PANES Y PECES




Juan 1:38 “¿Qué buscáis?”


No nos engañemos. Muchas personas que van a la iglesia los domingos, que apartan los primeros lugares con sus Biblias mientras van a la cafetería a desayunar, mientras platican esperando que empiece el culto o hacen sus visitas a sus amistades dominicales no van para oír la Palabra de Dios. 

Parece feo pero es una realidad. Muchos van para lucir sus mejores ropas. Otros, para que sientan sus placenteros aromas del último perfume que se compraron con su tarjeta de crédito y aún otros para lucir sus blanqueados dientes. O a lucir su último tatuaje. 

Pocos van realmente a buscar un cambio en sus vidas. Un cambio que les haga mostrar que realmente son hijos de Dios. Porque no es lo mismo ser asistente a una congregación que ser hijo de Dios. Ya lo explicó Jesus hasta la saciedad: Nada hace el hijo sino lo que ve hacer al Padre. Y no quiero ser un aguafiestas, pero una gran mayoría no vive como hijos de Dios. Primero porque no saben què significa eso. Segundo porque ser como el Padre no es nada fácil: 

Hay que dejar por un lado la agenda personal. Hay que abandonar viejos hábitos. Cambiar rumbos y paradigmas que traemos del mundo. Amar a su pareja como ella sea y por sobre todo, a los hermanos que se sientan juntos en ese edificio llamado Iglesia. Aunque no nos guste su ropa o su olor. 

Ir a la Iglesia, mis queridos lectores, no es ir a un desfile de modas o un lugar para contar chistes sobre el gobierno o los pastores. No es ir a ver cuerpos femeninos o escotes atrevidos. No es ir a mostrar media pierna mis queridas hermanas para llamar la atención. No es ir a un lugar a coquetear con el pecado mientras oramos el Padre Nuestro con los ojos entornados ni mucho menos cantar coritos de memoria que ya ni sabemos què estamos cantando ni a quien.

Ir a la Iglesia es ir a buscar el Reino de Dios. Y si buscamos el Reino de Dios es porque ese Reino tiene un Rey. Y ese Rey no es juguete de nadie. Además, si Jesus es Rey tiene súbditos. Y si somos súbditos el Rey manda y nosotros obedecemos. Esto no lo enseñan en los seminarios teológicos por eso no se enseña desde los púlpitos. Esto no lo viven ni los maestros que nos dieron clases. Por la sencilla razón de que ellos mismos no han sido súbditos de ningún Rey. Es más, ellos han sido los reyes de sus vidas o de sus ministerios o de sus púlpitos. 

¡Cuidado quien toca a un Rey! predican. Pero lo hacen refiriéndose a ellos mismos. No enseñan que en esas bancas se debe honrar al Rey de reyes. Eso fue lo que dijo nuestro Maestro Jesus. Èl es el Rey de todos los reyes terrenales. Incluyéndonos a nosotros los pastores. 

Me gusta lo que vio la reina de Saba cuando fue a visitar al rey Salomon. Dice la historia que se quedó asombrada cuando vio a los oficiales y súbditos de Salomon. La imaginación nos hace creer que ella pudo preguntarle a cualquiera de ellos si él era el rey Salomon. Imaginemos la respuesta: “No señora, soy el que barre el palacio” o “el que limpia las ventanas” o quizá alguno respondió: “soy el que da la bienvenida”. ¿Se puede usted imaginar como no se iba a impresionar la reina cuando llegó al trono del rey Salomon y le expresó sus palabras de admiración? Ella no se admiró por lo que escuchó. No se admiró por sus carros ni sus relojes de alta gama. Ni siquiera por sus lenguajes evangélicos. Se admiró por lo que vio. Así de sencillo. 

Pero tristemente hoy las “reinas de Saba" que son los incrédulos, ya no se admiran por los servidores del Reino de Dios. Y es que los servidores, empezando por el mismo pastor no se distinguen de los servidores del mundo. No hay nada de diferente excepto que cuando llega la hora del mensaje es aquel hombre anodino que se paró frente a la audiencia a dar un mensaje. ¡Oh, disculpen, él es el pastor?  ¿Èl es el diácono? ¿Ella es la maestra de escuela dominical? ¿Èl es el que cuida el parqueo? ¿Ha escuchado usted algo así en nuestras congregaciones?

Por eso la pregunta de Jesus es muy profunda. Porque revela que Èl no se deja impresionar por los que quieren hablarle o lo quieren conocer. A Èl no le impresionan ni los griegos ni los chapines ni nadie que no busque realmente lo que solo Èl  ofrece: El Reino de los Cielos. 

¿Què buscan los que van a la iglesia los domingos? ¿Cumplir con un rito que se acostumbra desde la niñez? Antes íbamos a la iglesia oficial, ahora vamos a la iglesia evangélica. Pero nada ha cambiado excepto la arquitectura. Pero todo sigue siendo lo mismo: No buscamos el Reino de Dios, buscamos lo paralelo, las añadiduras, lo colateral. Buscamos las cámaras de televisión, el mejor sonido ambiental. La mejor cafetería con el mejor menú. Los mejores cantantes y los mejores y más chistosos cuentos. Todo para desestresarnos del trabajo de la semana. 

En una palabra: buscamos los peces y los panes. No a quien los multiplica sino lo que multiplica. Los peces y los panes que sacian el hambre de fama, de egolatría, de bienestar. Los peces y los panes que satisfacen el “yo”. Los peces y los panes que llenan los ojos, la lascivia, el egoísmo y el deseo interno de ser visto.

Pero, usted que me lee: ¿Què busca en Jesus? 




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