LA PANDEMIA
Bueno, se ha hablado mucho de la famosa pandemia. Incluso se está empezando a utilizar el término pos-pandemia, antes de la pandemia y otros para indicarnos que la famosa pandemia hizo estragos en nuestras vidas, nuestras agendas y nuestras familias.
Yo no quiero tocar el tema desde el punto de vista ni científico -porque no lo soy-, tampoco desde la óptica de lo económico porque tampoco soy economista.
Me dedico a la familia.
Y, como estudioso del tema, mi interés en estudiar el período de la pandemia y sus consecuencias es hacer algunas preguntas al respecto:
¿Que lecciones nos dejó la pandemia? ¿Que aprendimos de nosotros mismos? ¿Cuánto logramos conocer a nuestra familia, empezando por nuestra esposa y nuestros hijos? Porque no es un secreto que todo lo cambió. Puso nuestro mundo de cabeza. Aquellos ejecutivos que viajaban cinco días a la semana por cuestiones de trabajo, se tuvieron que quedar en casa y viajar digitalmente. La pandemia nos enseñó a usar Zoom, a reunirnos con nuestros familiares por ese medio ya que no se podía salir de casa.
La pandemia nos tuvo que haber enseñado a ser mejores padres porque fue un año encerrados en casa, aprendiendo a compartir el tiempo con los niños, a inventar juegos para quitarles el estrés, a dedicarles todo el tiempo del día porque ahora ya no había pretexto para no hacerlo.
La pandemia nos tuvo que haber enseñado a ser cariñosos y respetuosos con nuestra pareja. A las mujeres les tuvo que enseñar a ser amas de casa, a ser verdaderas madres, esposas y amigas porque ahora el tiempo les pertenecía por completo. La pandemia les tuvo que haber enseñado a ser maestras cuando las clases se tornaron en línea y se necesitaba una mujer que guiara y enseñara a sus hijos a comprender sus materias.
Tristemente también, la pandemia rompió lo que ya estaba roto. Muchos matrimonios se separaron. Buscaron la salida más fácil del divorcio porque nunca se habían conocido excepto en la cama. Y ahora había que sentarse a desayunar en silencio porque no había nada de que hablar. Pasar el día dando vueltas y vueltas por la casa, fingiendo que todo estaba bien cuando en realidad las aguas pantanosas de la realidad estaba hundiéndolos a ambos.
La pandemia nos enseñó a los hombres a valorar el tiempo del trabajo. Que tener una oficina de lujo con vistas al infinito no era tan importante como tener una computadora, un lugar aislado de la casa, una buena silla en el comedor de la casa y dedicarse a cumplir su horario sin distracciones de ninguna clase. Nos enseñó a los hombres que el trabajo es sagrado y hay que cuidarlo porque la pandemia también dejó a muchos en el desempleo y tuvieron que aprender a reinventarse algunos y otros se dieron por vencidos.
La pandemia enseñó a los comerciantes a cuidar a sus empleados, a buscar nuevas formas de ventas, a confiar en el motorista que hacía las entregas para perder el miedo a que le robaran. La pandemia le enseñó a un actor italiano muy solicitado que ahora que no había estudios de grabación ni guiones que filmar, pudo llevar a cabo el sueño de su vida: ser panadero y crear el baguette como lo hacía su padre.
La pandemia nos enseñó a ser agradecidos. ¿Quién no recuerda los aplausos a las siete de la noche y las cacerolas sonando en gesto de agradecimiento a los trabajadores de primera línea? ¿Quién no recuerda cuando tuvimos que compartir los alimentos con los que no podían salir de casa al súper? ¿Quién no recuerda que nos volvimos más humanos, más amables con los vecinos y más cordiales con los desconocidos?
Los pastores tuvimos que aprender a manejar los aparatos que antes ni nos interesaban, crear nuestras propias redes de comunicación para no dejar de predicar la Palabra de Dios y confiar plenamente en la provisión de Dios para que no faltara el pan en nuestras mesas.
Las iglesias cerraron y muchos se quedaron hasta la fecha en casa. Ya no volvieron. La pandemia probó la fe y la constancia de muchos. Algunos deseaban volver para servir, limpiar el templo y buscar en qué ser útiles, mientras otros solamente para platicar y cambiar impresiones sobre la experiencia vivida. Muchos pastores ya no volvieron a abrir los templos, tuvieron que claudicar y entregar las casas donde se reunían.
La pandemia. La pandemia ha sido la maestra más cruel y más dura que hemos pasado quienes tuvimos la dicha de mantenernos en la fe y la confianza en Aquel que prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
¿Que aprendió usted entonces?
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