HOMBRES NECIOS... MUJERES NECIAS


1 Timoteo 2:9 “Asimismo, que las mujeres se vistan con ropa decorosa, con pudor y modestia”

“Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón,  sin ver que sois la ocasión  de lo mismo que culpáis. Si con ansia sin igual solicitáis su desdén,  ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal?” (Sor Juana Inés de la Cruz)

Bueno, estos versos no son míos. Su autora fue una monja que no era monja. Es decir, se metió a monja para poder escribir. En su tiempo era horroroso que una dama de ese siglo escribiera o leyera cosas que no fueran de la Santa Iglesia. Su deber era casarse y tener hijos. Ella pensò diferente. Por eso se metió a un convento para huir del estatus quo y poder desarrollar su talento a escondidas de la sociedad.
Al igual que su servidor: mientras estuve en el ejercito de Guatemala aproveché ese tiempo para ilustrarme en el conocimiento del verso y la prosa. Estudiando a los grandes poetas y escritores del siglo pasado, tuve contacto con esta señora de clase alta que se atrevió a poner -en aquellos días- el dedo en la llaga de muchos hombres que se escondían en el tabú de que la mujer servía solo para objeto sexual. Ella dijo no. Y escribió este hermoso poema que trató de poner las cosas en su justo lugar. “Ustedes, los hombres, son los culpables de todo el desprecio hacia la mujer, y después la critican de liviana…”
Hoy, tenemos el mismo problema solo que a la inversa. Se han levantado movimientos de defensa de la mujer. Se han dictado leyes que prohiben a un hombre decirle cosas “bonitas” a las mujeres so pena de ser acusados de acoso sexual. Ya el piropo del siglo pasado no se debe usar para engalanar a una mujer bella. Es prohibido expresar una opiniòn respetuosa hacia una dama que bien se merecería una palabra de halago. Eso está fuera de contexto actualmente. Y no digamos quedársele viendo. Observarlas con detenimiento, contemplar un bello rostro o una sonrisa brillante, un cabello sedoso y una piel delicada son delitos que bien nos pueden mandar a la càrcel.
Pero, parodiando a Sor Juana Inés de la Cruz, me tomo la libertad de reescribir sus versos de otra manera: “Mujeres necias que acusáis al hombre sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismos que culpáis…” 
Y es que ignorar los roles de ambos sexos ha traído como consecuencia que haya situaciones que no se pueden legislar. El hombre fue hecho un ente sexual. Todo su organismo fue hecho para funcionar en esa dirección. Es inevitable que un hombre admire y observe a una mujer. Especialmente si ella es hermosa y bella.
Y aquí está el quid de la cuestión: Las mujeres se están vistiendo de una forma tan provocativa que es bastante difícil que algunos hombres sientan el impulso de decirles “algo” y otros más atrevidos, de poner sus manos en donde no deben. 
Las mujeres han perdido el respeto de sí mismas. Se visten tan provocativamente que me recuerda lo que nos dijo un expresidente a mi esposa y a mí en una plática informal: “hoy la gente anda por las calles hablando por teléfonos celulares de ultima generación como diciéndole a los ladrones “por favor ròbenme”. Eso mismo parece que dicen las mujeres hoy en dìa: “por favor tòquenme. Abùsenme. Fáltenme el respeto”. No pretendo que usen burka. No me malentiendan. Soy pastor. Hombre de Biblia. De oración y un buscador de la santidad. Pero también soy pragmático: cada vez es más difícil salir a la calle sin ver a mi alrededor una pléyade de mujeres que incitan al pecado y a la lascivia. Difícil para nosotros los hombres. 
Ah, y no se preocupen las que no son cristianas: la Iglesia no se escapa de esto. Allí también se cocinan habas. Hoy la Iglesia se ha convertido en una pasarela en donde desfilan toda clase de modas: Minifaldas de alto ruedo. Escotes cada vez más bajos. Blusas transparentes y ombligos a diestra y siniestra. Hoy las “hermanas” nos muestran sin ningún decoro el color y los encajes de su ropa interior. 

La Biblia tiene enseñanzas que no solo importan en el cielo. También tiene enseñanzas que importan mucho en la tierra. Y entre esas están la forma de vestirse de las mujeres. Bueno, parodiando también al apòstol: “Esto no lo digo yo, lo dijo Pablo”.

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