NOTICIAS

No voy a hablar de los periódicos... Ni de los noticieros de la noche... Hablo de lo cotidiano. De lo que nos toma por sorpresa. De lo que de pronto nos hace caer en abismos de temor y duda. De lo que los médicos ven en las radiografías y nosotros no entendemos nada. Tratamos de ver lo que ellos ven pero para nosotros son solo sombras blancas y negras...

Pero cuando èl las lee nos tiemblan las manos. Se nos seca la boca y nuestro estómago empieza a constreñirse avisándonos que viene en camino una mala noticia. O por lo menos no agradable. El estrés llena nuestras entrañas y un sudor frío empieza a recorrer nuestra espina dorsal...

Si no me cree, vaya a cualquier hospital a la una o dos de la madrugada y observe a cualquiera que tenga un familiar en una camilla de emergencias esperando el veredicto médico... Si es privado es doble el veredicto: El valor de la consulta y los exámenes y el diagnóstico médico de qué va a pasar con el paciente...

La noticia más funesta: Lo vamos a tener que ingresar. No se ve nada bien. Necesitamos más exámenes. Esperamos que venga el especialista. Prepare el depósito de tantos dólares y pase a cancelar a caja... Así de sencillo. Sin más preámbulos. Su madrugada se puso negra. Se puso más fría aún y es un frío que cala los huesos...

Hay circunstancias en que la primavera se convierte en invierno.  Los azules cambian a grises. Los pájaros se silencian y el frío de la pena se instala en nuestro corazón. Hace frío en el valle de sombra de muerte... Y usted está sola. Salió solo a ver qué pasaba con su paciente y se quedó toda la noche. Su celular está sin batería y no tiene manera de llamar a alguien...

Solo le queda una opción: Orar. Para eso no necesita teléfono. Esa linea es directa y siempre está libre... Pero seamos francos. En algunos momentos la oración no nos ayuda mucho. Hable con  la hermana Rosa. Es miembro de mi congregación y acaba de pasar por un periplo de oración en el hospital en donde internò a su papá. Sudó gotas de sangre a fuerza de creer en el Señor. A fuerza de esperar el milagro financiero y de salud que necesitaba en esos momentos. Sola. Sin ninguna ayuda para orar más que su fe. Solo ella y su fe pudieron soportar la presión a la que fue sometida su alma. Fue el trigo en la molienda. Fue el horno de fuego donde fue purificada. Fue el comal en donde se cocinó su esperanza. Ese hospital fue un mudo testigo de la batalla que mi hermana Rosa estaba librando de la Mano de su Señor quien nunca la abandonó... Aunque parecía que sí...

Pero no fue la única que pasó por ese valle. El mensajero de David no es un doctor. Un amigo o un soldado. Es un jadeante amalecita, con ropas desgarradas y el cabello lleno de mugre, que tropieza con el campamento Siclag con las malas noticias: "Nuestro ejercito ha huido de la batalla, y muchos han caído muertos, contesta el mensajero.  Entre los caídos en combate se cuentan Saul y su hijo Jonatan" (2 S. 1:4)...

David sostiene lo que le trae el mensajero como dos mudos testimonios de la cruda verdad. La corona y el brazalete de Saul. No hay duda. Esta muerto. Saul. El ungido por Dios. El rey de Israel. Sì, lo hostigó. Lo persiguió. Lo hizo llorar. Lo atormentó muchísimo. Pero aún así, era su rey...

Y David lo endecha. Le escribe un salmo. Lo celebra. Porque cuando las noticias son dolorosas solo nos queda un camino: O huir de la realidad, o enfrentar la verdad. O escondernos en el temor o pararnos firmes en el camino de la fe. O desmayar y bajar los brazos o elevar una oración aunque débil y pequeña. Quizá una sola pregunta: Dios, ¿estás aquí...? Usted sabe que sì. Que Dios esta allí. En su huerto. En su valle de sombras y de muerte. El está allí porque lo prometió. Y lo cumple...

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