VERGUENZA -2

Incapacitados no son solo aquellos que se movilizan con dificultad físicamente. No son solo los que andan en sillas de ruedas o apoyados en muletas o andaderas...

Hay una innumerable cantidad de cristianos a las que la vergüenza transforma en discapacitados a causa de adicciones secretas... La vergüenza de lo que sucedió en nuestra niñez nos lleva una y otra vez a cometer el mismo pecado... Y si caemos repetitivamente ya no nos sentimos merecedores de la Gracia de Dios y nos hundimos más y más en la ciénaga del vicio, cualquiera que éste sea...

Incluso, algunos viven con una falsa culpa por el sufrimiento que les causò el ser víctimas de abusos sexuales.  Por lo general, la culpa sigue una linea establecida, un ciclo de autorecriminaciòn y mentiras que acaba con una vida tras otra. ¡Ah! y hablo de cristianos. De gentes de Biblia. De gente que canta coritos en las iglesias y asiste a vigilias y diezma y ofrenda. Pero es una realidad  que dentro de sus corazones y detrás de sus sonrisas cristianas se esconden secretos que no se olvidan y que martillan una y otra vez sus corazones dejándoles con un sabor amargo en la boca cuando vienen a la mente aquellas cosas que afloran cuando algo dispara ese pensamiento pecaminoso...

Un color de piel. Una tonalidad de cabello. Una forma de la nariz de alguien. Un cuerpo visto de espaldas. Una sonrisa lejana. Una palabra dicha al azar. Un mensaje que toca las fibras del alma...

¿Qué sucede para que la vergüenza se enquiste en nuestros corazones cristianos? Primero atravesamos por una experiencia sumamente dolorosa. Luego, creemos la mentira de que nuestro dolor y el fracaso nos definen como personas. Como escribí ayer: "Yo no hice cosas malas, yo soy malo". Y eso no es cierto. Ese sentimiento de culpa y vergüenza nos encierra en una trampa, haciéndonos pensar que jamás podremos recuperarnos y que en verdad incluso no lo merecemos.

Eso nos lleva a abandonarnos. Sì, estamos en la iglesia. Todos nos ven levantar las manos y adorar junto con la congregación, pero en algún lugar recóndito de nuestro ser interior está ese fantasma de la culpa y la vergüenza que está esperando salir del templo para ir y repetir una y otra vez el mismo pecado... No lo queremos hacer, claro que no, pero como dijo Pablo, hay una lucha entre dos seres...

La vergüenza y la culpa nos llevan a vivir vidas de doble moral. Es por eso que en la iglesia, donde se supone que se congrega gente liberada, gente que puede creer en la inocencia de los abrazos, gente que cree en Dios y que seguramente podría creer en los demás, no son capaces de dar un abrazo a un desconocido que se sienta en la misma fila que ella. No es capaz de decir palabras como "le amo, hermano", porque esa palabrita se ensució en algún lugar de su corazón y ahora ese "amo" significa cama, sexo, suciedad, abuso, mentira... ¿Como decirla entonces a alguien que ni siquiera sé su nombre? ¿Y todo en el Nombre de Jesus...?  "¡No pastor! No me pida que haga eso por favor. Usted no sabe lo que eso significa para mí. Porque cuando era niña..." "Porque cuando era niño..."

Recordemos: Cuando nuestro dolor del pasado se convierte en nuestra identidad del presente, el ciclo de la vergüenza cobra una víctima más. Como el niño que se arranca una costra y vuelve a sangrar, hay mucha gente herida que vive continuamene sufriendo dolor y no encuentra alivio...

¿Hay cura para ese ingrato mal entonces? Claro que sí. La Sangre del Cordero nos limpia de todo pecado. De todo, de todo, de todo... incluyendo la culpa y la vergüenza...

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