TUMBAS
La tradición dice que hace dos mil años, en un día como hoy, Domingo muy temprano, Maria magdalena y otras mujeres llegaron a la tumba en donde habían puesto a Jesus después de haber sido crucificado y muerto el viernes pasado...
La encontraron vacía...
Juan 20:1 "Y el primer día de la semana María Magdalena fue temprano al sepulcro, cuando todavía estaba oscuro, y vio que ya la piedra había sido quitada del sepulcro. Entonces corrió y fue a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo:Se han llevado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde le han puesto"
En nuestras vidas, más allá adentro de donde los demás ven, muy dentro de las corbatas y los trajes que llevamos puestos, más allá del maquillaje que esconde ciertas imperfecciones del rostro y de la piel, más allá de los perfumes que exhalan de nuestra piel, se esconden sepulcros, tumbas en donde hemos enterrado nuestros recuerdos más dolorosos...
Como a Jesus, lo enterraron en una cueva y pusieron una pesada piedra para que nadie tocara su cadàver, así nosotros hemos puesto pesadas piedras en el fondo de nuestro corazón para sellar las tumbas en donde yacen inertes las cosas que no queremos resucitar...
Los besos que dimos en lugares prohibidos, en zonas prohibidas en cuerpos prohibidos. Las caricias que nos dieron en momentos de baja pasión. Los cigarrillos que fumamos en escondidas para aceptar los retos de los muchachos de la escuela. El "si" que usted le dio a aquel compañero de estudios solo para probar qué era tener novio. La vez que tuvo que mentir y no decir la verdad cuando se fue al baile con sus amigas del colegio. O la noche que quedó enterrada en la tumba de su alma cuando permitió que su novio pusiera su mano en lugares que nunca debió haber tocado...
Todos tenemos sepulcros... Pero al igual que la tumba de Jesus, la piedra no fue suficientemente pesada como para evitar que El resucitara, así nosotros de pronto, como hoy, leyendo este artículo, las letras van removiendo la pesada piedra que pusimos y está empezando a resucitar esos feos recuerdos que no queremos que nadie sepa. No hay problema. No tiene porque saberlo nadie. Lo importante es que los removamos nosotros. Que seamos nosotros mismos quienes quitemos esas piedras que ocultan nuestras verdaderas identidades. Debemos dejar que la Mano Poderosa del Señor remueva y escarbe profundo en esas tumbas que están ocultas y escondidas detrás de un caro perfume o de un traje de última gala...
¿Por qué? Bueno, porque en esas tumbas no solo hay enterradas esas cosas que nos avergüenzan, pero también están enterrados pedazos de nuestra virtud. En cada recuerdo enterrado en esos sepulcros está enterrado un pedazo de mí mismo. De lo que fui. De lo que hice. De lo que permití que hicieran conmigo. Un pedazo de mí mismo yace en esos sepulcros y eso no permite que yo sea realmente libre. Por eso. Por eso es necesario que después de leer estas líneas inclinemos el rostro y silenciosamente le digamos al Señor: Resucitame, Señor. Resucitame de ese feo pasado y levàntame a una nueva experiencia de vida. Sin tumbas. Sin sepulcros. Sin nada enterrado en el fondo de mi ser...
La encontraron vacía...
Juan 20:1 "Y el primer día de la semana María Magdalena fue temprano al sepulcro, cuando todavía estaba oscuro, y vio que ya la piedra había sido quitada del sepulcro. Entonces corrió y fue a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo:Se han llevado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde le han puesto"
En nuestras vidas, más allá adentro de donde los demás ven, muy dentro de las corbatas y los trajes que llevamos puestos, más allá del maquillaje que esconde ciertas imperfecciones del rostro y de la piel, más allá de los perfumes que exhalan de nuestra piel, se esconden sepulcros, tumbas en donde hemos enterrado nuestros recuerdos más dolorosos...
Como a Jesus, lo enterraron en una cueva y pusieron una pesada piedra para que nadie tocara su cadàver, así nosotros hemos puesto pesadas piedras en el fondo de nuestro corazón para sellar las tumbas en donde yacen inertes las cosas que no queremos resucitar...
Los besos que dimos en lugares prohibidos, en zonas prohibidas en cuerpos prohibidos. Las caricias que nos dieron en momentos de baja pasión. Los cigarrillos que fumamos en escondidas para aceptar los retos de los muchachos de la escuela. El "si" que usted le dio a aquel compañero de estudios solo para probar qué era tener novio. La vez que tuvo que mentir y no decir la verdad cuando se fue al baile con sus amigas del colegio. O la noche que quedó enterrada en la tumba de su alma cuando permitió que su novio pusiera su mano en lugares que nunca debió haber tocado...
Todos tenemos sepulcros... Pero al igual que la tumba de Jesus, la piedra no fue suficientemente pesada como para evitar que El resucitara, así nosotros de pronto, como hoy, leyendo este artículo, las letras van removiendo la pesada piedra que pusimos y está empezando a resucitar esos feos recuerdos que no queremos que nadie sepa. No hay problema. No tiene porque saberlo nadie. Lo importante es que los removamos nosotros. Que seamos nosotros mismos quienes quitemos esas piedras que ocultan nuestras verdaderas identidades. Debemos dejar que la Mano Poderosa del Señor remueva y escarbe profundo en esas tumbas que están ocultas y escondidas detrás de un caro perfume o de un traje de última gala...
¿Por qué? Bueno, porque en esas tumbas no solo hay enterradas esas cosas que nos avergüenzan, pero también están enterrados pedazos de nuestra virtud. En cada recuerdo enterrado en esos sepulcros está enterrado un pedazo de mí mismo. De lo que fui. De lo que hice. De lo que permití que hicieran conmigo. Un pedazo de mí mismo yace en esos sepulcros y eso no permite que yo sea realmente libre. Por eso. Por eso es necesario que después de leer estas líneas inclinemos el rostro y silenciosamente le digamos al Señor: Resucitame, Señor. Resucitame de ese feo pasado y levàntame a una nueva experiencia de vida. Sin tumbas. Sin sepulcros. Sin nada enterrado en el fondo de mi ser...
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