SÌSIFO
El dolor siempre ha existido. Es parte de la vida. La tragedia de la vida es que desde que nacemos empezamos a sufrir y muchas veces nuestro sufrimiento empieza nueve meses antes de nacer. Porque no lo podemos ignorar, somos gentes quebradas por el sufrimiento, y las circunstancias que nos rodearon hicieron pedazos muchas veces nuestro futuro y nuestros planes. Bien, nos convertimos al Señor y creíamos que todo eso pasaría. Pero no fue así. El sufrimiento, la persecución y soportar las luchas es parte de nuestro caminar.
Y entonces empezamos a ver que dentro del Evangelio hay gentes luchando contra la adversidad, como si siempre los vientos les fueran contrarios, empujando cuesta arriba la carreta de su vida cargada de cosas del pasado, traumas, dolores, desencantos y van dejando un camino regado con sus lágrimas que nunca se secan porque siempre habrá màs de ellas cada dìa. Hombres y mujeres que hicieron su confesión de fe creyendo -como les dijo el predicador-, que en cuanto conocieran a Jesus todo iba a cambiar. Pero no fue cierto. El hombre las siguió golpeando, los hijos se volvieron ingratos y la abandonaron, las deudas aumentaron, el trabajo escaseó y el sueldo se fue por la borda. ¿A esto le llaman mejorar, predicadores? ¿Este es el Jesus que ustedes me ofrecieron? Y llega la confusión, la ira y el enojo. Y solo quedan dos caminos: o continuamos acumulando esas emociones que nos consumen o empezamos a comprender que la vida no nos ofrece lo que nunca dijo que nos daría.
A veces, encontramos en la iglesia personas sufriendo el síndrome de Sìsifo. Sìsifo fue un rey descrito en la mitología griega como un hombre que fue castigado con empujar cuesta arriba una gran piedra y que al llegar a la cima esta se venía para abajo, teniendo èl que volver a empezar y llevarla nuevamente a la cumbre. Así vez tras vez eternamente. Estas personas que no han rendido sus dolores y sufrimientos al Señor, se encargan ellos mismos de hacer rodar su piedra cuesta arriba desde que se levantan hasta que se acuestan diariamente sin la esperanza de un descanso, sin la esperanza de ser librados de ese arduo trabajo que la vida les ha impuesto.
Si a usted le preguntaran cual es su defecto màs notorio en su vida, ¿que diría? Posiblemente que es un trabajador incansable. O que es demasiado responsable con su familia. O que lucha por ser buena esposa. Porque para muchos de nosotros eso es lo màs difícil de vencer. Pero Pablo nos sorprende cuando èl abre su corazón y nos dice cual es su defecto màs notorio: Un aguijón en su carne. Un “mensajero” de Satanàs que lo hacía doblar la cerviz y hacer cosas que lo avergonzaban. Pablo, el erudito, el perito arquitecto que Dios levanto para darle forma a su Iglesia ¿con un aguijón que lo hacía hacer cosas indignas? Si, el mismo. ¿O sea que el sufrimiento y el dolor no dejó en paz a este gran Apóstol? Correcto. Porque todo tenía un propósito: “Para que no se enorgulleciera de las revelaciones que el Señor le daba”. Pablo comprendió que el dolor y las lágrimas de impotencia le servían para recordarle quien era èl sin Cristo. Quien era el verdadero Saulo transformado en Pablo.
Y, si este gigante de la fe que fue Pablo tuvo sus momentos oscuros y dolorosos, ¿qué de nosotros? Porque a nosotros también se nos ha dado un “mensajero” de Satanàs para que nos recuerde que sin Jesus no podremos hacer nada. Que nuestros conocimiento intelectual, académico o familiar no nos sirve de nada cuando la adversidad o los desafíos de la vida se cruzan en nuestro camino. Ese “mensajero” es el encargado de hacernos saber que nuestras fuerzas, nuestra vida o nuestras herencias no son suficientes para vencer las tentaciones diarias o aquellas cosas que se ocultan a la vista de los demás. Esa es la roca que nos toca llevar cuesta arriba dìa tras dìa, sabiendo que, como Sìsifo, mañana tendremos que volver a empezar. Pero Sìsifo no conocía a Jesus. Nosotros sì. Es por eso que para nosotros las cosas se ponen cada vez màs fáciles de sobrellevar.
Esta es la bendición que debemos conocer para poder entender entonces lo que nos dijo el predicador que nos presentó a Jesus. Con Èl, moveremos montañas, botaremos muros y saltaremos como corderos de la manada. Con Èl y solamente con Èl.
SOLI DEO GLORIA
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