...PERO...
¡Esos famosos “pero”! Todos los tenemos. Hombres y mujeres. Damas y caballeros. Es lo que nos hace humanos. Imperfectos. Intolerables a veces, admirables otras. Es parte del ser humano. Es ineludible vivir sin un “pero” en nuestras vidas.
El hombre era de esbelta figura. Poderoso y bien amado. El oro era su sello personal. ¿La plata? no tenía ningún valor para él. Su padre le había heredado un reino totalmente en paz. No tuvo necesidad de pelear ninguna batalla. Todo estaba hecho en su vida. El Dios que lo había levantado se le había aparecido para que le pidiera lo que quisiera. ¿Se imagina? Lo que quisiera. Su mismo nombre significa paz. Es decir, fue un hombre mimado desde su niñez. Fue nombrado heredero del trono sin haber movido siquiera un dedo.
¡Si hasta el Sacerdote de turno lo protegió! Cuando leo su biografía me entero que por poco le quitan el trono pero el Sacerdote intercedió por él y logró recuperarlo. Fue el colmo de lo favorecido. El epítome de la perfección de sabiduría. Dos mujeres estaban peleando por un niño y el juicio de este famoso sabio definió la cuestión de un plumazo.
Todos los gobernantes de las otras naciones deseaban platicar con él por lo menos unos minutos. Su agenda de visitantes estaba siempre llena. En sus puertas hacían cola los más hermosos y mejores paradigmas de los otros reinos. Todos le llevaban los mejores regalos que podían encontrar como para demostrar que ese famoso personaje, rey de un reino de gente brava, de gente de garra y valor era merecedor. ¡Si hasta las reinas se desvivían por beber de sus labios esa sabiduría de la que era famoso!
Todos lo admiraban. Todos menos Dios. ¿Qué hizo para que su final fuera triste y pedagógico para los futuros gobernantes del mundo? ¿Que error cometió como para haber perdido el favor del Dios que lo había honrado tanto? Ah, tuvo un “pero”.
Hizo lo que nunca debió hacer: Se casó con muchas mujeres. Pero veamos las cosas claras. Él era el rey, tenía derecho a tener un harem si eso quería. El problema y el famoso “pero” fue que hizo su harem con mujeres extranjeras. Amó a las egipcias, filisteas, moabitas y toda una plétora de damas de otras naciones, todo para hacer alianzas. ¿Necesitaba Salomón hacer alianza con esas naciones? Absolutamente no. Pero la fama, el dinero y el poder lo hicieron perder el rumbo. Y ese “pero” lo perdió. Esas mujeres lo obligaron a hacer altares a los baales, a las aseras, a los ídolos abominables de sus tierras.
En una palabra: Salomón ya no adoró al Único y Verdadero Dios. Adoró a los dioses de sus mujeres. Y lo más vergonzoso fue que el Templo que él mismo dedicó a Jehová sirvió también para poner los altares paganos. Hizo una mescolanza vergonzosa y profanó su propia adoración. ¿No estaremos nosotros también poniendo en peligro nuestra fe?
Comentarios
Publicar un comentario