ENFERMOS


Juan 11:1 “Estaba entonces enfermo uno llamado Lázaro…”


Marta y María le mandan a avisar a Jesus -su amigo del alma-, que su hermanito está enfermo.  Y en esta historia suceden cosas que a simple vista no se entienden. Por ejemplo, cuando Jesus no llega cuando lo llaman. Cuando espera que pasen cuatro días desde la muerte para hacer acto de presencia. Cuando llora por su amigo que esta sufriendo la oscuridad de la tumba.


Pero hay un detalle muy importante en esta historia: Jesus llegó. No importa si ya habían pasado cuatro días, cuatro semanas o cuatro años.  Mi esposa lleva esperando por un milagro desde hace 15 años y todavía no ha perdido la fe y la esperanza de recibirlo.  ¿Por qué Jesus se ha tardado tanto tiempo en responder? No lo se. No me lo pregunten porque esa respuesta no la tengo.


Como Marta y María tampoco tenían la respuesta a la tardanza de Jesus. Él decía amarlas a ellas, decía amar a su hermano Lázaro, pero resulta que cuando le avisan que está enfermo no llegó a mostrarles su amor. Vaya usted a saber por qué. Aunque, a decir verdad, ahora que han pasado un poco más de dos mil años de ese evento, ya sabemos cual fue la razón. Y podemos decir que Jesus tenía razón para tal tardanza. Bueno, no estoy descubriendo el agua azucarada. Él nos lo dijo de esta manera: “Las cosas que yo hago ahora no las entienden, pero las entenderán después”.  Y ese después es ahora. Ahora ya sabemos por qué se tardó tanto en llegar a la casa de sus amigas allá en Betania.


El problema es que no sabemos por qué se tarda tanto con nosotros. Quizá porque estamos fuera de Betania o porque son otros tiempos. Pero nos sucede lo mismo que a las hermanas. Ellas estaban desesperadas porque Jesus no llegaba a auxiliarlas. Lo mismo hacemos nosotros. Aunque ya vimos en la historia que Jesus sí llegó y resolvió el problema de Lazaro, aun seguimos dudando que pueda resolver el nuestro. 


Entonces se me ocurre una idea literaria: ¿Que tal si en vez de ponerle un aviso a Jesus como lo hizo el escritor Juan, ponemos nuestros nombres?


“Una mujer llamada Julia estaba a punto de abandonar su hogar”


“Un padre llamado Roberto estaba a punto de irse al norte”


“Una madre llamada Andrea estaba a punto de firmar el divorcio”


“Un joven llamado Antonio estaba a punto de entrar en las pandillas”


“Un hombre llamado Alfredo estaba a punto de entrar al banco a pedir un préstamo”


“Un pastor llamado Carlos estaba a punto de dejar el ministerio”


Y podríamos seguir pero no quiero profetizar.  Porque así como Juan nos introduce en la historia de Lázaro que estaba enfermo y al final murió, así pasa con nuestras historias. Estamos a punto de cometer el mayor error de nuestras vidas en donde vamos a quedar enterrados en la tumba de las deudas y queremos que Jesus llegue con el dinero en la mano para evitar que lo hagamos. Pero no lo hace. Y nos entierran en un montón de papeles que tenemos que firmar y luego pasaremos los siguientes diez años pagando lo que ya nos comimos. 


O alguien en nuestra casa cayó bajo el flagelo de una emergencia médica y tenemos que tomar una decisión: O esperamos que el Señor haga el milagro de sanidad que tanto necesitamos o nos arriesgamos a ir al hospital en donde nos piden una buena cantidad de dinero para ingresar a nuestro enfermo. Curioso, ¿verdad? No le han puesto ni una mirada encima al enfermo y ya nos están cobrando una entrada.  Así es el mundo en el que vivimos.


Y es cuando, como Marta y María, le ponemos un WhatsApp a Jesus para que acuda en nuestra ayuda. Pero no llega. Y caemos en el abismo de las dudas. Pasa el tiempo, la UCI es cara, los doctores son caros, los honorarios están por las nubes y nuestro enfermo cada vez se pone peor. 


Hasta que sucede algo: De pronto los monitores cambian su diagnóstico. Los doctores se asombran. El departamento de contabilidad del hospital sufre un colapso. La cuenta baja considerablemente, el banco avisa que alguien depositó una ofrenda a su cuenta y usted respira aliviado. Su enfermo sale de esa tumba llamada UCI, sale brincando, quizá adolorido por el tiempo en cama, con huellas en sus brazos por las inyecciones y un par de moretes en las caderas, pero sano. Sano totalmente. Entonces nos damos cuenta que Jesus sí llegó. No cundo queríamos sino cuando Él quiso. Y cumplió su Palabra: Yo estaré con ustedes todos los días. Incluyendo ese día tan feo que nos llegó en algún momento. Jesus llega, mis amigos.

 

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