COFRES

Siempre fui un apasionado por la historia. Fue una de las materias que más me gustaron en mis tiempos de estudiante. La historia del mundo, de los países, de las gentes, de las ciudades... Aún hoy, me gusta saber la historia de la gente que se relaciona conmigo.

Cuando alguien me acompaña a predicar a donde el Señor me envía, lo primero que le pido que me cuente es su historia. Quiero saber quién eres, quien has sido y qué has hecho. No solo para enterarme sino para aprender. Se aprende del pasado. Aún la Biblia lo dice: "Estas cosas se escribieron para nuestra enseñanza...". Es hermosa la historia...

Y la historia normalmente se guarda en cofres. Mi abuelita tenía uno de esos. Era de madera oscura, algo rayado por el tiempo que había pasado, pero cuando yo la visitaba, le pedía permiso para saber qué guardaba en él. Normalmente guardaba vestidos que había usado en alguna ocasión, ropa de cama, papeles personales y fotos. ¡Ah! las fotos. Amarillentas, dobladas y casi borradas. Modas antiguas. Algunas obsoletas y otras muy hermosas de ver...

Pero también, dentro de su cofre, ella guardaba otro cofre más pequeño, del tamaño de una caja de zapatos. Solo que este cofre no me permitía verlo, ya que tenía un candidato pequeño que lo impedía. Además, cuando le pedía que me lo abriera para ver su contenido se negó rotundamente. ¡Allí no hay nada que te interese! me decía un poco molesta...

Hoy, a mis sesentisiete años, recordando ese episodio y conociendo un poco más de la vida, especialmente la Vida de Cristo, me viene a la memoria ese cofre... Porque todos tenemos un cofre en nuestras vidas. Todos guardamos algo bajo llave... Son cosas que guardamos con candado y evitamos que alguien más se entere. Son cosas de nuestro pasado. Son cosas que alguna vez hicimos y nos avergüenza que alguien más se entere. Ese cofre está bien sellado en nuestros recuerdos. Son tan íntimos que casi nunca lo abrimos ni para verlo nosotros. Nos duelen algunas cosas. Nos ruborizan otras. Nos hacen preguntarnos: "¿cómo fui capaz de hacer eso?" "¿en qué estaba pensando cuando cedí a ese deseo tan horrible?" Y enviamos esos papelitos, recuerdos y notas a lo más recóndito de nuestros cofres que otros pueden ver, menos ese...

Y ese es precisamente el cofre que Jesus espera que le abramos. A Èl no le asustará lo que vea. A Èl no le sorprenderá lo que pueda encontrar en ese cofre.  Para Èl ver lo que hay allí no será motivo de burla ni de risa. Es más, Èl tiene tanto poder para abrirlo sin nuestro permiso pero prefiere que nosotros lo abramos. Porque Èl es un caballero. No le gusta violar nuestros cofres. Mejor pide que lo abramos nosotros no para fisgonear en su interior sino para liberarnos de los recuerdos que nos amargan la existencia. Escuche sus palabras: "Dame hijo mío, tu corazón, porque de él mana la vida". Yo lo pondría así: "Dame hijo, dame hija tu cofre, porque de ese cofre mana tu tristeza, tu vergüenza, tu ansiedad, tu estrés, tu temor que alguien más sepa que lo que hay dentro de él. Dámelo. Yo echaré en el fondo del mar todo lo que encuentre dentro y tú quedaras limpio y limpia de esos oscuros recuerdos..."

¿Tiene usted algún pequeño cofre bien sellado con candado en su corazón para que nadie lo abra? Mejor ábralo usted para que Jesus entierre todo lo que pueda haber allí, antes que algún nieto travieso trate de abrirlo sin su permiso...

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