PUENTES
Hay personas que creemos que no merecen nuestra amistad. Las desechamos como se desecha un objeto que no nos es útil...
La diferencia entre que un objeto no nos sea útil y las personas, es si nosotros le somos útiles a las personas. No estamos aquí para que nos sirvan sino para servir. Eso fue lo que nos enseño nuestro Maestro por excelencia: Jesus. Todo aquel que ha reconocido a Jesus como Señor y Salvador debe tener esa virtud. Recordemos que nosotros somos los espejos donde la gente lo mira a El. Además, dice Pablo que somos llamados a mostrar sus virtudes... Y una de ellas es la no segregación de los demás. Estamos en el mundo pero no somos del mundo. Pero eso no significa que no podamos tenderle una mano a quienes la necesitan...
Mucho pueblo evangélico se niega a vivir esa virtud. Le niega la ayuda y la compasión a quienes no profesan su fe. Eso es sectarismo. Es peligroso porque nos hace creer que somos una casta especial y que los demás no merecen lo que tenemos. Se nos olvida que un día fuimos como ellos. Y alguien tuvo la compasión necesaria para llevarnos de la mano al encuentro de Aquel que cambió nuestro destino. ¿Y qué de los demás? Vayan y hagan discípulos, dijo Jesus. Vayan. No dijo escòndanse de ellos. Vayan...
Ese fue el problema que tuvo que enfrentar Pedro en el primer siglo. Su cultura decía "mantente a distancia de los gentiles". Cristo dijo: "Construye puentes. Visítalo. Dale la mano. Sè diferente". Y después de mostrarle un manto lleno de animales de todas clases de los cuales Pedro se sentía muy orgulloso de nunca haber comido por ser inmundos, Jesus le dijo: "Come". Y Pedro tuvo que elegir. Obedecer o condenarse. Ser humilde como le enseñaron u orgulloso como dictaba su raza.
Un encuentro con Cornelio le cambió su opinión. Lo fueron a traer. No le preguntaron si quería ir. Lo fueron a traer. Cornelio era otro ser humano como Pedro había sido unos años antes. Ahora le toca a Cornelio conocer al Maestro. Y Jesus quiere usar a su discípulo...Como nos quiere usar a nosotros...
Cornelio era un oficial del ejército romano. Además de gentil era un mal tipo. Comía alimentos inadecuados, se juntaba con la gente equivocada y juraba lealtad al César. No leìa la Torà ni descendía de Abraham. Vestía ropa romana y mantenía un buen trozo de jamón en la refri. No llevaba la kipà ni tenía barba. Apenas hubiera servido como portero de alguna sinagoga. Incircunciso. No kosher. Impuro. Mírelo bien. No apto para la salvación según Pedro...
Pero mírelo más de cerca: Ayudaba a los necesitados y simpatizaba con la ética de Jesus. Era bondadoso y devoto. Hacía muchas oraciones a favor del pueblo judìo. Daba muchas limosnas al Templo de Jerusalén. Era piadoso y temeroso de Dios con toda su familia... ¿Qué impide que Jesus me acepte como uno de los suyos? Sería la pregunta...O cambiemos la tónica: ¿Qué impide que yo acepte a Jesus como Salvador? Y Pedro se rindió. Y el Espíritu Santo cayó. Y la salvación llegó. Y Jesus quedó satisfecho de haber arrebatado un alma mas al diablo...
Todo porque hubo alguien que aún a regañadientes cumplió su llamado... Acercarse. Tender un puente por donde caminara la salvación. Un puente, eso es todo. Un café. Un saludo. Un momento de platica. Una pregunta discreta. Un poquito de interés de porqué te ves triste. Una sonrisa. Un destello de brillo en los ojos. Un pedazo de pan con frijol. Una palmada en el hombro. Un post it en la oficina... Un puente pues...
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