TIRE EL COBERTOR
Somos adictos a la rutina... Yo mismo no me escapo de ese síndrome. Voy al centro comercial y casi siempre utilizo el mismo parqueo. Voy a la Iglesia y siempre utilizo las mismas rutas. Y así puedo seguir lìnea tras lìnea... Me cuesta cambiar hábitos a menos que el Espíritu Santo me ayude. Creo, sin temor a equivocarme, que no estoy solo en esta situación, ¿cierto, amigos...?
Esto se debe a que no nos gusta que nos muevan nuestros linderos. Somos rutinarios por la misma razón que no nos agrada que nos muevan nuestra alfombra de comodidad... ¿Se han dado cuenta que hay hombres o mujeres que no permiten que se les tire a la basura su sillón favorito? Todo porque el cojín sobre el que descansan ya tiene la forma de su cuerpo y les permite acomodarse sobre él sin mayor esfuerzo... Quizá por eso es tan difícil darle vuelta al colchón de la cama. O tirar aquella taza que ya no tiene agarradera. O el cepillo dental cuyas cerdas ya no limpian... Pero allí se queda. Ya tomaron la forma de nuestra vida. Punto.
Eso es lo que sucedía con Bartimeo... Imagínense: Ciego por accidente. Vivía de esa ceguera. Bien que mal lograba reunir diariamente a través de la lastima que inspiraba a la gente, lo suficiente para llevar el pan a su casa... No le faltaba su perro que le acompañaba y le daba cierto calor, su pocillo en donde echaban las limosnas, su bastón para ahuyentar a los ladrones y su famoso abrigo... Su cobertor contra el sol o contra el frío era su amigo inseparable...
Ya el mango de su bastón estaba tan negro por tanto uso que sus manos se habían acostumbrado al tacto de ese pedazo de madera. Así mismo el cobertor ya había tomado no solo su olor sino también la forma de su espalda, sus hombros y sus brazos. Bastaba un solo movimiento para colocarlo sin necesidad de ver cómo ponérselo... Además no tenía con qué verlo, así que lo usaba de memoria. Ya sabía cual era el lado derecho y el lado al revés... Rutina. Espantosa rutina...
Hasta que apareció Jesus... Y después de un periplo de gritos, ademanes, reclamos, insultos, desprecios y otras linduras, el ciego fue llevado ante Jesus... La famosa pregunta: ¿Qué quieres que te haga? La famosa respuesta: ¿Que recobre la vista..." Eso es todo lo que quiero. Recobrar lo que perdí. Volver a tener lo que la vida me quitó. Volver a disfrutar los colores, las gentes, las formas, las flores y los gestos humanos... Solo eso...
No están escritas pero me imagino otras preguntas: ¿Hiciste algo para que Yo, Jesus, te ayude a recobrar la vista? ¡Claro que sí! Me deshice de la rutina... Arranqué de mi vida todo aquello que me permitía estar cómodo. Sè que cuando vuelva a ver miraré cosas desagradables, cosas que mostrarán odio, rencor, tristeza, duelo, burla, desprecio y otras cosas más... Pero creo que vale la pena. Porque también miraré la sonrisa de un niño. Miraré a la mujer hermosa que pasará por mi lado. Miraré el sol brillando en el horizonte. Volveré a mirar el brillo del amor en las pupilas de una mujer enamorada...
Aquí estoy Jesus, sin bastón, sin cobertor, sin pocillo y sin nada que me sostenga. Quiero volver a ver. Quiero recobrar la visión que he perdido por estar ocupado en otras cosas. Quiero volver a tener la vista para disfrutar tu creación... Por eso me he despojado de mi cobertor. Quizá pasaré frío pero no importa... Con tal de tener mis ojos sanos, bien vale la pena cualquier sacrificio... Ayùdame, Jesus...
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