TRAGEDIA

"Mirad cuán gran amor nos ha otorgado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; y eso somos..." 1 Juan 3:1.

Mmmmm, ¿será cierto que soy hijo o hija de Dios? Bueno, si Juan lo dice es porque algo de verdad debe haber en esa declaración...

Porque yo, realmente, no me siento hija ni hijo de Dios... Y no me siento por la sencilla razón que no actúo como tal. Más parece que soy hijo de cualquiera de mis parientes menos que de Dios. Mis actos, mi conducta, mi carácter, mis pecados, mi lenguaje, mis reacciones, mis miradas de desprecio y mi desdén por lo que me rodea no me hacen sentir que yo sea un hijo de Dios...

He leído tanto sobre los que son llamados "hijos de Dios" que cuando comparo mi vida con la de los demás me quedo chiquita. No quepo en ese molde y me alejo con los ojos en el suelo, arrastrando mis pies en el polvo del camino buscando el lugar a donde pertenezco... según yo, claro...

Jesus me ofrece un lugar en el Trono de la Gracia pero Satanàs me gana la batalla. Me dice a cada rato que me vea al espejo. No tengo ni la imagen ni la semejanza de mi Padre que dice la Biblia. Realmente me parezco a todo, menos a Dios... Especialmente en las mañanas cuando, siendo una mujer amanezco con ojeras porque no dormí bien, amanecí con un carácter que para qué les cuento, me veo al espejo y lo que este refracta no es una hija parecida a Jesus sino quizá a una de mis abuelitas... cuando me piden el desayuno mis hijos, arrastro mi pesado cuerpo hacia la cocina refunfuñando y deseando que nadie tenga hambre... ¿Se parece eso a la bondad de Dios, mi Padre? En absoluto, me dice el Diablo. No me dan ganas de bañarme a veces porque el dolor de vientre me hace doblarme en dos y ni deseos me dan de pasarme el peine por el cabello... ¿Se imaginan? Es entonces cuando ese verso viene a mi mente... "Mirad cuán gran amor nos ha otorgado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; y eso somos..." Y ese verso me asusta. Sì, me asusta porque viendo lo que veo algunos días, tengo que aceptar que algo anda mal en mí...

Y a los hombres nos pasa igual... Amanecemos sin ganas de ir a trabajar. El día está nublado y nuestro interior también. No hay deseos ni de decir "buenos días" porque no creemos que sean buenos. A pesar que la Biblia dice que Dios hace todo bueno en nuestro interior no creemos eso. Nos metemos a la ducha y refunfuñando dejamos caer el agua fría para despabilarnos y quitarnos la modorra de la cama... No nos dan deseos de rasurarnos, tenemos una cara más gris que el mismo color y el espejo también nos manda una pregunta: ¿Tù, un hijo de Dios? ¡Mírate, muchacho! Más parece que seas hijo de la tragedia que del Dios Altísimo... ¿Tù un hijo del Dios del Cielo? ¡Por favor!, no te mientas más... Los hijos de Dios no son como tú...

Esta bien que lo diga la Madre Teresa, está bien para Billy Graham, o para Dante Gebel o Toby Jr... pero ¿tú...? Y decimos, "No, yo no. Todos, menos yo. Me cuesta creer que Dios ame a alguien como yo... Bueno, pues les tengo una buena noticia: Juan dice que sí. Y, para terminar de afirmarlo, dice al final... ¡Y lo somos!. Por lo tanto, no le crean al espejo mis amigos. No le crean ni a sus cansados ojos. Créanle a Dios. Porque ¿saben que? Si alguna cosa es importante para ustedes, también lo es para su Padre Dios... ¿Qué tal esto para empezar o terminar el día...?

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