INGRATITUD

No lo podemos negar: Somos ingratos. Ingratos a más no poder, especialmente con el Señor...

Permítame explicarme:

Antes de las vacaciones estamos muy ocupados orando, ayunando, haciendo vigilias para poder tener argumentos para decirle al Señor que le hemos buscado, que hemos clamado por su favor pero no para agradarlo a Èl sino para agradarnos a nosotros mismos...

Para sentirnos santos. Para hacernos creer que somos espirituales. Y, claro, el Señor, debido a su infinita bondad, nos escucha, no por lo que hacemos sino porque nos ama. Solo por eso. Porque nos ama. Porque quiere mostrarse a nuestras vidas para hacernos volvernos de nuestros malos caminos y tener una verdadera relación de intimidad con Èl... No por lo que nos da sino porque El es Èl...

Porque, ¿qué sucede una vez que hemos alcanzado nuestros milagros? ¿Qué sucede cuando ya tenemos los fondos para irnos de vacaciones, para disfrutar de un largo fin de semana en la playa o en compañía de amigos o en alguna reunión social?  ¿Qué sucede cuando ya no necesitamos orar, ayunar ni hacer nada para que el Señor nos conceda nuestras peticiones?

Lo olvidamos. Nos olvidamos de darle gracias. De continuar reconociendo que sin su Misericordia y ayuda no hubiéramos solucionado nuestros problemas... Nos olvidamos de Èl y ponemos nuestra atención en nuestras cosas... Así de triste... Así de pragmáticos.

Una pregunta entonces: ¿Todavía puede usted recordar lo que hizo Èl por usted? ¿Sigue usted enamorado o enamorada de Èl? ¿Aún recuerda con gratitud el milagro que le hizo el mes pasado? ¿Todavía no puede olvidar cuando extendió su Mano llena de provisión para llenar su refri la quincena que estamos pasando? ¿Todavía tiene en mente que estuvo a punto de caer en algún pecado si no hubiera sido por su amoroso cuidado? Eso fue lo que nos rogó Pablo, que recordemos a Jesus.  Antes de recordar cualquier otra cosa, recordarlo a Èl es lo más importante.  Si olvidamos algo, no nos olvidemos de El..."Acuérdate de Jesucristo..." fue el consejo del mentor de Timoteo...

Pero, seamos sinceros: ¡qué pronto nos olvidamos!  Pasan demasiadas cosas a lo largo de los años.  Tantos cambios por dentro.  Tantas alteraciones por fuera.  Y en algún lugar, ahí detrás, lo dejamos.  No le damos la espalda, no es eso... simplemente no lo llevamos con nosotros.  Vienen los deberes.  Llegan los ascensos laborales.  Se hacen presupuestos y todo alcanza.  Nacen los hijos, y el Cristo... el Cristo bondadoso y amoroso es olvidado...

Así de sencillo. El Cristo que dio su vida por nosotros queda en el desván de los recuerdos hasta la próxima necesidad.  Hasta el próximo reclamo. Hasta la próxima enfermedad...

Hoy es un buen día entonces, amigos, para recordar Su Misericordia y cerrar un instante los ojos y darle gracias... Darle el Honor que merece la Mano que nos alimenta...

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