OLORES
El hombre ha aterrizado en una playa... Está chorreando agua por todos lados. Huele a aliento de ballena. De sus ropas destilan unas babas que huelen a jugos gástricos y una ligas verdosas cuelgan de su piel... Su barba está echa un manojo de algas que atrapó en su viaje en el interior de un gran pez... Todo él es un espectáculo nada agradable a la vista...
Empieza a caminar sobre la arena buscando la ciudad para anunciar lo que debió anunciar sin necesidad de haber pasado por la fea experiencia de haber sido transportado por un monstruo marino y vomitado, así como suena, vomitado en la playa de Nìnive...
Ya sabe de quien le estoy hablando. Acertó. De Jonas. El viajero indómito, el hombre que no le gustaban ciertas gentes. El mensajero de Dios que no quiso ir a donde le dijeron que fuera, pero terminó precisamente donde le enviaron... Aún chorreando babas de ballena... No importa como llego, lo importante es que llegó... Y entregó el mensaje que Dios le había dado para ese pueblo.
Así es con muchos de nosotros.
A veces nos tiene que tragar un problema para que obedezcamos al Señor. Solo que en vez de chorrear agua, babas, ligas y algas marinas, chorreamos deudas. Chorreamos divorcios, enfermedades y fracasos... No olemos a pescado pero sí olemos a pecado. Como el hijo pródigo que olía a cerdos cuando regresó a la casa del Padre. Después de oler a Carolina Herrera olía a excrementos y algarrobas de cerdos. Pero regresó. Eso era lo importante. El olor se quitó con un baño. La desobediencia se quitó con la vergüenza y el dolor de haber fallado... El olor a cerdos se quitó con el beso del Padre que lo cubrió con su Manto de Misericordia para que nadie sintiera lo apestoso que regresó su querido hijo... Eso es amor. Y del verdadero...
Ahora, me pregunto: ¿Por què necesitamos regresar llenos de problemas a la Casa del Padre? ¿Acaso no nos sirven de ejemplo estos personajes que nos cuentan su historia para que no repitamos lo mismo? ¡Ah! Pero nos gustan las experiencias personales. No hacemos caso de los avisos del camino...
Y preferimos también, como Jonas y el pródigo, darnos una vuelta por los senderos prohibidos y tenemos que sufrir las consecuencias de ser tragados por el infortunio. Tragados por los monstruos bancarios al adquirir tantas deudas, preferimos llegar con la casa embargada, con el matrimonio a punto de quebrarse, con la hija embarazada de a saber quien, con un desempleo a cuestas, con las tarjetas de crèdito hasta el tope, con el carro sin gasolina y sin familia... Preferimos llegar oliendo a cerdos, a alcohol, a drogas y complejos, cuando Dios espera que lleguemos con lo mínimo a arreglar...
Todo lo que el Señor desea es que lleguemos a su presencia sin los olores, babas ni algas pegadas a nuestro corazón. Su deseo es que lleguemos sin las manchas del lodazal del chiquero en donde hemos estado dizque disfrutando de la buena vida... No. No ha sido buena. Ha sido pésima. La verdadera buena vida està a su lado. En sus brazos. En su Presencia. En su Gloria. En su compañía...
Empieza a caminar sobre la arena buscando la ciudad para anunciar lo que debió anunciar sin necesidad de haber pasado por la fea experiencia de haber sido transportado por un monstruo marino y vomitado, así como suena, vomitado en la playa de Nìnive...
Ya sabe de quien le estoy hablando. Acertó. De Jonas. El viajero indómito, el hombre que no le gustaban ciertas gentes. El mensajero de Dios que no quiso ir a donde le dijeron que fuera, pero terminó precisamente donde le enviaron... Aún chorreando babas de ballena... No importa como llego, lo importante es que llegó... Y entregó el mensaje que Dios le había dado para ese pueblo.
Así es con muchos de nosotros.
A veces nos tiene que tragar un problema para que obedezcamos al Señor. Solo que en vez de chorrear agua, babas, ligas y algas marinas, chorreamos deudas. Chorreamos divorcios, enfermedades y fracasos... No olemos a pescado pero sí olemos a pecado. Como el hijo pródigo que olía a cerdos cuando regresó a la casa del Padre. Después de oler a Carolina Herrera olía a excrementos y algarrobas de cerdos. Pero regresó. Eso era lo importante. El olor se quitó con un baño. La desobediencia se quitó con la vergüenza y el dolor de haber fallado... El olor a cerdos se quitó con el beso del Padre que lo cubrió con su Manto de Misericordia para que nadie sintiera lo apestoso que regresó su querido hijo... Eso es amor. Y del verdadero...
Ahora, me pregunto: ¿Por què necesitamos regresar llenos de problemas a la Casa del Padre? ¿Acaso no nos sirven de ejemplo estos personajes que nos cuentan su historia para que no repitamos lo mismo? ¡Ah! Pero nos gustan las experiencias personales. No hacemos caso de los avisos del camino...
Y preferimos también, como Jonas y el pródigo, darnos una vuelta por los senderos prohibidos y tenemos que sufrir las consecuencias de ser tragados por el infortunio. Tragados por los monstruos bancarios al adquirir tantas deudas, preferimos llegar con la casa embargada, con el matrimonio a punto de quebrarse, con la hija embarazada de a saber quien, con un desempleo a cuestas, con las tarjetas de crèdito hasta el tope, con el carro sin gasolina y sin familia... Preferimos llegar oliendo a cerdos, a alcohol, a drogas y complejos, cuando Dios espera que lleguemos con lo mínimo a arreglar...
Todo lo que el Señor desea es que lleguemos a su presencia sin los olores, babas ni algas pegadas a nuestro corazón. Su deseo es que lleguemos sin las manchas del lodazal del chiquero en donde hemos estado dizque disfrutando de la buena vida... No. No ha sido buena. Ha sido pésima. La verdadera buena vida està a su lado. En sus brazos. En su Presencia. En su Gloria. En su compañía...
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