CIMIENTOS
La voluntad es el marco de nuestras convicciones y la causa eficiente para plasmarlas. Tenerlas bien establecidas nos da los criterios para saber dónde están los límites que no se pueden cruzar...
A veces, por desgracia, nos quedamos dentro de una zona gris donde los límites están borrosos. Por eso, es tan importante la amplia categoría de fijar primero el propósito para la vida y luego medir todo momento de la misma contra ese propósito. Dicho en otras palabras, debemos pensar y repensar que nuestros actos tendrán consecuencias felices o dolorosas.
Los cimientos que tengamos espiritualmente nos dictarán el camino a seguir. Es por eso que la moral no nos sirve para actuar bien. Un momento cualquiera la inmoralidad aparecerá en nuestro corazón y haremos lo incorrecto... Son los cimientos que nos inyectaron desde pequeños los que nos ayudarán en el camino de la vida. Cimientos firmes y sólidos dan como resultado una vida honrosa. Cimientos flojos e indecentes darán como consecuencia una vida vergonzosa...
El ejemplo de José en Egipto es clásico para esta disgregación...
Cuando la esposa de Potifar lo tentó repetidamente, èl le dio una respuesta tajante: "¿Cómo podría yo cometer tal maldad y pecar así contra Dios?" Gèn. 39:9
Observemos que no dijo: ¿Què tal si nos ven? Tampoco dijo: "Me pones en un dilema". Mucho menos dijo: ¿Y si lo sabe tu esposo? Cualquier respuesta moral le hubiera dado a ella la oportunidad de convencerlo. No obstante, la respuesta de José quitaba de en medio cualquier intento de racionalizar y ceder a la tentación...
José no fue moral. Tampoco fue inmoral. Mucho menos fue amoral. José tenía sus cimientos espirituales bien puestos. Estaban tan profundamente arraigados en su interior que sabía que aunque nadie lo supiera en todo Egipto, lo sabría Dios de quien no podía esconderse... "Amarás a Jehovà con todo tu corazón..." ese era su lema de vida...
Una convicción no es una mera opinión; es algo tan profundamente arraigado en la conciencia que cambiarla por otra sería cambiar la esencia de lo que somos...
En resumen: ¿Què somos entonces? Somos hijos de Dios. Por lo tanto no podemos negociar con nuestros cimientos. Como a Daniel y sus amigos en Babilonia: les cambiaron el nombre, les cambiaron su religión, les cambiaron su cultura y su educación, pero no les pudieron cambiar sus convicciones de saber que eran por sobre todo, hijos de Israel, el pueblo escogido de Dios, por lo tanto, hijos del Dios Altísimo...
¿Y nosotros? ¿Cómo están nuestras convicciones espirituales? ¡Buena pregunta... ¿no creen mis estimados lectores...? Y una buena pregunta necesita una buena respuesta. ¿Cual es la suya?
A veces, por desgracia, nos quedamos dentro de una zona gris donde los límites están borrosos. Por eso, es tan importante la amplia categoría de fijar primero el propósito para la vida y luego medir todo momento de la misma contra ese propósito. Dicho en otras palabras, debemos pensar y repensar que nuestros actos tendrán consecuencias felices o dolorosas.
Los cimientos que tengamos espiritualmente nos dictarán el camino a seguir. Es por eso que la moral no nos sirve para actuar bien. Un momento cualquiera la inmoralidad aparecerá en nuestro corazón y haremos lo incorrecto... Son los cimientos que nos inyectaron desde pequeños los que nos ayudarán en el camino de la vida. Cimientos firmes y sólidos dan como resultado una vida honrosa. Cimientos flojos e indecentes darán como consecuencia una vida vergonzosa...
El ejemplo de José en Egipto es clásico para esta disgregación...
Cuando la esposa de Potifar lo tentó repetidamente, èl le dio una respuesta tajante: "¿Cómo podría yo cometer tal maldad y pecar así contra Dios?" Gèn. 39:9
Observemos que no dijo: ¿Què tal si nos ven? Tampoco dijo: "Me pones en un dilema". Mucho menos dijo: ¿Y si lo sabe tu esposo? Cualquier respuesta moral le hubiera dado a ella la oportunidad de convencerlo. No obstante, la respuesta de José quitaba de en medio cualquier intento de racionalizar y ceder a la tentación...
José no fue moral. Tampoco fue inmoral. Mucho menos fue amoral. José tenía sus cimientos espirituales bien puestos. Estaban tan profundamente arraigados en su interior que sabía que aunque nadie lo supiera en todo Egipto, lo sabría Dios de quien no podía esconderse... "Amarás a Jehovà con todo tu corazón..." ese era su lema de vida...
Una convicción no es una mera opinión; es algo tan profundamente arraigado en la conciencia que cambiarla por otra sería cambiar la esencia de lo que somos...
En resumen: ¿Què somos entonces? Somos hijos de Dios. Por lo tanto no podemos negociar con nuestros cimientos. Como a Daniel y sus amigos en Babilonia: les cambiaron el nombre, les cambiaron su religión, les cambiaron su cultura y su educación, pero no les pudieron cambiar sus convicciones de saber que eran por sobre todo, hijos de Israel, el pueblo escogido de Dios, por lo tanto, hijos del Dios Altísimo...
¿Y nosotros? ¿Cómo están nuestras convicciones espirituales? ¡Buena pregunta... ¿no creen mis estimados lectores...? Y una buena pregunta necesita una buena respuesta. ¿Cual es la suya?
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