DESECHABLES
¿Nunca se ha preguntado por qué cuando un hombre o mujer se jubilan de su empleo empiezan a declinar en sus vidas? Pierden la perspectiva de la vida. Como pábilos, se van quedando sin la llama que antes les caracterizaba en sus trabajos, cuando eran personas útiles a la sociedad, cuando se sentían indispensables y mantenían sus mentes ocupadas en crear sistemas, ideas y aportar sus conocimientos a los demás.
Pero la misma sociedad a la que sirvieron en sus mejores años, los desecha. Los ve como estorbos porque se ponen lentos, ya no rinden con la misma cantidad de fuerza que antes y, aunque sean más sabios y conocedores de los avatares diarios, los echan a un lado porque ya no sirven para cumplir los propósitos de su empresa, su gobierno o su familia.
En una palabra: Los jubilan. Y a causa de la inactividad se van apagando poco a poco. Se encorvan por el peso de la inutilidad, se enferman por sentirse inútiles, que ya no sirven para nada, que se les ha hecho a un lado para que no estorben y que duerman todo lo que quieran para que no hagan tanta bulla.
El dolor de la jubilación.
Pero Dios piensa lo contrario. Dios no nos jubila aunque peinemos canas. Es más, mientras más viejo más útil. Mientras más de la tercera edad, más ocupados quiere que estemos. Mientras más vejez, más experiencia, menos pecado, menos deleites mundanos, menos enojos, más sabiduría, más conocimiento y más riqueza espiritual. Es por eso que sus grandes hombres y mujeres fueron mayores de 80 años en adelante. Pregúntele a Abraham. A Sara. A Isaac y Jacob. A David, Isaias y Amós.
Por eso es doloroso que muchos jóvenes aún, se han jubilado en el servicio al Señor. Se han auto jubilado porque creen que ya no sirven cuando es el tiempo de rendir más que antes. Darle su mejor alabanza, su mejor adoración, su mejor intercesión, lo mejor de su vida, la riqueza de sus años, la brillantez de su alma.
SOLI DEO GLORIA
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