INTOCABLES
No sé si soy soñador, ingenuo, utópico, místico, romántico o sencillamente soy tonto...
Quizá porque crecí en la década de los sesenta todavía me cuesta dejarme llevar por la corriente fría y sin sentimientos de la generación actual...
Me cuesta ser desconfiado. Me cuesta creer que la gente tenga malos sentimientos. Especialmente los cristianos. Los que se sientan en las sillas de mi congregación o de los que profesan ser hijos de Dios al igual que yo. Me cuesta creer que mis hermanos en Cristo sean fríos, indiferentes y desconfiados de otros...
Me duele ver tanta soledad en los rostros de mis hermanas, tanta angustia y lo peor de todo, es que siguen desconfiando de quien les ofrece un abrazo de hermano. Un saludo cariñoso, una palabra de aliento, un piropo santo... No sé por qué todo tiene que llevar una connotación de pecado para muchos de mis hermanos y hermanas... Se están ahogando de soledad pero no se permiten una sonrisa. Un buen apretón de manos. Una flor pues... Pareciera que la Biblia tiene un pecadòmetro que nos mide según nuestros criterios. Eso arruga la cara. Endurece el ceño. Seca la mirada. Oscurece el semblante. Se ponen feas, en una sola palabra...
Hemos dejado que la dureza del mundo se nos meta al corazón. Hemos permitido que la desconfianza en los demás nos deje enfermos y solitarios. Hemos decidido aislarnos de los demás y luego los culpamos de ser indiferentes o ajenos a nuestro dolor cuando lo estamos viviendo... Pero es que no nos damos cuenta que nos hemos dejado llevar por la masa del mundo. Se nos olvida que somos carne y hueso de Jesus. Se nos olvida que fuimos hechos para amar y ser amados. Se nos enseño a ocultar nuestras emociones y ahora nos están pasando la factura al pasar a nuestro lado sin siquiera darse cuenta que existimos. Somos los invisibles. Somos los intocables. No nos permitimos ser débiles y aceptar un toque. Algo que nos haga sentir que somos de la familia de la raza humana. Imperfectos, sí, pero humanos al fin y al cabo... Preferimos ser eso: intocables. Y corremos el riesgo de ser intocables incluso por Dios. No le dejamos oportunidad al Espíritu Santo que toque nuestras almas y las deshaga como Èl quiere hacerlo para bañarnos con su Presencia y su Consolación...
Algunos de los que me leen tienen el toque maestro del Médico mismo. Usan sus manos para orar por los enfermos y ministrar a los débiles. Si no están tocándoles personalmente, sus manos están escribiendo, marcando números telefónicos, horneando pan. Han aprendido el poder del toque...
Pero otros tendemos a olvidarnos del toque. Nuestros corazones son buenos, es solo que nuestros recuerdos son malos. Nos olvidamos cuan significativo puede ser un toque. Una caricia. Tenemos miedo de decir cosas equivocadas o de pensar mal o usar el tono errado de voz, o actuar equivocadamente. Así que antes de dar una toque incorrecto, no hacemos nada. Tenemos miedo de tocar y ser tocados.
¿Qué hubiera pasado con los leprosos que vivieron en el tiempo de Jesus si Èl hubiera sido como nosotros? ¿Cuántos leprosos hubieran quedado igual si Jesus no se hubiera atrevido a tocarlos? Jesus rompió los parámetros sociales. Y quiere seguir haciéndolo, solo que hoy, a través de nosotros... Queremos ser como Èl... pero no nos atrevemos a tocar a los intocables de hoy. Si Jesus tocó a los intocables... ¿Lo haremos nosotros?
Quizá porque crecí en la década de los sesenta todavía me cuesta dejarme llevar por la corriente fría y sin sentimientos de la generación actual...
Me cuesta ser desconfiado. Me cuesta creer que la gente tenga malos sentimientos. Especialmente los cristianos. Los que se sientan en las sillas de mi congregación o de los que profesan ser hijos de Dios al igual que yo. Me cuesta creer que mis hermanos en Cristo sean fríos, indiferentes y desconfiados de otros...
Me duele ver tanta soledad en los rostros de mis hermanas, tanta angustia y lo peor de todo, es que siguen desconfiando de quien les ofrece un abrazo de hermano. Un saludo cariñoso, una palabra de aliento, un piropo santo... No sé por qué todo tiene que llevar una connotación de pecado para muchos de mis hermanos y hermanas... Se están ahogando de soledad pero no se permiten una sonrisa. Un buen apretón de manos. Una flor pues... Pareciera que la Biblia tiene un pecadòmetro que nos mide según nuestros criterios. Eso arruga la cara. Endurece el ceño. Seca la mirada. Oscurece el semblante. Se ponen feas, en una sola palabra...
Hemos dejado que la dureza del mundo se nos meta al corazón. Hemos permitido que la desconfianza en los demás nos deje enfermos y solitarios. Hemos decidido aislarnos de los demás y luego los culpamos de ser indiferentes o ajenos a nuestro dolor cuando lo estamos viviendo... Pero es que no nos damos cuenta que nos hemos dejado llevar por la masa del mundo. Se nos olvida que somos carne y hueso de Jesus. Se nos olvida que fuimos hechos para amar y ser amados. Se nos enseño a ocultar nuestras emociones y ahora nos están pasando la factura al pasar a nuestro lado sin siquiera darse cuenta que existimos. Somos los invisibles. Somos los intocables. No nos permitimos ser débiles y aceptar un toque. Algo que nos haga sentir que somos de la familia de la raza humana. Imperfectos, sí, pero humanos al fin y al cabo... Preferimos ser eso: intocables. Y corremos el riesgo de ser intocables incluso por Dios. No le dejamos oportunidad al Espíritu Santo que toque nuestras almas y las deshaga como Èl quiere hacerlo para bañarnos con su Presencia y su Consolación...
Algunos de los que me leen tienen el toque maestro del Médico mismo. Usan sus manos para orar por los enfermos y ministrar a los débiles. Si no están tocándoles personalmente, sus manos están escribiendo, marcando números telefónicos, horneando pan. Han aprendido el poder del toque...
Pero otros tendemos a olvidarnos del toque. Nuestros corazones son buenos, es solo que nuestros recuerdos son malos. Nos olvidamos cuan significativo puede ser un toque. Una caricia. Tenemos miedo de decir cosas equivocadas o de pensar mal o usar el tono errado de voz, o actuar equivocadamente. Así que antes de dar una toque incorrecto, no hacemos nada. Tenemos miedo de tocar y ser tocados.
¿Qué hubiera pasado con los leprosos que vivieron en el tiempo de Jesus si Èl hubiera sido como nosotros? ¿Cuántos leprosos hubieran quedado igual si Jesus no se hubiera atrevido a tocarlos? Jesus rompió los parámetros sociales. Y quiere seguir haciéndolo, solo que hoy, a través de nosotros... Queremos ser como Èl... pero no nos atrevemos a tocar a los intocables de hoy. Si Jesus tocó a los intocables... ¿Lo haremos nosotros?
Saludos Pastor Berges!
ResponderEliminarGracias a Dios por sus escritos.