ESCLAVOS

 2 Pedro, 2:19  “…pues uno es esclavo de aquello que le ha vencido…”

El 1 de enero de 1863, Abraham Lincoln decretó el fin de la esclavitud en Estados Unidos y le devolvió la igualdad de derechos y privilegios a todos los que estaban en esa condición. 


Aunque aún hay conatos de segregación racial en esa nación al igual que en otras, se acude a la Constitución para reclamar las libertades civiles.  En ella está plasmado que todos los hombres son iguales para la ley civil.


Pero la Biblia tiene otra opinión al respecto, y no se trata de la esclavitud como la ejercían los poderosos de aquella nación. La esclavitud de la que nos habla la Palabra de Dios es la esclavitud del alma al pecado.  Porque no nos hemos dado cuenta que en muchos aspectos, el ser humano sigue siendo esclavo.  Por más que Lincoln haya luchado por las libertades civiles en su país y que hombres tan famosos como Malcolm X, Martin Luther King y otros han dado sus vidas por reclamar sus derechos de libertad, no lograron lo que solo Uno ha venido a hacer al mundo: Jesucristo.


Porque Jesus no solo nos vino a libertar de la esclavitud humana bajo la bota de los tiranos de moda, pero también nos vino a libertar del pecado que llena nuestros corazones. De nada sirve ser libre del hombre per se, si seguimos siendo esclavos del pecado. Y Pedro, en su segunda carta lo declara muy bien: “pues uno es esclavo de aquello que le ha vencido”.  Ya no se trata entonces de que seamos esclavos de un jefe, de un patrón que nos obliga a trabajar más de lo ordenado, esclavos de una deuda que durará años en ser cancelada. La peor esclavitud es la interna, la del corazón que es arrastrado por las cadenas de la lujuria, la rebeldía, el mal carácter, las palabras soeces y las miradas lujuriosas. 


La peor esclavitud es la del alma que se niega a ser obediente a la Palabra del Señor, la esclavitud que nos hace doblar las rodillas ante los placeres carnales y nos alejan más y más de la santidad que el Señor espera de nosotros. 


Es por eso que la esclavitud como mal social no es nada, comparada con la esclavitud del espíritu. Porque lo que nos hace realmente esclavos no es un patrón tirano, lo que realmente nos vence es esa parte del hombre interior que nos doblega, nos encadena a una vida de miserias y eso, de esclavitud interna. Aunque vistamos de cuello blanco, nuestro interior está ennegrecido por las pasiones que nos arrastran al fango. De eso nos quiere libertar Jesus. 


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