LOS CARNEROS
Viendo en el canal Animal Planet un programa sobre la vida salvaje, aprendí algo sobre los carneros machos.
Cuando ha llegado la hora de celo, cuando la naturaleza exige que empiece la reproducción en el reino animal, los carneros jóvenes quieren a las hembras del rebaño y se empiezan a acercar a ellas para buscar su pareja.
Pero de pronto, de en medio de todos, sale el líder, un carnero viejo y experimentado que reclama al rebaño como propio. No permitirá que otro venga a tomar lo que le pertenece. Y empieza una batalla encarnizada entre ambos para saber quién es el que manda.
El problema es que su manera de pelear es peculiar: entrelazan sus cuernos que a estas alturas son cornamentas largas e intrincadas con las que pretenden botar a tierra al contrincante. Pero a veces quedan atrapados en ellas y no se pueden soltar. Dicen los comentaristas que así pueden pasar varios días o semanas hasta que uno de ellos muere y el otro tiene que pasar otro buen tiempo arrastrando el cadáver de su enemigo hasta que también, cansado y exhausto por el peso del muerto, cae muerto también. Ambos mueren de hambre, agotamiento y de sed. Como son salvajes, nadie puede ayudarles.
Pensando en el ser humano, veo que sucede lo mismo. Hay personas que andan por la vida arrastrando el cadáver de alguien que hace años les hizo algo que no les agradó. Se enzarzaron en una batalla reclamando un saludo, un abrazo o un amor que no se les quiso o no se les pudo dar y eso los dejó trabados en un momento de amargura, de resentimiento y hasta de odio, el cual poco a poco los va matando mientras caminan hacia la iglesia, el trabajo o el hogar. Sí, están vivos, pero sentenciados a cargar con el peso muerto de un pasado que debió evitarse si por lo menos hubieran pedido auxilio de alguien que les destrabara de ese resentimiento que los aniquila. Tengo que confesar que en mi propio entorno conozco personas así. Es doloroso verles caminando como zombies, con el rostro endurecido por el dolor interno que los consume porque no disfrutan de la vida, de los colores del Universo y de los placeres del amor.
Los carneros y el ser humano son muy parecidos. Jesus vino a libertarnos pero nuestras cornamentas están tan trabadas al pasado amargo que ni Él puede hacer que salgamos libres a la vida abundante que nos vino a dar. ¡Qué lástima!
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