DOLOR COMPARTIDO





Una mujer perdió a su hijito después de una larga enfermedad.  El niño murió y con èl, la mujer creyó que había muerto también su propia vida. Perdió el gozo y la esperanza de volver a sonreír y sentirse viva.  Fue a visitar a un hombre sabio de su aldea y le pidió un consejo: ¿Cómo puedo volver a ser feliz y satisfecha con mi vida, después de haber perdido a mi único hijo?  El sabio le dijo: Ve a cada casa de la aldea, toca la puerta y pide un grano de arroz a cada familia pero que nunca haya conocido el dolor de alguna manera. Que nunca hayan sido lastimados por algún suceso que les haya hecho llorar. Toma los granos de arroz y cuando hayas recorrido toda la aldea vuelve a mi.


La mujer fue y empezó a tocar puertas y a preguntar si en esa casa nunca habían sufrido algo que les hiciera sentir solos y abandonados por algo o alguien, que le dieran un grano de arroz. La gente, cuando escuchaba su petición, le negaban el grano y le empezaron a contar sus propias historias de pena y lamento.  Sin darse cuenta, empezó a compartir su propia pérdida con las gentes de su aldea, de tal manera que ella misma encontró el consuelo a su tristeza.

Cuando terminó de recorrer todas las casas de su aldea, la mujer regresó a su casa. Se quitó el luto, se arregló el pelo, se puso bonita y empezó a sonreír y a cantar.  No regresó con el sabio. Había encontrado que su dolor era nada comparado con el de sus vecinos.

La iglesia es una aldea, mis amigos. Si usted cree que es la única o el único que ha sufrido, le desafío a que pida un grano de historia a su vecino de silla.  Escuchará cosas que nunca se había imaginado que han sucedido en otras personas que han aprendido a ser libres del luto y del dolor. Por eso les escucha cantar, los ve danzar y alabar a Dios, porque son libres. 


La verdadera libertad no es la libertad de movimientos, la verdadera libertad está en el corazón, en la mente del ser humano. Un prisionero que ya ha encontrado esta verdad, aun en un cuarto con rejas, se siente libre.  Pablo lo dijo: Yo estoy preso, pero no la Palabra. Es una verdad incalculable.


Una mujer que ha sido abusada desde niña, un joven que fue maltratado por un padrastro, una señorita que de noche entraban a su cuarto y la tocaban llenándola de miedo y pavor, una novia que tuvo que abortar un bebé para no abortar su universidad y quedó marcada para siempre con la culpa y la condenación, pueden ser màs libres al final que muchas personas que nunca tuvieron esos episodios traumáticos en sus vidas. Porque se han vuelto prisioneros de sí mismos, de su orgullo, de sus posesiones, de sus vicios que los arrastran al verdadero infierno que viven cada dìa.  Son personas que han tomado la decisión de aislarse, de no formar equipo con otros que pueden ayudarle porque piensan que no son de su clase social o económica.


Diógenes avergonzó a la sociedad de su tiempo, ya que según cuenta su biógrafo, vivía en una tinaja, hizo de la pobreza una virtud, una lección de humildad y sencillez. Dice la historia que caminaba de dìa con una candela encendida buscando un hombre. A este filósofo de la antigua Grecia no le importò dejar todas las comodidades para enseñarnos una gran verdad: A veces los que tienen mucho no tienen nada y a la inversa. Jesus hizo lo mismo.  Abandonó las riquezas de su Reino para venir a vivir entre nosotros como uno de nosotros, pero nunca permitió ser como nosotros. Nunca pecò. Nunca permitió que sus emociones lo traicionaran, al contrario, se convirtió en una fuente de sabiduría y consuelo para aquellos que sufrían.  Jesus nunca se apartó para no mezclarse con los pobres, no, Jesus amanecía cada dia buscando a quién hacerle bien porque sabìa que el pecado estaba carcomiendo sus almas, sus vidas y su futuro.

La paràbola de la mujer llorando sola, viviendo apartada de todo y de todos se estaba consumiendo, creyendo que nadie había sufrido lo que ella estaba atravesando. Se equivocò. Había muchas personas màs que habían pasado por eso y mucho màs, pero habían encontrado el secreto de su libertad: Compartir su dolor. Compartir sus lágrimas y sus tristezas. Recuerdo el poema de Aguilera: “Entra adorada, cubre con tu manto color de duelo, tu virginal semblante idolatrado..reza por mis tristezas…” 


No amigos, no se queden solos. Vayan a su aldea y platiquen con sus vecinos y se asombraran de cuánto dolor han tenido que vivir y lo han superado, solo por el hecho de haberlo compartido con otros… y con Jesus.


SOLI DEO GLORIA


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