estaban tranquilos porque hasta ese momento no tenían depredadores que amenazaran su existencia. Eran los corderos que Dios había creado para alegrar la vista de su único habitante hasta ese momento. Eran para el deleite de Adán, el hijo de Dios.


Pasaba el tiempo y todo estaba tranquilo en aquel idílico lugar. Nada ni nadie molestaba ni estorbaba la paz del Huerto. Todos sus habitantes del reino animal estaban al unísono conectados con su Creador. El hombre se paseaba tranquilo observando, aprendiendo y disfrutando de todo lo que le pertenecía. Una paz inmensa reinaba en ese ambiente perfecto.


Hasta que sucedió algo horrendo: Dos corderos cayeron bajo el fuego de un rayo que de algún lugar había sido enviado sobre ellos. Inexplicablemente, sin saber cómo y por qué, esos dos inocentes animalitos fueron sacrificados por la Mano Poderosa de Dios que tenía que hacer algo con sus pieles: cubrir un pecado. Un pecado que jamás debió haberse cometido. Esas dos víctima inocentes sirvieron para pagar el precio de la imprudencia de los habitantes que ahora eran dos: Adan y su esposa Eva.  Dos inocentes criaturas de Dios que tuvieron que ser sacrificadas y despellejadas para que con sus pieles, la pareja fuera vestida y que cubrieran su desnudez.


Por primera vez, el Huerto sintió la presencia del dolor. Entró la muerte para unos inocentes habitantes del lugar en donde Dios había puesto su espacio de reunión.  Era el hogar perfecto para que sus criaturas vivieran en armonía con Él. Ahora era un lugar cerrado, sellado y sin la santidad y perfección que Dios había soñado para su creación.


Dos inocentes criaturas pagaron el precio del engaño.  Dos inocentes corderos perdieron la vida para que dos personas pudieran vivir. Fue el presagio de lo que siglos más adelante se repetiría una vez más cuando llegara el tiempo en que apareciera el Cordero de Dios.


¿Le suena conocida esta historia? 


Estoy hablando de los padres, hombres o mujeres que a causa de la imprudencia de su vida carnal, de sus costumbres mundanas, de su alejamiento de los mandamientos de Dios sacrifican la vida inocente de sus hijos al dedicarse a darse gusto con su salario, comprando cosas que no necesitan, artículos de lujo que aún no es tiempo que tengan, pero que imprudentemente lo hacen quedando endeudados por muchos años, sacrificando el bienestar de sus pequeños a quienes tienen que negarles no solo sus privilegios de niños sino también su sustento diario.  Víctimas inocentes de padres que no saben vivir con lo que Dios les ha dado pero que desean más y más hasta que se hunden en problemas financieros y sus pequeños tienen que quedarse sin estudios, sin sus matrículas escolares, sin sus útiles en donde aprender las ciencias, y que muchas veces, tienen que salir a la calle a mendigar un pedazo de pan porque en sus mesas falta de todo. 


Víctimas inocentes que no saben lo que es estrenar ropa nueva porque siempre visten de lo que alguien les regala. Juguetes inventados en las cuadras de sus barrios. Vidas paupérrimas porque el dinero que les pertenecía, sus padres lo usan para pagar sus vicios y desviaciones. 


Es el pecado del Huerto. En donde se repite una vez tras otra de personas que van a la Iglesia los domingos pero de lunes a sábado se dedican a vivir “la vida loca” sin pensar en las consecuencias de las víctimas que pagarán el precio a su vida imprudente: sus hijos. 


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