PERDEDORES
Disculpe lo que va a leer pero creo sin temor a equivocarme, que todos nosotros entramos en esta categoría en algún punto... Yo, por ejemplo... Y, si usted es sincero o sincera, tendrá que hacer un movimiento de cabeza indicando "sí, yo también... "
Porque si somos seguidores de Jesus es porque éramos parte del grupo de los perdedores. Èramos. Ya no lo somos. Y no lo somos solo porque Jesus cambió nuestro estatus a ganadores. Pero si Èl no se hubiera cruzado en nuestra carretera por la vida, piense por un momento en donde estaría usted... Yo ya pensé en donde estaría. Y claro, no me gustó nada el pensamiento...
Así que bendecimos al Señor por habernos buscado, encontrado y salvado, ¿cierto?
Ahora pasemos al protagonista de este escrito...
Lucas es tan magistral para escribir sus historias que a esta creo que le llamaría "La historia del sinverguenza crucificado". Si alguien había sido indigno, este lo era. Si algún hombre merecía morir, quizás era este hombre. Si alguien había sido un perdedor, este tipo encabezaba la lista. Tal vez por eso Jesus lo escogió para mostrarnos lo que piensa de la raza humana...
Probablemente este criminal había escuchado antes al Mesias. Tal vez había visto su amor por los más humildes. Quizás lo había visto cenar con los vándalos, carteristas y mal hablados en las calles. O tal vez no. Quizás lo único que sabía sobre este Mesias era lo que tenía en frente en ese momento: Un predicador azotado, abatido, colgando de unos clavos. Su rostro ensangrentado, sus huesos asomados entre los tejidos rasgados, sus pulmones haciendo esfuerzos por respirar...
Pero algo le dijo que nunca había estado en mejor compañía. Y de algún modo comprendió que, aunque la oración era lo único que le quedaba, por fin había conocido a Aquel a quien se debe orar...
"¿Hay alguna posibilidad que yo pueda estar en tu Reino?"
"Cuenta con eso desde este momento..."
¿Qué ganaba Jesus con esa promesa que se cumplió unos minutos después? Bueno, la samaritana por lo menos pudo llevar la noticia a su pueblo. Zaqueo tenía dinero para comprar las especias. ¿Pero este impertinente? ¿Qué le podía ofrecer a cambio a Jesus si lo llevaba a comer a su mesa minutos más tarde? Eso es lo que me asombra de mí mismo: ¿Qué le puedo dar a cambio a Jesus por lo que ha hecho por mí? Ninguno de nosotros lo merece. Pensémoslo bien: cualquier aporte que podamos hacer para beneficio de Jesus daría lástima. Nadie de nosotros, ni siquiera el más puro merece el cielo más de lo que lo merecía este sinverguenza... Todos nos hemos beneficiado de la tarjeta VIP de Jesus para entrar a su Gloria... Todo lo que tenía este hombre era lo que todos nosotros tuvimos un día: Una oración... y una respuesta... Eso fue y eso es todo... ¡Maravilloso! ¿No creen, mis amigos?
Ahora, para más intriga, piensen: Unos minutos antes, colgando de una cruz. Hablando sandeces. Insultando a Jesus. Profiriendo maldiciones y burlas. Una oración. Una respuesta. Y minutos después, caminando en las calles de oro del cielo, comiendo manjares celestiales, viendo el Rostro del Padre y una cara de felicidad que diría: "Esto ni los teólogos más sabios lo pueden imaginar..."
Porque si somos seguidores de Jesus es porque éramos parte del grupo de los perdedores. Èramos. Ya no lo somos. Y no lo somos solo porque Jesus cambió nuestro estatus a ganadores. Pero si Èl no se hubiera cruzado en nuestra carretera por la vida, piense por un momento en donde estaría usted... Yo ya pensé en donde estaría. Y claro, no me gustó nada el pensamiento...
Así que bendecimos al Señor por habernos buscado, encontrado y salvado, ¿cierto?
Ahora pasemos al protagonista de este escrito...
Lucas es tan magistral para escribir sus historias que a esta creo que le llamaría "La historia del sinverguenza crucificado". Si alguien había sido indigno, este lo era. Si algún hombre merecía morir, quizás era este hombre. Si alguien había sido un perdedor, este tipo encabezaba la lista. Tal vez por eso Jesus lo escogió para mostrarnos lo que piensa de la raza humana...
Probablemente este criminal había escuchado antes al Mesias. Tal vez había visto su amor por los más humildes. Quizás lo había visto cenar con los vándalos, carteristas y mal hablados en las calles. O tal vez no. Quizás lo único que sabía sobre este Mesias era lo que tenía en frente en ese momento: Un predicador azotado, abatido, colgando de unos clavos. Su rostro ensangrentado, sus huesos asomados entre los tejidos rasgados, sus pulmones haciendo esfuerzos por respirar...
Pero algo le dijo que nunca había estado en mejor compañía. Y de algún modo comprendió que, aunque la oración era lo único que le quedaba, por fin había conocido a Aquel a quien se debe orar...
"¿Hay alguna posibilidad que yo pueda estar en tu Reino?"
"Cuenta con eso desde este momento..."
¿Qué ganaba Jesus con esa promesa que se cumplió unos minutos después? Bueno, la samaritana por lo menos pudo llevar la noticia a su pueblo. Zaqueo tenía dinero para comprar las especias. ¿Pero este impertinente? ¿Qué le podía ofrecer a cambio a Jesus si lo llevaba a comer a su mesa minutos más tarde? Eso es lo que me asombra de mí mismo: ¿Qué le puedo dar a cambio a Jesus por lo que ha hecho por mí? Ninguno de nosotros lo merece. Pensémoslo bien: cualquier aporte que podamos hacer para beneficio de Jesus daría lástima. Nadie de nosotros, ni siquiera el más puro merece el cielo más de lo que lo merecía este sinverguenza... Todos nos hemos beneficiado de la tarjeta VIP de Jesus para entrar a su Gloria... Todo lo que tenía este hombre era lo que todos nosotros tuvimos un día: Una oración... y una respuesta... Eso fue y eso es todo... ¡Maravilloso! ¿No creen, mis amigos?
Ahora, para más intriga, piensen: Unos minutos antes, colgando de una cruz. Hablando sandeces. Insultando a Jesus. Profiriendo maldiciones y burlas. Una oración. Una respuesta. Y minutos después, caminando en las calles de oro del cielo, comiendo manjares celestiales, viendo el Rostro del Padre y una cara de felicidad que diría: "Esto ni los teólogos más sabios lo pueden imaginar..."
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