DAME Y TE DARÈ

Vamos a ser sinceros...

Queremos las cosas solo para nosotros. No nos gusta compartir. Y cuando lo hacemos, compartimos migajas. Lo que nos sobra. Sin embargo, cuando damos todo lo que tenemos, es cuando en realidad estamos dando. No hay mayor gesto de amor que entregar todo... Todo el corazón. Toda la fe. Toda la confianza. Toda la vida...

No se puede medio dar. Medio confiar. Medio amar. O se da todo o no se da nada...

Eso fue lo que entendió Ana. Ana, la madre de Samuel...

Esta maravillosa mujer ha estado llorando años y años por una petición que el Señor no responde. ¿Que serà lo que detiene la mano del Señor? ¿Acaso no dice la Escritura que no hay nada imposible para El? ¿Por què, entonces, no responde la petición de una mujer que anhela un hijo? Tan solo uno. Uno que le haga sentir mujer. Que le haga vibrar de emoción al tenerlo en su regazo. Uno que le haga sentir que da vida cuando su leche brota de su cuerpo y alimenta a una nueva vida... ¿Acaso no es ese el milagro más grande en la vida de una mujer?

Sin embargo, durante muchos años el Señor ha guardado silencio. Un silencio que está a punto de matar la poca fe de Ana. Un silencio que duele en lo más recóndito del alma de esa mujer que a pesar de todo, sigue yendo al Templo a esperar año tras año regresar con la promesa de que su milagro ha encontrado respuesta...

Y eso es lo que sucede. ¡Al fin! El cielo se ha apiadado de su fe. Es como el pàbilo que está a punto de apagarse cuando le llega la promesa. "Tendrás tu hijo..." Pero esa respuesta es provocada por un trato que ella hace con Dios... Y aquí es donde entramos a los recovecos del alma. Le pedimos para nosotros. Le rogamos que nos dé para nuestros deleites. Por eso no recibimos. Porque queremos las cosas que nuestra alma desea y no nos damos cuenta que las cosas en el Reino de Dios no funcionan así...

¿Cuando fue que el Señor respondió? Cuando Ana se da cuenta de su error. Un error que le ha costado años de lágrimas, soledad, enojos, iras y menosprecio por Penina... Un error que ahora está dispuesta a enmendar: "Si tú me das un hijo, yo te lo devuelvo..." Si tú me aumentas el sueldo, aumentaré mi diezmo. Si sanas mi cuerpo estaré a tu servicio. Si conviertes a mis hijos los pondré a tus órdenes. Si me provees mi pan no me apartaré de ti...

Ana comprendió que estaba pidiendo para ella y no para glorificar al Señor. Estaba siendo tan egoísta que se había olvidado de Dios. Se había olvidado que somos mayordomos, no dueños...

Nunca somos dueños del tiempo y cada instante es perfecto en sí mismo, por eso debemos intentar atrapar ese momento antes que se extinga y se borre...No somos islas, nuestros sentimientos se entremezclan con los de todo el mundo.  El egoísmo es tan absurdo como intentar detener la ola que se retira de la playa o querer detener el rayo de sol que brilla en los ojos de un niño...

Tiempo después...Ana regresa al Templo. Ya no ruega. Ya no pide. Ya no clama... Ahora da. Ahora entrega. Ahora se desprende. Ahora comprende... "Por este hijo oraba. Ahora te lo devuelvo, Señor..." Y Samuel se quedó a vivir en el Templo al servicio del que lo había dado...

¿Le está devolviendo al Señor lo que le pertenece?

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