¿QUE TIENES?

Realmente nada. Sinceramente nada. Lógicamente nada. ¿qué tengo para ofrecerle al Señor? ¿Qué le puedo dar a cambio de lo que necesito? No tengo la fe suficiente para acercarme a El y pedirle con certeza lo que necesito. No tengo nada. Solo un vacío doloroso en mi corazón y una mecha encendida que, como pabilo humeante, amenaza con apagarse en cualquier momento...

Pero necesito un milagro. Necesito mi sanidad. Necesito la conversión de mi pareja, la vuelta al hogar de mi hija que se fue con un joven que la engañò, necesito que mi hijo deje las drogas, que mi madre se sane, que mis finanzas se resuelvan, que se cancelen las deudas que me agobian...

Necesito un milagro. Y no tengo nada que dar. Solo mis lágrimas y quizá, un poco de valor para romper la fila de gente que lo rodea... Además están los lìderes que lo cuidan. Lo protegen de gente como yo. Gente enferma. Gente necesitada. Allí está el rudo Pedro que no deja que una se le acerque. Esta el griego Felipe que piensa mucho en la cultura y además está el judìo Mateo que si me ve cerca de ellos va a pensar rápido en que los puedo contaminar con mi flujo de sangre que me atormenta...

¿Con qué puedo acercarme a Èl? Solo Èl me puede sanar. Solo Èl tiene el Poder de darme lo que liberarà mi cuerpo de esta inmundicia que me avergüenza, que  me aleja de mi familia cada día... Y tengo que hacerlo: Debo tocarlo por lo menos. Sin que se de cuenta. "Si logro siquiera tocar su ropa, piensa ella, quedarè sana..." (Mat. 5:28)

Temeraria decisión. Para tocarlo, deberà tocar a la gente. Si uno de ellos la reconoce... adiós cura. Pero, ¿qué opción le queda? No tiene dinero, ni influencias, ni amigos, ni soluciones.  Lo único que tiene es un presentimiento loco de que Jesùs puede ayudarla y una esperanza sublime de que lo hará. 

Quizá es lo único que tiene usted: Un presentimiento atrevido  una esperanza sublime. Usted tampoco tiene nada que dar. Pero esta sufriendo. Y lo único que puede ofrecerle a Jesus es su dolor. Tal vez eso ha impedido que usted se acerque a Dios. Puede ser que haya dado uno o dos pasos en su dirección. Pero luego vio a los otros que le rodeaban. Parecían tan limpios, tan pulcros, con su fe en tan buen estado. Cuando usted los vio, boquearon la visión que tenía de Èl. De manera que retrocedió y volvió a su necesidad y a su soledad y a su dolor...

Si eso le describe, presente atención, ese día solo una persona fue elogiada por la fe que tenìa.  Esa persona no fue un opulento dador. No fue un leal seguidor. No fue un maestro de renombre... Fue una pobre y tímida marginada de la sociedad que se aferrò a su presentimiento de que Èl podía y a su esperanza de que lo haría... Y consiguió su milagro. Atrévase. Vaya con Jesus y verà de lo que Èl es capaz. No regresarà con las manos vacías. Volverà con una radiante sonrisa en sus labios y su corazón lleno de salud, esperanza y vigor...

¿Sabe por qué le cuento esto? Porque yo he estado allí. Como la mujer del flujo de sangre, yo también he pensado y pensado y repensado si Jesus era capaz de permitirme que con un pequeño y suave toque de mi mano arrancarle el milagro que necesitaba... Y lo ha hecho cientos y cientos de veces... Y sè que con usted también lo volverá a hacer. Atrévase hoy mismo... Èl lo hará otra vez...

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