MANOS
Las manos de Jesus... Manos que acariciaron, manos que liberaron al sanar a los enfermos, manos de inspiración al enseñar su Palabra, manos de dedicación al servir y manos de salvación al morir...
Las manos sirven para muchas cosas. Para sostener al niño cuando está débil. Para pasar la calle a algún anciano, para acariciar una mejilla o para golpear... Las manos sirven para que la esposa amante cocine lo que le gusta a su familia o también para dar un apretado abrazo al ser que ama. Las manos sanan... sanan cuando se usan con ternura y compasión. Pero matan cuando dan bofetadas, cuando amenazan con destruir, cuando golpean la mesa con impotencia porque no nos entienden...
Manos...
Pero las manos de Jesus nos muestran otra faceta de ellas. En la cruz, entre sus manos y la cruz había una lista. Sì, una lista de pecados de todos nosotros. Allí estaba la infame lista de faltas que cometimos desde que éramos jóvenes inexpertos. Allí están escritos todos aquellos secretos que escondemos en lo profundo de nuestro ser. Nuestras concupiscencias y mentiras y momentos de avaricia y nuestros años de perdición. Aquel momento de debilidad cuando tuvimos sexo prohibido, cuando tocamos el cuerpo de aquella jovencita que confió en nosotros y luego como si nada hubiera pasado... Aquellos centavos que nos robamos del vuelto de mamá, aquella mirada lasciva que enviamos a la señora que iba sentada en el bus y que con descuido nos mostró su escote... Todo eso esta en esa lista. Y son las manos de Jesus las que la sostienen bien clavadas en la cruz para que nadie la quite de allí...
¿Y qué hace esa lista allí? Jesus se la muestra, -dice la Biblia-, a las huestes y potestades diciéndoles: "Yo pague por esta lista. Ustedes no tienen nada que reprocharle a mis hijos a quienes he comprado con mi Sangre. Esta lista me pertenece y ustedes, demonios, no tienen por qué recordarles todo lo que está escrito aquí..."
¿No es maravilloso? Jesus ha usado sus sagradas manos para sostener entre los clavos y la cruz todo lo que nos avergonzaba. Todo lo que nos hace ruborizarnos cuando escuchamos aquella canción de nuestra juventud. Cuando cruzamos por aquella calle en donde hicimos lo que no debimos. Cuando vemos un rostro entre la multitud y nos trae a la memoria aquella persona a la que le dimos nuestros besos, nuestras caricias y nuestra pasión... Todo eso está escrito en aquella lista y el diablo bien quisiera arrebatarla para seguir avergonzándonos al traer a nuestra memoria aquellas cosas que están bien clavadas en la cruz y sostenidas por los clavos que Jesus soportó...
Bien dice la Palabra: "Ninguna condenación hay para los que están en Cristo..." Ninguna. Nada nos condena. Nada nos ruboriza. Nada nos hace bajar la vista. Nada nos debe hacer temblar las manos. Nada. Todo está clavado allí... Y nadie tiene el derecho de leer lo que allí está escrito...
Así que hoy, cuando usted lea esto y se vea las manos, piense bien en como utilizarlas: ¿Va a golpear o va a bendecir? ¿Va a avergonzar o va a esconder el secreto ajeno? ¿Va a dar la bofetada o va a acariciar? Dele sus manos a Jesus y verá que fácil es esconder las cosas de otros para que nadie las vea. Al menos a usted y a mi no nos introducirán un clavo, solo sepamos como usarlas. Eso es todo.
Las manos sirven para muchas cosas. Para sostener al niño cuando está débil. Para pasar la calle a algún anciano, para acariciar una mejilla o para golpear... Las manos sirven para que la esposa amante cocine lo que le gusta a su familia o también para dar un apretado abrazo al ser que ama. Las manos sanan... sanan cuando se usan con ternura y compasión. Pero matan cuando dan bofetadas, cuando amenazan con destruir, cuando golpean la mesa con impotencia porque no nos entienden...
Manos...
Pero las manos de Jesus nos muestran otra faceta de ellas. En la cruz, entre sus manos y la cruz había una lista. Sì, una lista de pecados de todos nosotros. Allí estaba la infame lista de faltas que cometimos desde que éramos jóvenes inexpertos. Allí están escritos todos aquellos secretos que escondemos en lo profundo de nuestro ser. Nuestras concupiscencias y mentiras y momentos de avaricia y nuestros años de perdición. Aquel momento de debilidad cuando tuvimos sexo prohibido, cuando tocamos el cuerpo de aquella jovencita que confió en nosotros y luego como si nada hubiera pasado... Aquellos centavos que nos robamos del vuelto de mamá, aquella mirada lasciva que enviamos a la señora que iba sentada en el bus y que con descuido nos mostró su escote... Todo eso esta en esa lista. Y son las manos de Jesus las que la sostienen bien clavadas en la cruz para que nadie la quite de allí...
¿Y qué hace esa lista allí? Jesus se la muestra, -dice la Biblia-, a las huestes y potestades diciéndoles: "Yo pague por esta lista. Ustedes no tienen nada que reprocharle a mis hijos a quienes he comprado con mi Sangre. Esta lista me pertenece y ustedes, demonios, no tienen por qué recordarles todo lo que está escrito aquí..."
¿No es maravilloso? Jesus ha usado sus sagradas manos para sostener entre los clavos y la cruz todo lo que nos avergonzaba. Todo lo que nos hace ruborizarnos cuando escuchamos aquella canción de nuestra juventud. Cuando cruzamos por aquella calle en donde hicimos lo que no debimos. Cuando vemos un rostro entre la multitud y nos trae a la memoria aquella persona a la que le dimos nuestros besos, nuestras caricias y nuestra pasión... Todo eso está escrito en aquella lista y el diablo bien quisiera arrebatarla para seguir avergonzándonos al traer a nuestra memoria aquellas cosas que están bien clavadas en la cruz y sostenidas por los clavos que Jesus soportó...
Bien dice la Palabra: "Ninguna condenación hay para los que están en Cristo..." Ninguna. Nada nos condena. Nada nos ruboriza. Nada nos hace bajar la vista. Nada nos debe hacer temblar las manos. Nada. Todo está clavado allí... Y nadie tiene el derecho de leer lo que allí está escrito...
Así que hoy, cuando usted lea esto y se vea las manos, piense bien en como utilizarlas: ¿Va a golpear o va a bendecir? ¿Va a avergonzar o va a esconder el secreto ajeno? ¿Va a dar la bofetada o va a acariciar? Dele sus manos a Jesus y verá que fácil es esconder las cosas de otros para que nadie las vea. Al menos a usted y a mi no nos introducirán un clavo, solo sepamos como usarlas. Eso es todo.
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