DISCULPE... ¿NOS CONOCEMOS?



Cantares 2:14 “…déjame ver tu semblante, déjame oír tu voz…”

El título de este escrito puede parecer curioso pero si lee a continuación verà porque.

La cultura en la que vivimos hoy a provocado que muchos matrimonios en realidad no se conocen íntimamente. Es decir, saben qué lunares tiene el cuerpo del cónyuge y donde los tiene. Sabe si ronca al dormir y cuánto se mueve en la cama. Pero no se conocen. 

Porque realmente no saben con quién están viviendo. Y el virus ha venido para abrir cajas de Pandora en muchos hogares.

Porque resulta que hoy, las parejas se conocen en los clubs, en los restaurantes y se relacionan en el café o en el bar los viernes por la noche. Ya no se estila que vayan a la casa de los padres a visitar a la novia quien se moviliza al lugar donde tiene la cita con su novio que en poco tiempo se convertirá en su esposo y en el padre de sus hijos. La mayor parte de su noviazgo lo transcurren entre cafetería y cafetería. Comparten los gustos, los gastos y los regalos de cumpleaños fuera de sus casas.

Rara vez los padres de los novios saben quién se está llevando a sus hijos. 

Luego de la boda, a la que llegan casi obligados a veces por un embarazo prematuro, compran entre los dos un apartamento en una torre de las que están de moda o una casita muy bonita en alguna colonia que les quede a la mano. Todo mitad y mitad.

Porque resulta que la cultura exige que ambos trabajen. Para que puedan vivir tranquilos sin que nada les falte. Curioso, digo yo, porque a la muchacha, cuando era soltera sus padres le pagaban sus estudios, le pagaban sus gastos y necesidades para que estudiara y se labrara un futuro mejor. Ahora llega el chico guapo de la Universidad, le propone matrimonio y la manda a trabajar. Para que pague su luz, su agua y su metro cuadrado de habitaciòn. ¿Serà eso amor? ¿Serà eso lo que Dios ordenó para el matrimonio? ¿Serà eso lo que los padres esperaban de su futuro yerno? ¿O para su hija? Pero sigamos.

Por un buen tiempo cada uno sale a sus labores. Ella se levanta primero que èl, se baña, se arregla, toma su lonchera que le prepara su muchacha que ella paga también, y saca su carro. Y luego sale èl, bien arreglado, pasa a un restaurante que le queda en el camino y compra un café para llevar a la oficina y se vuelven a encontrar a las siete u ocho de la noche para medio cenar y dormir juntos. Cada uno tiene su propio vehículo en la cochera. 

Pero vino el Coronavirus… Y resulta que ahora ya no pueden salir. Ya no pueden esconderse cada uno en sus trabajos. No hay restaurantes, cafeterías, ni gimnasios. Ahora tienen que compartir la mitad de la casa que les pertenece a cada uno: la mitad de la cama, del cuarto, de la sala y del comedor. ¿De que se habla con una desconocida con quien se ha estado compartiendo cama, baño y media sala durante diez años? ¿De que se habla con un hombre que solo se ha visto por horas durante la noche y ahora tiene que estar “allí” todo el dìa? ¿Qué se hace con una mujer que no se conoce íntimamente, sus miedos, sus temores, sus traumas y dolores? ¿Qué se le puede decir a un hombre que se conoció en un bar hace muchos años atràs y con el que nunca se había estado màs que una pocas horas y soñando con el futuro? Pero el Coronavirus los ha juntado. 

Y los ha juntado en un espacio de apenas cincuenta metros cuadrados dando vueltas y vueltas por toda la casa sin poder hacer nada màs que largos silencios y monosílabos ocasionales. Cada uno en su mundo. En sus silencios que ya aburren. Que ya cansan y se están volviendo odiosos. Porque ahora, gracias al virus, hay que empezar a conocerse. Saber qué le molesta al otro. Saber qué piensa de tal y cuál cosa. Empezar a comprender que no se conocen en absoluto. Que han unido sus cuerpos pero no sus almas. Que a la hora de la comida cada quien mira su tenedor sin nada que decirse. Sin historias de amor. Sin versos inventados. Sin sonrisas ni chistes ni bromas matrimoniales. Llegó el Coronavirus y ha juntado a dos desconocidos para que se conozcan. Que vean que el futuro que habían soñado era una quimera. Que no era realidad lo que la cultura les dijo. Que en vez de unirlos los separó y los puso a vivir bajo el mismo techo pero no bajo la misma sombrilla.

Creo que en  El Salvador el Coronavirus está sacando lo mejor y lo peor de los matrimonios. A ver cuantos esposos o esposas dormirán en el pequeño sofá que ambos compraron y que nunca habían usado para tomarse de las manos, platicar, compartir un momento y darse besos de enamorados. Porque no se conocen. No, no se conocen realmente.


Soli Deo Gloria

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