¿DONDE VIVES…?


La Biblia tiene cosas importantes por lo que dice, pero también por lo que no dice. 

Hay preguntas que parecen impertinentes.

Hay personas que las hacen. Y parecen preguntas molestas. Y aparte de todo, es una pregunta un poco difícil de responder. Una, porque si usted vive en un barrio elegante de la ciudad puede parecer presumido. Otra, por lo contrario. Si vive en un barrio pobre le dará vergüenza que sepan donde vive. Así es el mundo. Vivimos en un mundo de contrastes. (De esto quiero hablarles en otra ocasión si el editor me lo permite). 

Pues bien, volviendo al titulo de este artículo, quiero contarles lo que hay escondido en este pasaje de Juan 1:38:

Juan el Bautista va caminando por una calle de Jerusalén en un dìa cualquiera. Tiene a su lado a varios discípulos que lo han seguido en su ministerio de anunciar al Cordero de Dios cuando este aparezca. Estos discípulos conocen bien a su maestro. Lo han visto vivir en su cueva allá en el desierto. Han compartido con èl algún tiempo como para convencerse que su maestro dice ser quien dice que es. Un siervo de Dios. Algo difícil de convencer en nuestros días. 

Estos alumnos de Juan no son neófitos. Saben lo que es ser Maestro de la Ley y conocen los más mínimos detalles de su mentor. Viven, comen, caminan y comparten su tiempo con èl.  No hay forma que los engañen. Si alguien les dijera que su pastor es un farsante, ellos darían su vida por demostrar que no es así. Ellos lo conocen tan bien que están convencidos que lo que les enseña primero pasa por el tamiz de su propio maestro. No hay duda que Juan es el hombre que Dios ha enviado para anunciar la aparición del Mesìas prometido.

Es por eso que de pronto, un dìa, frente a ellos pasa un personaje que nunca antes había sido visto por la ciudad. Es un Hombre que irradia algo diferente a los otros. Su caminar es pausado, su rostro exhala un “no sé què” que ellos nunca habían visto. Sus ademanes eran suaves y una tierna sonrisa adornaba sus facciones. Cuando caminaba, su manto de oración ondulaba al viento y las borlas en sus orillas invitaban a extasiarse con el movimiento cadencioso de su andar. Sus ojos veían al infinito, como observando algo que aún no se veía pero que ya estaba cerca. Todo en èl era elegante. Irradiaba un abolengo de clase. De èl  fluía un linaje tan especial que era imposible no verlo. Aunque su ropa no era nada llamativa, había algo en este Hombre que capturaba las miradas de todos los que sentían el efluvio de santidad que emanaba de su personalidad. 

Cuando Juan lo vio quedó petrificado. Era su primo. Nunca se imaginó que su primo iba a ser el Deseado de todas las naciones de quien había hablado el profeta. Quedó en suspenso cuando lo vio pasar y no pudo evitar un rasgo de descanso al saber que ya su misión había terminado. La  Persona que había estado esperando tanto tiempo está entre ellos. El Mesìas estaba allí. Su anuncio se había cumplido y èl ahora tenía que menguar para que èl creciera.

Y a continuación hizo su famosa declaración: “He ahí el Cordero de Dios.” Y aquí empieza el mensaje.  Los discípulos, dice la Escritura, siguieron a Jesus. Pero hay algo escondido en este cofre lleno de tesoros. Andrès, uno de los discípulos, creo que el más pragmático, curioso y exigente de los alumnos de Juan, se acercó a Jesus y le hizo una sola pregunta: “¿donde vives?”.

Andrès no le preguntó su curriculum. No le preguntó: ¿podemos ver tus credenciales? Tampoco le preguntó ¿podemos ver tus diplomas? ¿En que instituto teológico estudiaste? ¿Quienes han sido tus maestros? ¿Cuantas campañas evangelìsticas has realizado? ¿Cuantas almas has ganado? No le preguntó ¿Cuantas megaiglesias has construido? O, ¿cuantos canales de televisión y radio posees? 

Curioso, ¿no les parece? Todas las preguntas que nosotros hacemos no las hizo el discípulo de Juan. Me parece que estaba bien enseñado a no dejarse impresionar por las cosas que los hombres tienen y de lo que presumen. No. Andrès hizo la pregunta del millón: “¿donde vives?”

¿Por què el estudiante le hizo esa pregunta a Jesus? ¿No le bastó que su maestro les haya dicho que Èl era el Cordero de Dios y que lo siguieran?  Andrès responde: Porque he sido enseñado por Juan a no dejarme engañar. Si Juan me permitió ver como vivía, como dormía y donde habitaba, si èl me permitió observarlo de cerca, de ver su forma de actuar en privado, si me dejó verlo comer y amanecer, de ver de cerca su conducta porque èl me iba a llevar al Mesìas prometido, si pude ver en Juan a un verdadero siervo de Dios… no puedo dejarme engañar aún por lo que Juan me diga. Tengo que verlo con mis propios ojos. Si voy a abandonar mi vida, mi eternidad y mi futuro en las manos de ese Personaje del que Juan nos habló, tengo que conocerlo de cerca. Es por eso, pastor Berges, que le hice esa pregunta a Jesus… Y, ¿sabe què? Jesus solo me dio una pequeña pero grandísima respuesta: “Ven y ve”. Jesus no se escondió de mí. No ocultó su privacidad. No me negó el privilegio de que yo observara su conducta. No se negó a demostrarme que a èl también, como Juan, podía verlo vivir, dormir, comer, amanecer y actuar en privado.

Si Juan dijo que èl era el Cordero de Dios, tenía que verlo con mis propios ojos.

Muy bien, lectores, pongamos las cartas sobre la mesa entonces. ¿Dice usted que es cristiano? ¿Usted dice que es pastor? ¿Dice usted que es nacido de nuevo? ¿Que ha puesto su mano en el arado? ¿Usted dice que es linaje escogido, nación santa, pueblo escogido por Dios? ¿Dice usted que es sacerdote del Señor? ¿Que usted pertenece al Reino del Señor? ¿Que es nueva criatura? 

¡Ah! Entonces no me enseñe sus credenciales, respetado pastor. No me muestre sus discos que ha grabado, famoso cantante evangélico. No me muestre sus diplomas que cuelgan en las paredes de su oficina. No trate de impresionar a los demás con la cantidad de gente que llega a su congregación. Ni con el tamaño de su edificio. Ni con la marca de su carro ni su reloj aunque sea Rolex. Dígame donde vive. Como vive. Con quien vive.

Porque es en lo privado en donde en realidad se sabrá si somos genuinos o falsos. Es en la casa en donde se escucha como tratamos a nuestra esposa. Como le hablamos a nuestros hijos. Es en esas cuatro paredes en donde se vive la realidad. Si en realidad somos hombres de oración, si atendemos las necesidades de nuestro hogar. Es en la casa en donde nos ven vivir los que nos rodean. Es la mujer que duerme a nuestro lado la única que puede dar verdadero testimonio de nosotros los que decimos que somos “ungidos”. Es en el hogar en donde sabremos què programas de televisión mira cada noche. Què páginas visita en la Internet. 

¿Donde vives? es la pregunta que debemos responder los que predicamos santidad. Honorabilidad. Trato respetuoso a las damas. Lenguaje santo. Es en el lugar donde vivimos que debemos ganar las almas de nuestros vecinos porque es allí donde mejor nos conocen. Son los señores que sacan la basura cada semana los que deben decir si realmente somos pastores. Los guardias que nos abren el portón de la colonia deben ser los que digan si de verdad somos predicadores de la Verdad. 

Jesus solo le dijo al discípulo que preguntó: Ven y ve. Ven y mira como vivo. Como oro cada mañana y como me dirijo a los demás. Como soy en privado. Entonces sucedió lo que nunca esperábamos. Andrès va en busca de su hermano Pedro y le dijo: “Hemos hallado al Mesìas “. ¿Por què lo hizo así? Porque primero tenía que confirmar antes de anunciar. Primero tuvo que conocer antes de invitar. Primero se convenció y después evangelizó.


¿Què opinan entonces? ¿Es importante el lugar donde vivimos? 

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