VERGUENZA-1

No nos engañemos... Todos, en alguna ocasión, hemos sentido vergüenza por nuestros actos pasados.

Hay una sensación como de culpa por lo que hicimos y sabemos que estuvo mal. Cosas que sucedieron sin que estuviéramos conscientes de nuestro mal proceder. Eramos parte de la masa que nos llevaba por los derroteros en los que ellos iban. Seguíamos al rebaño hacia el precipicio y sin darnos cuenta caímos una y otra vez en asuntos vergonzosos... Hoy, años después, cuando escuchamos alguna canción, una esquina que atravesamos, un almacén que vemos con disimulo, una cuadra por donde pasamos y hasta un tipo de comida que saboreamos nos traen a la mente los recuerdos que nos ocasionan vergüenza...

¿Cómo pudimos hacer tal cosa? ¿Cómo fui capaz de enamorarme de aquel muchacho que no tenía nada de atractivo? O, ¿Como pude ser tan incauta y creer en aquel muchacho que resultó vicioso y me dejó huellas imborrables en mi corazón de niña? Y nosotros los hombres también tenemos nuestras vergüenzas ocultas, no crean... ¿Cómo pude ser tan mentiroso con las muchachas? ¿Tan fanfarrón? ¿Tan presumido y petulante con las amigas de la escuela? ¿En qué estuve pensando cuando me metí en aquel lío de juventud...?

Y ahora nos hemos convertido al cristianismo. Nos hablan de perdón. De ser nuevas criaturas. Del nuevo nacimiento. De la regeneración. De irnos al cielo y cantar con los ángeles. Pero...

La vergüenza es un contribuyente directo a lo largo de nuestros años de cristianismo, como les sucede a tantos otros... Cuando nos consume la vergüenza que nos causan nuestras decisiones y acciones, la creencia en Dios jamás puede llegar a formar una relación de amor.  Con el tiempo, acumulamos una lista de pecados tan larga que nos es imposible entender que Dios pueda perdonarnos...

Calificamos a Dios así como calificamos nuestro corazón: Nos trae constantemente los recuerdos vergonzosos de nuestro pasado y así creemos que Dios hace lo mismo. Que somos tan sucios, tan desvergonzados que no podemos ser objetos de su Amor... Y eso niega, por supuesto, la realidad de nuestro Dios que nos ama a pesar de lo que somos o hicimos...

Encerrados en la prisiòn de la vergüenza, muchos cristianos detestan su pasado tanto como se detestan  a sí mismos, y no parece haber esperanza alguna de escapar de allí... Nos autonombramos con los nombres de los pecados que hicimos. Si matamos un pajarito, somos asesinos. Si nos enamoramos de aquella señora casada, somos adúlteros. Si la chica se enamorò del vulgar de la calle, es una cualquiera. Aprendimos a igualar lo que hicimos con lo que somos... Nos repetimos una y otra vez: Yo no había hecho nada malo. YO SOY MALO. Ese estigma se nos clava tanto en el alma que creemos sinceramente que si la gene nos conociera de veras, no podríamos gustarle a nadie... Y con Dios eso se multiplica por muchas veces... Si no me gusto a mí mismo, no le gusto a los demás, y si no le gusto a los demás... tampoco le gusto a Dios... Así de sencillo.

Como pastor, he descubierto que mucha gente va muriendo poco a poco en una tumba secreta de vergüenza. Les avergüenza vivir con deudas. Otros sienten vergüenza por sus pecados sexuales del pasado.  Otros porque fueron abusados sexualmente desde niños. Otras porque se enamoraron del hombre equivocado. Otros porque no pudieron estudiar más... Eso hace que no crean en un Dios que ama por sobre todas las situaciones... Vergüenza... una càrcel sin barrotes pero càrcel al fin y al cabo... Continuaremos mañana...

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