¿QUIEN ES ESTE HOMBRE...?



Mateo 8:27 “Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Quién es éste hombre…?

Perder nuestra identidad es lo peor que nos puede pasar a los hombres. Cuando la sociedad nos masifica, cuando la cultura nos castra, cuando permitimos que la moda dicte como debemos vestirnos, peinarnos y cortarnos el cabello, entonces estamos perdiendo nuestra identidad.

Jesus no nos salvó para que sigamos viviendo según digan los demás. Èl nos ha dado nuevas pautas de conducta. Nos ha dado su código de vida. Mandamientos y preceptos que debemos seguir para vivir realmente vidas que impacten a los demás y que les hagan ver que hay una clase de hombres y mujeres que somos diferentes. Diferentes en todo.

El problema es que la religión no ha permitido que se enseñe y se transforme al hombre como ha sido el deseo de Dios. Son pocos los hombres que no se han dejado llevar por la corriente de este mundo, como dijo el Apóstol Pablo. 

Son pocos los hombres y los pastores que no han permitido masificarse según las costumbres del mundo. Mantener la identidad que Cristo vino a darnos es importante porque somos ejemplo para las nuevas generaciones. Somos los que dejaremos huellas para que nuestros hijos y nietos caminen sabiendo que hubo atràs de ellos, un hombre valiente que no permitió que le robaran su carácter cristiano.

En la Biblia tenemos varios ejemplos. Josué, Caleb, Moisés y otros. Pero han sido uno en un millón quienes nos han demostrado que se puede vivir en una sociedad corrupta, pagana y vulgar sin caer en sus redes.

El que màs ha descrito lo que es ser verdadero hijo de Dios, es Daniel. Todos conocemos su historia. Desde su juventud fue llevado cautivo por las huestes de Nabucodonosor. Era un muchacho muy estudiado. No era cualquier hijo de vecino sin que yo quiera ser despectivo. Pero Daniel nos da una cátedra de como debemos comportarnos en medio de nuestro entorno para demostrar en quién hemos creído, a quien servimos y de quién somos.

Le cambiaron el nombre. Le cambiaron su dieta. Le cambiaron su identidad. Pero no le pudieron cambiar su fe. 

Y allí radica la verticalidad de Daniel. No permitió que los manjares del rey pagano influyeran en sus gustos personales. No iba a permitir que el sistema lo masificara y lo volviera uno màs en Caldea. No, señor. No voy a hacer lo que hacen los demás. Yo no pertenezco a esa clase de personas. Soy de una casta diferente. Tengo linaje, disculpe, pero tengo abolengo y debo cuidar la herencia de mis padres. 

¿Quién es ese hombre? Esa es la pregunta que flota en el ambiente. ¿Quién es ese hombre que se atreve a desafiar las costumbres de la época? ¿Quién es ese hombre que no se hace tatuajes estando tan de moda el dìa de hoy? ¿Quién es ese hombre que no habla vulgaridades ni trata a las mujeres como trapo de cocina? ¿Quién es ese hombre que no se viste como todos los de la calle? ¿Quién es ese hombre que mantiene su identidad y no se deja arrastrar por la sociedad masificante? ¿Quién es ese hombre que no anda en la calle en chancletas, descuidado en su andar y viendo a las mujeres con lascivia? 

¡Ah! Ese hombre es Daniel. Y sus amigos lo imitaron. Soportaron con estoicismo el horno ardiente exactamente como les había inspirado su amigo Daniel. 
Un hombre. Solo uno. No eran necesarios muchos para que los babilonios y el mismo rey se dieran cuenta que se puede ser diferente. Que -según le dijeron-, “en tu reino, oh, rey, hay un  hombre de los hebreos que…” 

¿Quiere usted este alto honor, mi querido amigo? ¿Quiere que lo vean con respeto, con dignidad y admiración? Tiene que ganárselo. Jesus ya nos dio su linaje. Ahora nos toca a nosotros aumentarlo y cuidarlo. Es necesario que en su cuadra, en su barrio, en su medio de trabajo se diga lo que dijeron de Jesus y seguramente de Daniel: “¿Quién es este hombre…?”

SOLI DEO GLORIA


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