¿QUE VIERON...?

Los hombres de Emaùs tenían un problema: No tenían visión. Ellos, como nosotros, esperaban un reino terrenal. Ellos no vieron más allá del tiempo y la distancia. Ellos solo vieron como enterraron a Jesus en la tumba de José de Arimatea y punto. Se acabó su sueño de libertad. Caput...

Por eso van camino a su aldea a refugiarse  y lamentarse por el tiempo perdido esperando que sus esperanzas se cumplieran. Esperanzas de libertad política. Libertad social. Libertad de nación. No entendieron que lo que Jesus ofreció fue libertad del alma, libertad del pecado, libertad para aprender a decir "no" cuando los deseos querían decir "sí". Eso no lo comprendieron. Y ahora, después del suceso de la Cruz, van cabizbajos, pensando en su fracaso, pensando en que su Maestro está muerto y con él muertas también sus esperanzas...

Como nosotros. Vivimos muchas veces lamentándonos de haber aceptado un Pacto con Jesus y cuando las respuestas que nos llegan no llenan nuestras expectativas nos sentimos defraudados. Engañados por un evangelio que no llena nuestro horizonte y nuestra vida sigue igual. Como los discípulos de Emaùs nos vamos a nuestra aldea de pobreza, de ignorancia y de soledad a lamernos nuestras heridas y vivir mediocremente, sumidos en la miseria de la condolencia íntima y dolorosa.

Perdemos la esperanza.  La esperanza no es un deseo cumplido o un favor ejecutado. No. Es mucho más que eso. Es una dependencia extravagante e impredecible en un Dios a quien le encanta sorprendernos al estar ahí, en persona, para ver nuestra reacción. A Dios le gusta vernos reírnos de sorpresa como Sara cuando quedó embarazada, como Jacob cuando encontró a José en Egipto, como Josué cuando vio caer las murallas de Jericó. Eso le gusta al Señor. Hacernos reír de sorpresa. No es que sea chistoso, es sorprendente como Èl hace los milagros que ya no esperábamos...

Así las cosas, los discípulos de Emaùs van pensando en las cosas que pasaron. Vuelven a su rutina horrible y gris. Pero usted ya sabe qué pasó: Jesus les alcanza en el camino y empieza a caminar junto con ellos pero no lo reconocen hasta que...

Partió el pan...

¿Qué fue lo que vieron cuando partió el pan con ellos? Vieron las señales de los clavos en sus manos. Vieron perforadas sus manos y las cicatrices de lo que los romanos habían hecho en sus manos... Vieron a Jesus resucitado. Allí, dice la Escritura, se les abrieron los ojos... Jesus desaparece y ellos ríen. Ríen de gozo. Ríen de alegría. Ríen de vergüenza. Ríen de emoción... Se olvidan de la comida y regresan brincando y con los vellos de su cuerpo erizados por la emoción y gritan a los del aposento alto: ¡Hemos visto al Señor...!

Así será con usted. No creen que sea cristiano. Lo están viendo pero no ven las marcas de su nuevo nacimiento. No espere que lo hagan. Insista. Siga caminando con su esposa, con sus hijos, con sus compañeros de trabajo. No se esconda en las cuatro paredes de un templo. Muestrese ante ellos y en cualquier momento, quizá cuando menos lo espere, ellos también reirán y dirán: ¡Ya no es el mismo! ¡Mi papá cambio! ¡Mi mamá ya no grita! ¡Mi esposo ya no adultera, no se emborracha, ya no me pega...! Deje que ellos lo vean...

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