PERDON
Nunca estaremos totalmente limpios mientras no confesemos que estamos sucios...
Nunca alcanzaremos la pureza mientras no aceptemos nuestra inmundicia...
Nunca podremos lavar los pies de quienes están heridos mientras no dejemos que Jesus, a quien hemos herido, lave los nuestros...
Este es el secreto del perdón. Nunca podremos perdonar más de lo que Dios ya nos perdonó. Solo dejando que nos lave los pies podremos tener fuerzas para lavárselos a otros, no importando lo que nos puedan haber hecho... El perdón se puede dar solo cuando se ha recibido. Y se puede pedir a fuerza de suplicarlo al Señor cada día...
¿Difícil de creer? ¿Difícil concebir que se puede perdonar a quien nos ha herido? ¿Qué tal la frase bíblica: "Herido fue por nuestros pecados...? ¿Se nos olvida que los latigazos, las escupidas, las espinas en su frente, los golpes en el rostro y los ojos amoratados de Jesus fueron por culpa nuestra? ¿Se nos olvida que todo eso lo sufrió para que nosotros no lo pasemos? Y, claro, después de haber pedido perdón y haberlo hecho nuestro Señor y Salvador, lo volvimos a herir. Lo volvimos a avergonzar. Volvimos a caminar por el sendero equivocado... Y ¿qué hizo Èl? Escuchó nuestro ruego cuando volvimos con los ojos en el suelo pidiendo perdón... Otra vez: ¿Qué hizo Èl? Sencillamente nos perdonó. Porque conoce nuestra naturaleza pecadora. Somos proclives al pecado. Y Èl lo sabe, lo entiende y nos perdona...
Bueno, hasta aquí hemos hablado de Jesus... ¿Y qué de nosotros? Si Jesus nos perdonó y continúa haciendolo, ¿por qué nosotros no vamos a imitarlo? ¡Ah! pastor Berges, es que lo que me hicieron sobrepasa el deseo de perdonar... ¡Muy bien! ¿Y lo que nosotros le hicimos a Jesus no sobrepasa todo deseo de perdonar también? Sin embargo Èl olvida el perdón de ayer y hoy es nueva su misericordia...
Pedro lo preguntó: ¿Cuantas veces debo perdonar a quien me ofenda? ¿dos, tres, cuatro veces? ¿cuantas, Jesus? Creo que a Pedro como a usted o a mí, se le pararon los pelos cuando escucho la respuesta: Setenta veces... cada día. Setenta veces... cada día. No una vez al año. No cada seis meses. No. Cada día. Cada día. Cada día... Al cónyuge que no termina de cambiar. Perdònelo cada día. Cuando siga dejando la toalla mojada en la cama: perdònelo. Cuando a su esposa se le vuelva a ir la mano con la sal en la comida: perdònela. Cuando la hija se tarde en el baño y usted se retrase en su salida: perdònela. Cuando el vecino vuelva a poner su música a todo volumen: perdònelo. Cuando el perro ladre toda la noche y no le deje dormir otra vez: perdònelo.
Jesus perdonò a Judas, sì, al traidor. Al que le vendió a sus torturadores. Perdonó al hombre que lo insultó mientras colgaba de la cruz. Perdonó a quienes lo clavaron y le dieron vinagre cuando tuvo sed. Los perdonó...
Digamos que no fue fácil para Jesus.
Digamos que no va a ser fácil para nosotros.
Digamos que Dios nunca nos pedirá hacer algo que Èl ya no haya hecho... ¿Lo nota...?
Nunca alcanzaremos la pureza mientras no aceptemos nuestra inmundicia...
Nunca podremos lavar los pies de quienes están heridos mientras no dejemos que Jesus, a quien hemos herido, lave los nuestros...
Este es el secreto del perdón. Nunca podremos perdonar más de lo que Dios ya nos perdonó. Solo dejando que nos lave los pies podremos tener fuerzas para lavárselos a otros, no importando lo que nos puedan haber hecho... El perdón se puede dar solo cuando se ha recibido. Y se puede pedir a fuerza de suplicarlo al Señor cada día...
¿Difícil de creer? ¿Difícil concebir que se puede perdonar a quien nos ha herido? ¿Qué tal la frase bíblica: "Herido fue por nuestros pecados...? ¿Se nos olvida que los latigazos, las escupidas, las espinas en su frente, los golpes en el rostro y los ojos amoratados de Jesus fueron por culpa nuestra? ¿Se nos olvida que todo eso lo sufrió para que nosotros no lo pasemos? Y, claro, después de haber pedido perdón y haberlo hecho nuestro Señor y Salvador, lo volvimos a herir. Lo volvimos a avergonzar. Volvimos a caminar por el sendero equivocado... Y ¿qué hizo Èl? Escuchó nuestro ruego cuando volvimos con los ojos en el suelo pidiendo perdón... Otra vez: ¿Qué hizo Èl? Sencillamente nos perdonó. Porque conoce nuestra naturaleza pecadora. Somos proclives al pecado. Y Èl lo sabe, lo entiende y nos perdona...
Bueno, hasta aquí hemos hablado de Jesus... ¿Y qué de nosotros? Si Jesus nos perdonó y continúa haciendolo, ¿por qué nosotros no vamos a imitarlo? ¡Ah! pastor Berges, es que lo que me hicieron sobrepasa el deseo de perdonar... ¡Muy bien! ¿Y lo que nosotros le hicimos a Jesus no sobrepasa todo deseo de perdonar también? Sin embargo Èl olvida el perdón de ayer y hoy es nueva su misericordia...
Pedro lo preguntó: ¿Cuantas veces debo perdonar a quien me ofenda? ¿dos, tres, cuatro veces? ¿cuantas, Jesus? Creo que a Pedro como a usted o a mí, se le pararon los pelos cuando escucho la respuesta: Setenta veces... cada día. Setenta veces... cada día. No una vez al año. No cada seis meses. No. Cada día. Cada día. Cada día... Al cónyuge que no termina de cambiar. Perdònelo cada día. Cuando siga dejando la toalla mojada en la cama: perdònelo. Cuando a su esposa se le vuelva a ir la mano con la sal en la comida: perdònela. Cuando la hija se tarde en el baño y usted se retrase en su salida: perdònela. Cuando el vecino vuelva a poner su música a todo volumen: perdònelo. Cuando el perro ladre toda la noche y no le deje dormir otra vez: perdònelo.
Jesus perdonò a Judas, sì, al traidor. Al que le vendió a sus torturadores. Perdonó al hombre que lo insultó mientras colgaba de la cruz. Perdonó a quienes lo clavaron y le dieron vinagre cuando tuvo sed. Los perdonó...
Digamos que no fue fácil para Jesus.
Digamos que no va a ser fácil para nosotros.
Digamos que Dios nunca nos pedirá hacer algo que Èl ya no haya hecho... ¿Lo nota...?
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