EL PAN DE CADA DÍA

 1 Reyes, 18:19 “… y los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, y los cuatrocientos profetas de Asera, que comen de la mesa de Jezabel”


¿Quién nos pone la mesa?  Hay personas que no se imaginan el grandioso Amor de Dios por su creación. No hablo solo de sus hijos sino de toda su creación. Aquí entran los buenos y los malos. Como Él dice, “hace llover sobre justos e injustos”. Y es que comprender el amor de Dios por toda su creación no es fácil.


Porque los paradigmas que se han impuesto en muchas vidas es que cada quién debe procurarse su propio sustento. Si no trabajo no como, es la frase favorita de muchas personas, incluyendo evangélicos. Ha sido una frase heredada de sus ancestros que se repite una y otra vez hasta que se ha vuelto común.


Porque una de las tres necesidades básicas del ser humano es el pan. Su alimento. Y en esa coyuntura se olvida que es el Señor quien provee aun a las aves que lo primero que hacen cuando despiertan en las madrugadas es alabarlo por su bondad al darles su alimento diario.


¿Y nosotros? Con su permiso debo ser claro y quizá un poco duro, pero muchos de sus hijos amanecen rezongando por el nuevo día. Pensando qué comerán o qué vestirán, sin darse cuenta que durante el descanso nocturno el Señor se ha encargado de preparar todo lo que vamos a necesitar durante el día. Pero no le damos gracias. No somos agradecidos ni reconocemos que de su Mano viene toda nuestra provisión.


Los ochocientos profetas de Jezabel eran ese tipo de personas. Para ellos no era Jehová quien los alimentaba sino su reina Jezabel. A pesar que eran profetas viviendo en la tierra de Israel, no tenían el más mínimo conocimiento de que Dios se encargaba de alimentarlos por lo que fue más fácil aceptar que fuera una reina pagana e idólatra quien se llevara la gloria de darles su pan de cada día.  Y, tristemente, el axioma es que “quien paga manda”. Por lo tanto, cuando ella necesitaba una profecía o un consejo, sus profetas debían decirle lo que ella deseaba.  Eran sus profetas. Eran sus empleados. Y ellos debían decirle lo que ella deseaba escuchar.  Si comían de su mano era su deber complacerla en todo.


Y Elías entró en acción. Les demostró que un solo hombre que honrara al Verdadero Dios de Israel era suficiente para cambiar la ecuación de aquellos momentos.  Elías confió en que su Señor lo respaldaría y demostraría su Poder al consumir su holocausto sin tanta parafernalia teatral como ellos.  Con uno que dé gracias y gloria al Señor Todopoderoso puede hacer cambiar el rumbo de una familia, de una iglesia y de una nación.



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