SACERDOTES
Lev. 6:12 “El fuego del altar se mantendrá encendido sobre él; no se apagará, sino que el sacerdote quemará leña en él todas las mañanas”
Los matrimonios fallan por muchas razones. Especialmente los que ignoran las reglas del juego que Dios puso para esa hermosa institución. Los hombres, especialmente, van al altar y hacen juramentos que ni ellos mismos se creen. La prueba es que aún entre los cristianos la taza de divorcios incluyendo pastores, está aumentando cada dìa.
No es un secreto que la Iglesia está recibiendo cada dìa a más madres solteras, abandonadas o divorciadas llevando en sus manos hijos que están creciendo sin padre. Y no hay manera de detener este flagelo a menos que nosotros mismos, los pastores y lìderes, pongamos nuestras barbas en remojo.
¿En dónde está el problema? En no saber cuál es el papel vital -sí, vital-, del hombre que está a punto de iniciar un hogar. La Biblia tiene los parámetros indicados para que el varón sepa a qué se va a enfrentar cuando salga de la iglesia, de la fiesta, se quite su smoking y al dìa siguiente empiece a funcionar en el papel que Dios le ha asignado desde el momento en que tomó a una mujer como esposa.
De lo que estoy hablando es que ese hombre, lo sepa o no, en ese instante en que hace sus votos, se convierte en un sacerdote del hogar que está empezando a fundar. Pero, ¿què hace un sacerdote según la Palabra de Dios? Porque es bonito y agradable ser rey, tener linaje, ser escogido, ser salvo y cantar himnos y servir en el diaconado o el parqueo de la iglesia. Incluso es agradable tener un ministerio, predicar y que la gente caiga con la unciòn que le ponemos a nuestro mensaje. Pero nadie se ha atrevido a cumplir la primera función: Sacerdotes.
Según la Biblia, el papel del sacerdote es importantísimo: Representa a Dios ante el pueblo y al pueblo ante Dios. Es decir, es su representante. Ademas de eso, es el responsable de presentar los sacrificios en el Altar. Es el responsable de mantener el fuego encendido del altar el cual nunca debe apagarse. “Pues los labios del sacerdote deben guardar la sabiduría, y los hombres deben buscar la instrucción de su boca, porque él es el mensajero del SEÑOR de los ejércitos”, dijo el profeta. El esposo es el responsable de mantener el fuego de la Presencia divina en el hogar. Es el vocero de Dios ante su familia. Por eso Pablo le dijo a las mujeres de Asia: “si quieren saber algo sobre la Palabra, pregùntenle a sus esposos en casa”. No dijo a los diáconos ni a la hermanita de la vecindad.
¿Sabe su esposa si tiene a su lado a un sacerdote de Dios? ¿A alguien que intercede cada madrugada por su familia? ¿Tiene el esposo un lugar secreto donde reunirse cada mañana a poner la leña sobre el altar para que el fuego no se apague? ¿Hay en ese hogar un sacerdote que busca las respuestas bíblicas que la familia necesita? ¿Està usted, querido siervo, representando a Dios ante los suyos? ¿O solo ante su congregación que no lo conocen realmente? Porque no nos engañemos: Ante los demás podemos ponernos máscaras según la ocasión. Pero ante nuestro cónyuge e hijos no podemos fingir.
Esto rompe paradigmas. Creemos que formar un hogar y luego una familia es asunto de sexo y otras cosas. No, queridos hermanos míos. Ser esposo va más allá de ser un simple hombre que llena estómagos pero deja vacíos en el alma y el corazón de su esposa y sus hijos. Ser esposo es mucho más que salir cada mañana a trabajar y regresar en la noche a exigir respeto, dando gritos y portazos a diestra y siniestra. Ser esposo es un traje que a muchos nos queda muy apretado si no estamos cumpliendo nuestro deber como sacerdotes del hogar.
El papel de sacerdote del hogar es lo que hace que la bendición de Dios llene un hogar. Es la falta del tal que hace una diferencia entre casa y hogar. Hay muchas familias que tienen casa, pero no tienen hogar. La casa son las paredes, lo que hay dentro de ellas es el hogar. Es el fuego y el calor de la amistad. Es el respeto que emana de la Presencia Divina hacia los que forman ese hogar. Es el cariño entre los padres y los hijos. Es la oración diaria no solo por las comidas sino la oración en el lugar secreto. Y es en ese lugar secreto en donde solo el hombre de la casa y Dios se reúnen cada mañana para ponerse de acuerdo con los retos del dìa. Es en donde el hombre que va a salir a trabajar pone bajo el cuidado del Altísimo a su esposa e hijos. Es allí en donde el hombre pide la protección del Señor por las tentaciones que enfrentará en las calles y en la oficina, incluso en la iglesia.
Ser esposo es ser sacerdote de una mujer e hijos que dependen de su conducta, de su comunión con Dios y con su relación íntima y privada con el Todopoderoso, para que no falte la provisión diaria de pan, de vestido y abrigo. Nuestro deber, hombres casados, es mantener el fuego del altar encendido cada mañana. Que no se le apague el fuego en su altar entonces, querido amigo.
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