DISFRACES 3
Nunca pensamos en lo que teníamos hasta que lo perdemos... Nunca valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos... Como a la persona amada. Cuando nos quedamos solos entonces empezamos a ver lo valiosa que era esa amistad. Entonces empezamos a ver la falta que nos hace su mirada, su sonrisa o su sola presencia...
Hasta que lo perdemos. Mientras tanto creemos que no hace falta disfrutar la casa. El matrimonio. Los hijos. Los padres. El barrio...
La cara del muchacho estaba aún mojada cuando se sentó junto a la alberca de los cerdos... Por primera vez en mucho tiempo pensò en su casa. Los recuerdos revivieron el afecto. Recuerdos de risas en la mesa durante la cena. Recuerdos de una cama tibia. Recuerdos de noches en la terraza con su padre cuando escuchaban el canto hipnótico de los grillos... Recuerdos de cuando se subía a los árboles a bajar frutos dulces y que su padre recibía allá abajo.
"Padre", dijo secretamente. "Siempre han dicho que me parezco a ti. Ahora ni siquiera me reconocerías. Vaya, creo que echè todo perder, ¿no es así" pensò para sus adentros... Se paró y empezó a caminar...
El camino a la casa era más largo de lo que recordaba. La última vez que lo caminó, atrajo miradas por su estilo de vestir. Elegante. Corte de cabello a la moda. Impecable. Ropa cara. De marca. En su muñeca un caro reloj. Zapatos lustrosos y finos. Olía a loción de diseñador. Pero hoy, si atrajo miradas fue porque apestaba. Sus ropas estaban gastadas, su cabello enmarañado y sus pies llenos de mugre. Iba descalzo. Pero iba gozoso...
No le molestaban las miradas de la gente porque, por primera vez en una larga temporada de disfraces, tenía una conciencia limpia. Aunque por fuera iba sucio y apestoso, por dentro se sentía oloroso a amor, a ternura, a cariño... Se sentía valiente. Se sentía puro. Se sentía en paz...
No tenía dinero, ni nombre, ni fama, ni nada elegante. Tampoco tenía más excusas. Tampoco tenía idea de lo mucho que su padre lo había extrañado...
Iba a casa. Regresaba como un hombre transformado. No exigiendo que le dieran lo que merecía, sino dispuesto a recibir cualquier cosa que le ofrecieran... Eso iba a ser suficiente. Que le dieran lo menos que merecía para volver a estar al lado del Padre que siempre lo esperò... Iba sin disfraz. Iba sin máscara. Iba tal cual era. Ya no había nada que fingir, porque nada había estado bien. Ahora iba a estar en la realidad. Su Padre le iba a dar la ropa adecuada, la verdadera, en nada parecida a la que había usado en el estercolero. Se convenció que necesitaba echar a la basura, como Pablo, todo lo que había creído que le daba abolengo. Ya nada de eso le servía porque se dio cuenta que en realidad no es la verdad. Llegaba a casa, eso era lo importante. En la casa no hay máscaras ni disfraces. Iba a ser él. Así de sencillo. Sin nada superficial. Sin tener que fingir nada...
¿Le parece conocida la historia? No sé usted, pero es parecida a la mía... En tres días le he contado mi vida. Le he contado de mis disfraces. Le he hablado de mis màscaras. Le he contado de mis tristezas y amarguras. De mis realidades. Y por sobre todo, de mi encuentro ¡otra vez! con mi Padre Celestial...
Gracias pastor Berges por el valor de compartir sus experiencias, ya que sus escritos ayudan mucho en todo tiempo. En lo personal cuando no encuentro respuesta a diferentes situaciones de mi vida... Vengo a tomar agua de este pozo y he sido bendecida... Gracias!
ResponderEliminarMuy bonito Pastor... Que El SEÑOR Jesús lo siga usando.. Bendiciones
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