NEGACION

Esto va a doler...

Desde pequeños nos han enseñado a negar nuestra realidad. ¡No llore! era la expresión diaria de muchos padres. Claro, ellos trataron de hacernos valientes, de enseñarnos a soportar las contrariedades de la vida. Nos exigieron un esfuerzo que a nuestra edad, no estábamos preparados para discernir... Y así fuimos creciendo: escondiendo nuestras realidades...

Empezamos a caminar con miedos. Lo que los sicólogos llaman "nuestros demonios". Nuestros miedos se hicieron cada vez más profundos y aprendimos a esconderlos en el armario de nuestro inconsciente... Empezamos a negar la realidad. Nos quemamos el dedo en la llama de la estufa, pero no dolió. Aunque se nos hizo una ampolla, insistimos: no dolió... Luego nos enamoramos. Nos fue mal. No hay problema. No dolió. Solo fue una pequeña aventura. Nos rechazaron en la escuela primaria. Nos hicieron a un lado y nadie quería juntarse con nosotros. No hay problema. Lo que pasa es que ellos son ignorantes. No me aceptan porque soy mejor que ellos. Escondemos el dolor de saber que nos menosprecian. Saldremos también de esta...

Y así, sucesivamente... Vamos por la vida dejando un reguero de lágrimas escondidas en las rutas del dolor íntimo. Ese dolor que nadie nota. Esa herida que todos tocan pero nadie se da cuenta que nos estremecemos al contacto con ese pasado que nos trae a la memoria nuestra realidad... Todos nos ven sonreír. Todos escuchan nuestras carcajadas públicas, pero nadie ve nuestras lágrimas secretas. Nuestra realidad sincera. Nuestras llagas que supuran y que las escondemos muy bien como el General Naamàn, el leproso de la Biblia...

En la oficina del pastor cuelgan los diplomas, los títulos y las preseas. Pero nadie ve las cicatrices escondidas en las paredes de su corazón. En la sala de nuestras casas cuelgan los cuadros que adornan las paredes y que hacen parecer un interior hermoso... pero en las paredes del alma cuelgan los fracasos, los rechazos y las heridas que se esconden muy bien... Aprendimos a disfrazar nuestra realidad con una máscara que al llegar la noche y nos vamos a la cama, al quitar el maquillaje bajo el cual escondemos lo que realmente somos, nos sentimos desdichados. La realidad vuelve a fustigarnos con lo que realmente somos. Y  no nos queda más que en la intimidad, quizá hablando solo con Dios, nos echamos a llorar nuestra amargura...

David lo expresó en forma magistral en el Salmo 6: "Cansado estoy de mis gemidos; todas las noches inundo de llanto mi lecho, con mis lágrimas riego mi cama. Se consumen de sufrir mis ojos;" Y luego, en el Sal. 31:10: "Pues mi vida se gasta en tristeza, y mis años en suspiros; mis fuerzas se agotan a causa de mi iniquidad, y se ha consumido mi cuerpo..."

¿Está usted escondiendo su realidad? Dígaselo a Dios. ¿Disgustada con su vida dolorosa? Déjeselo saber. ¿Cansada de decirle a la gente que todo está bien, cuando en realidad no es así? Cuenteles la verdad... David lo hizo. Se quejó con Dios y Dios nos lo contó al publicar sus escritos. David estuvo de luto también. Como rey no podía llorar en público, pero como barro, se deshacía en las noches en la Presencia Divina. David rechazo consumirse en su dolor escondido y cada noche le hablaba a Dios de sus cuitas. De sus pecados. De sus fracasos. De sus enemigos. David escondió todo esto de la gente, pero no de Dios. No negó su realidad. La enfrentó con valor y seguramente su hijo lo vio en alguna oportunidad derramando su corazón lleno de angustia. Lo creo porque un día Salomon escribió: "Un tiempo de llorar..." Ecl. 3:4. Usted, yo y muchos que me leen somos de la misma materia que David. No podemos seguir negando nuestra realidad. ¡Liberémonos...!

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