INCONFORMIDAD

La gente que viaja en avión y la gente que se sienta en las sillas de la iglesia tienen mucho en común...

Están de viaje. La mayoría se porta bien y están bien vestidos.  Algunos dormitan y otros miran por las ventanas.  La mayoría, si no todos, están satisfechos con una experiencia predecible... Para muchos, lo mismo es un buen vuelo que un buen culto. Eso es todo. No aspiran a más. Suben y bajan igual. Entran y salen igual...

Excepto los inconformes. Los inconformes quieren más. Quieren conocer más y saber más. Son los pocos. Quizá los contados con los dedos de una mano y aún sobran dedos...

Eso me sucedió en uno de los vuelos que realice este año. Todos estábamos tranquilos antes de terminar el vuelo. Nos acercábamos a la terminal del aeropuerto y esperábamos que se abrieran las puertas de la nave para salir a la rampa cuando entre las filas de pasajeros un padre de familia siguiendo a un niño de unos nueve años iban pidiendo permiso para pasar en medio de todos. Pensé que iban a recoger su equipaje que había quedado más adelante que los nuestros pero no era así... El niño iba emocionado y cuando los seguí con la vista, me di cuenta que estaban hablando con una aeromoza. Esta les condujo a la cabina de mando y el niño entró en ella. El capitán le estaba esperando para cumplirle un deseo: Conocer al Capitán y su cabina del avión... Con el permiso del papá, el niño entró a un universo que muy pocos de los pasajeros podemos apreciar. Todo porque desde que el niño subió al avión lo hizo pensando en una sola cosa: Conocer al Capitán y su cabina de mando... Y lo logró.

Traté de observar las caras de los otros pasajeros pero creo que nadie se dio cuenta del atrevimiento del niño. Todos estaban esperando que se abrieran las puertas para salir. Otros estaban atentos a su equipaje. Otros estaban ansiosos por ver a sus familiares. Algunos contentos de haber llegado a su destino. Muy pocos se dieron cuenta de la aventura personal del niño atrevido que no se contentó solo con volar... Quiso más. Y lo alcanzó...

Cuando salimos quedé pensando en todos los viajeros de ese vuelo. Todos habían alcanzado su meta. Habían llegado sanos y salvos a su destino. Todos contentos con lo que querían. Solo hubo una persona que no estaba satisfecha hasta lograr su verdadero fin. El niño me enseño mucho. El vuelo, para él no era el fin, era el medio. Como muchos en la iglesia: Es un fin. Ya no hay más que el culto. Terminado este se termina todo. Sin expectativas de más. Sin deseos de saber que hay detrás de los cantos, de los coros y de la prédica. Son los conformistas. Los que no hacen nada más que asistir. Se abrochan los cinturones porque son obedientes. Ponen sus asientos rectos cuando lo ordenan porque escuchan las instrucciones. Pero cuando se termina el culto, salen en busca de sus propios intereses... Hasta el próximo domingo que se repite su rutina...

Este niño nunca olvidará el cumplimiento de su deseo. Su vida fue marcada porque se atrevió a pedir más. Porque tuvo la fe suficiente para saber que el Capitán lo podía recibir y mostrarle los misterios que hacen que un avión tan grande pueda volar libre por el firmamento...

Quizá este escrito le sirva para que el próximo culto que haya en su iglesia sea diferente. Quizá usted también pueda entrar a la Nave, sentarse, obedecer las instrucciones pero anhelar algo más que lo que los demás hacen. Desear ver al Capitan Jesus y que Èl le muestre los misterios que hacen girar el firmamento sin que este se desplome en el vacío... Solo se necesita ser niño. Eso es todo...

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