LAS FRESAS Y EL TIGRE

 Un hombre se aventuró a caminar por un bosque.  De pronto, de entre los árboles, apareció un tigre que empezó a perseguirlo.


Éste, al ver el peligro que lo amenazaba, empezó a correr para huir del peligro.  El tigre también empezó a correr tras él.  El hombre corrió desesperadamente hasta que llegó a un acantilado.  En el fondo se veían apenas unos arbustos y el hombre pensó rápidamente: Si salto, me puedo salvar. Si me acobardo el tigre me mata.


Tomó una decisión: Se lanzó al vacío.


Pasó toda la noche colgado de una rama que sobresalía del acantilado.  Al día siguiente, cuando los primeros rayos de sol iluminaban la pared del abismo, el hombre pudo ver a poca distancia las ramas de un fresal.  Se veían jugosas, rojas como el carmín y con un aspecto delicioso. Tomó una, la saboreó con deleite, el jugo de la fresa llenó su boca y su vida de esperanza. Alargó la mano y siguió disfrutando del regalo de ese lugar.  Las fresas le hicieron tomar fuerzas y vigor.  El cansancio huyó de su cuerpo y una nueva esperanza se abrió ante él.


Cuando vio al fondo del barranco, se dio cuenta que el tigre que lo perseguía la tarde anterior, estaba durmiendo sobre la yerba, esperando que el hombre cayera para devorarlo. 


Fin de la historia. 


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Alguien preguntará: ¿Que pasó entonces? La historia termina en ese punto. El bosque es la vida. El tigre es la muerte. Nos perseguirá siempre. Estamos constantemente huyendo de ella. Lo verdaderamente importante son las fresas.  Mientras huimos del tigre, disfrutemos las fresas que tenemos a mano: La sonrisa de un niño. El beso de un hijo. Los abrazos de una madre. El amor de Jesus. La mirada dulce de nuestra pareja. La risa diáfana y alegre de un momento. Un rayo de sol. Una noche tibia de verano. Una oración dicha con pasión. Un milagro de parte de Dios para nuestras vidas.  Las fresas es lo verdaderamente importante. 


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