EL MATRIMONIO



Mateo 19:3 “Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?”

¡Cuando no, los fariseos! Siempre buscando un pretexto para no obedecer la Palabra del Señor. Siempre buscando subterfugios para justificar su falta de obediencia y ética cristiana. Siempre queriendo salir, como decimos en Guatemala, “en caballo blanco”. 

Estos guardianes de la religión le preguntan a Jesus si es lícito divorciarse de la esposa. No voy a entrar en todos los detalles porque todos conocemos esa platica en la que Jesus los deja plantados y avergonzados. Mejor iré a otro nivel del mismo asunto.

Seamos claros: El matrimonio es un misterio. Quien ignore esto fácilmente fracasará en poder mantenerse fiel y unido a la mujer que tome por esposa. Este misterio lo aclara Pablo cuando nos dice que es lo que Jesus hace y hará por su Iglesia. Y como misterio que es, debemos escudriñar qué hay debajo de la tinta de esa palabra “matrimonio”.

Para empezar, debemos saber que el matrimonio o bien destruye mis sueños o me ayuda a construirlos. O me ayuda a mantener mi relación con Dios en aumento o un mal matrimonio destruye mi relación con Jesus. Todo lo que yo pueda lograr en mi vida profesional, ministerial y ética, depende de mi matrimonio. Si yo no supe escoger a la mujer con la que voy a vivir hasta que Cristo venga o me llame a su presencia, habré cumplido un propósito sano o habré fracasado estrepitosamente.

El matrimonio no es asunto de profesionales ni siquiera de predicadores de alta gama. No tiene nada que ver eso para mantener en funcionamiento un buen matrimonio. Hemos sido testigos de pastores que marcaron pautas para otros, levantaron grandes ministerios y brillantes teologías pero que fracasaron en mantener sano su matrimonio. Al final fueron estigmatizados con el fracaso de no haber sabido guiar, enseñar, mantener y cuidar el verdadero propósito de su vida: Su esposa. Hemos visto también profesionales del púlpito, profesionales de la medicina y profesionales universitarios fallando a Dios al no poder ni saber cuidar de la esposa que escogieron desde su juventud. 

La cosa mas importante que debemos cuidar no es una carrera pastoral ni profesional. Lo más importante que debemos adquirir no es un casa. Cualquiera puede con una buena cantidad de dinero construir una hermosa casa. Pero no cualquiera puede construir un hogar.  Porque ya sabemos que una casa no siempre es un hogar. Dios le dijo a Adan cuando lo vio solo en el huerto: “no es bueno que estés solo, Adan. No es bueno porque no podrás mantener un carácter sano, no podrás mantener una relación sana, no sabrás como comportarte en sociedad. De manera que te daré alguien que te ayude. Que te ayude a mantener tu relación conmigo en equilibrio.  Porque si no te doy alguien que  reclame tu atención, tu cuidado, tu esmero y sobre todo las bendiciones que te daré, podrás hacerte daño. Así que te daré una ayuda. Una compañera no una sirvienta. Una amiga no una alfombra para que la pisotees. Una compañera en tu viaje por la vida, no un objeto sexual que cuando ya no pueda cumplir su función la dejes tirada como trapo sucio y te busques otra. Te daré una persona que te haga ver en qué estas fallando. Alguien que se atreva a corregirte, que te diga tus verdades sin miedo y sin temor alguno” Y le dio a la mujer.

El matrimonio, mis amigos, es algo mucho mas que una pareja viviendo juntos bajo un mismo techo pero odiándose dentro de esas paredes. El matrimonio no es un pacto de dos personas viviendo sus propias amarguras y sus propias desviaciones pero fingiendo que todo está bien. El matrimonio es un estado en el que se necesita saber quién es mi esposa y quien soy yo. Cuales son nuestros roles asignados por Dios para cada uno. Es saber que la cabeza responsable de todo lo que suceda dentro de mis cuatro paredes soy yo como hombre, director, maestro, cuidador y cultivador de ese huerto. Para lograr todo esto, debo entender el misterio que encierra el matrimonio. Quizá por eso el Señor pregunta en Malaquìas: ¿En dónde esta la mujer de tu juventud?. Se necesita ser muy hombre para lograr mantener en medio de las tormentas de la vida, un matrimonio que sea agradable a Dios, a los hijos y sobre todo a la sociedad. Es cuestión de altura, de abolengo, y de linaje. 


Porque el verdadero hombre, como las almas grandes,  ignoran el dialecto de los viles.  Y no pueden vivir de la infamia.  Las águilas ignoran lo que el pantano dice.  En el hombre verdadero, la lealtad de sus convicciones, el calor tan honrado de sus luchas, su valor indomable, el lado generoso y épico de su vida, atraen nobles e innumerosos amigos que quieran emularlo para bien de sus vidas. Un buen matrimonio, entonces, glorifica el Nombre de Jesus.

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