HUIR
Hay situaciones en nuestra vida que muy pocos se quedan... La mayoría huye. Huye a la cantina para pedirle ayuda al licor para nebulizar sus sentidos y hacerse creer que no pasa nada. Otros huyen a las drogas. Se adormecen para esconderse en las tinieblas de la negación de la realidad. Hay mujeres que huyen y se esconden en la prostitución para calmar la tormenta que aqueja su alma. Mientras más duela mas se olvida. Más se paga. Mientras más abajo se llegue menos realidad hay en la vida... Pregùntele al hijo pródigo. Llegó al fondo para olvidar su dolor. Su traición a su Padre. Su madre no aparece en la historia. Quizá porque había muerto y el joven busca donde llenar ese vacío. Y cree que puede valerse por sí mismo. Quiso pagar su autosuficiencia. No necesito de nada ni de nadie -se había dicho- pero se equivocó. Tuvo hambre y ni los cerdos quisieron compartir su comida con él...
Huir del dolor. Muchos optan por hacerlo. No nos gusta el dolor. A Jesus le dio temor el dolor de la Cruz. El dolor del abandono del Padre. A quedarse solo. El dolor del olvido. El dolor del hambre en las entrañas. En el corazón. En los sentidos... ¿Qué se puede hacer ante el dolor? ¿Huir? Pero, ¿a donde? Fue la pregunta de David: ¿A donde me iré de tu Presencia...? El dolor de haber matado a su amigo Urìas y causar la muerte de su primogénito lo perseguía día y noche. Y hace la fatídica pregunta al cielo: ¿A donde me iré, Señor...?
Cuando huimos del dolor pagamos un precio muy alto. Nos mata poco a poco. Quizá por eso la traducción de la palabra "dolor" en ingles viene de la raíz reave. Significa "sacar por la fuerza, saquear, robar". Porque el dolor roba. Roba las fuerzas. Roba la confianza en el que nos traicionó. Roba la fe en Dios. Nos saca de nuestra zona de confort y nos hace vagar de iglesia en iglesia o de fe en fe...
El dolor nos roba vacaciones. Nos roba descanso. No dormimos bien. No comemos bien. No vivimos bien. El dolor nos roba los mejores recuerdos de nuestra niñez. Los mejores recuerdos de los cumpleaños que disfrutamos antes. El dolor saquea lentas caminatas por el parque, charlas durante el café en compañía de aquella persona que nos amó. Nos roba encuentros hermosos y canciones que entonamos cuando sonreíamos...
Y usted queda desolada porque le robaron. Y trata de huir. Quiere esconderse detrás del velo de la tristeza. Detrás de una máscara de "aquí no pasa nada", pero cuando llega la noche y el sol se oculta, la luna muestra su palidez y las nubes ennegrecen su cielo... allí está su dolor. Aunque quiera huir de la fatídica realidad no puede. El amor sigue allí. La pasión aún quema su corazón. Sus ojos aún guardan la sonrisa del hombre que le roba la paz. Usted sabe que es un sentimiento prohibido pero aún así se aferra a su recuerdo o su imagen como a una carbón ardiendo que no importa que queme...
Cuando eso llega a nuestra vida, por muy evangélicos o cristianos que seamos, hemos perdido la normalidad y no la volveremos a encontrar en mucho tiempo... Porque justo cuando creemos que la pasión se ha ido, la bestia del dolor nos vuelve a alcanzar: una canción que nos recuerda su gusto. Un olor que nos recuerda su perfume. Una risa que nos recuerda aquel momento. Un restaurante en donde comimos alguna vez. El gigante del dolor se mantiene allí, agazapado, esperando cualquier momento para acusarnos y no hallamos ningún lugar, como David, en donde escondernos...
Solo hay un lugar en donde hacerlo: Bajo las Alas de Jesus. Bajo su Sombra estaremos seguros. Èl nos esconde porque Èl también luchó contra esa tentación... Para comprendernos y ayudarnos... Huyamos entonces y corramos a sus Brazos. Es el único lugar en el que el dolor no nos encuentra...
Huir del dolor. Muchos optan por hacerlo. No nos gusta el dolor. A Jesus le dio temor el dolor de la Cruz. El dolor del abandono del Padre. A quedarse solo. El dolor del olvido. El dolor del hambre en las entrañas. En el corazón. En los sentidos... ¿Qué se puede hacer ante el dolor? ¿Huir? Pero, ¿a donde? Fue la pregunta de David: ¿A donde me iré de tu Presencia...? El dolor de haber matado a su amigo Urìas y causar la muerte de su primogénito lo perseguía día y noche. Y hace la fatídica pregunta al cielo: ¿A donde me iré, Señor...?
Cuando huimos del dolor pagamos un precio muy alto. Nos mata poco a poco. Quizá por eso la traducción de la palabra "dolor" en ingles viene de la raíz reave. Significa "sacar por la fuerza, saquear, robar". Porque el dolor roba. Roba las fuerzas. Roba la confianza en el que nos traicionó. Roba la fe en Dios. Nos saca de nuestra zona de confort y nos hace vagar de iglesia en iglesia o de fe en fe...
El dolor nos roba vacaciones. Nos roba descanso. No dormimos bien. No comemos bien. No vivimos bien. El dolor nos roba los mejores recuerdos de nuestra niñez. Los mejores recuerdos de los cumpleaños que disfrutamos antes. El dolor saquea lentas caminatas por el parque, charlas durante el café en compañía de aquella persona que nos amó. Nos roba encuentros hermosos y canciones que entonamos cuando sonreíamos...
Y usted queda desolada porque le robaron. Y trata de huir. Quiere esconderse detrás del velo de la tristeza. Detrás de una máscara de "aquí no pasa nada", pero cuando llega la noche y el sol se oculta, la luna muestra su palidez y las nubes ennegrecen su cielo... allí está su dolor. Aunque quiera huir de la fatídica realidad no puede. El amor sigue allí. La pasión aún quema su corazón. Sus ojos aún guardan la sonrisa del hombre que le roba la paz. Usted sabe que es un sentimiento prohibido pero aún así se aferra a su recuerdo o su imagen como a una carbón ardiendo que no importa que queme...
Cuando eso llega a nuestra vida, por muy evangélicos o cristianos que seamos, hemos perdido la normalidad y no la volveremos a encontrar en mucho tiempo... Porque justo cuando creemos que la pasión se ha ido, la bestia del dolor nos vuelve a alcanzar: una canción que nos recuerda su gusto. Un olor que nos recuerda su perfume. Una risa que nos recuerda aquel momento. Un restaurante en donde comimos alguna vez. El gigante del dolor se mantiene allí, agazapado, esperando cualquier momento para acusarnos y no hallamos ningún lugar, como David, en donde escondernos...
Solo hay un lugar en donde hacerlo: Bajo las Alas de Jesus. Bajo su Sombra estaremos seguros. Èl nos esconde porque Èl también luchó contra esa tentación... Para comprendernos y ayudarnos... Huyamos entonces y corramos a sus Brazos. Es el único lugar en el que el dolor no nos encuentra...
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