MUROS
"...judìos y samaritanos no se tratan entre sí..." Juan 4:9...Estas dos culturas se habían odiado una a la otra durante miles de años. La contienda incluía acusaciones de apostasìa, endogamia y deslealtad al templo de Jerusalén.
Los samaritanos estaban en la lista negra. Sus camas, utensilios, incluso su saliva eran considerados impuros. Ningún judìos de pura cepa viajaría a través de su región. La mayoría de los judìos caminarían con gusto el doble de la distancia de su viaje antes de pasar por Samaria...
Esta es la historia de aquellos tiempos. Habían levantado un muro invisible entre ellos. No se hablaban. No se toleraban. Eran vecinos, sí, pero no se soportaban entre ellos.
Hasta que llegó Jesus. Jesus se sentó en el pozo que alimentaba de agua a Samaria. Èl sabia que alguien llegaría a sacar agua de ese pozo y entonces pondría el puente que se necesitaba para cruzar esa frontera. Derribaría ese feo muro que separaba a dos hermanos. Solo era cuestión de tiempo para que ese muro fuera derribado. Y Jesus era capaz de hacerlo. Como todavía lo hace con los muros que muchos de nosotros ponemos a nuestro alrededor...
¿Por casualidad, hay muros que dividen su mundo en dos? Usted está en un lado. ¿Y en el otro? En el otro está la persona que le cae mal. El jefe lleno de dinero y que no le aumenta su sueldo. Está la persona que usted aprendió a ignorar. Incluso a desdeñar. El joven feo que está lleno de tatuajes. En el otro lado está la persona que no piensa como usted. El mendigo que espera sentado en la acera por donde usted camina todos los días... Son los samaritanos de hoy. Son los que no oran como usted, que no cantan sus cantos, que no levantan las manos ni aplauden como en su iglesia...
Muros. Muros que nos separan de otros porque no nos caen bien. El ex-esposo que no le da ni un centavo para ayudar al mantenimiento de los hijos. La suegra que no entiende por qué abandonó a su hijo que era un irresponsable en el hogar. El jefe que no entiende por qué usted no acepta ir a un motel para conseguir un aumento... O el compañero de trabajo que insiste una y otra vez en llevarla a tomar un cafecito después de la oficina... Y después, ¿qué más...?
Muros. Muros que levantamos para alejarnos del vecino que nos choca por sus malas costumbres. Del hermano en la congregación que suda demasiado y además huele mal. Muros que ponemos entre el pastor y nosotros porque predica muy duro y no entiende por qué no diezmamos. Hay muros que se levantan después de haber recibido un favor y no hemos dado gracias hasta que nos olvidamos de ese favor y traicionamos. Muros que nos hacen creer que somos mejores que los demás. Muros que separan matrimonios, familias y amantes. Muros que no dejan que se den un abrazo, que pongan un hombro para que el otro llore, que no dejan que nos demos un beso tierno y suave en la mejilla cuando estamos tristes, o recostar la cabeza en el hombro del otro cuando necesitamos ternura...
Hasta que llega Jesus. Por eso es necesario que Èl llegue a nuestro pozo que está vacío. Vacío de esperanza, de sueños, de planes para mañana, vacío de amor y respeto... Necesitamos a Jesus para que ese muro caiga y dejemos la amargura, el odio y el rencor que daña nuestras vidas. Que Jesus llegue a nuestra vida para que derribe esos muros que nos separan de los demás e impiden que nos veamos a los ojos y demos la sonrisa que tanta falta está haciendo en la vida de los otros...
¿Hay muros en su vida...? Permita que Jesus los derribe y usted volverá a sonreír con toda libertad.
Los samaritanos estaban en la lista negra. Sus camas, utensilios, incluso su saliva eran considerados impuros. Ningún judìos de pura cepa viajaría a través de su región. La mayoría de los judìos caminarían con gusto el doble de la distancia de su viaje antes de pasar por Samaria...
Esta es la historia de aquellos tiempos. Habían levantado un muro invisible entre ellos. No se hablaban. No se toleraban. Eran vecinos, sí, pero no se soportaban entre ellos.
Hasta que llegó Jesus. Jesus se sentó en el pozo que alimentaba de agua a Samaria. Èl sabia que alguien llegaría a sacar agua de ese pozo y entonces pondría el puente que se necesitaba para cruzar esa frontera. Derribaría ese feo muro que separaba a dos hermanos. Solo era cuestión de tiempo para que ese muro fuera derribado. Y Jesus era capaz de hacerlo. Como todavía lo hace con los muros que muchos de nosotros ponemos a nuestro alrededor...
¿Por casualidad, hay muros que dividen su mundo en dos? Usted está en un lado. ¿Y en el otro? En el otro está la persona que le cae mal. El jefe lleno de dinero y que no le aumenta su sueldo. Está la persona que usted aprendió a ignorar. Incluso a desdeñar. El joven feo que está lleno de tatuajes. En el otro lado está la persona que no piensa como usted. El mendigo que espera sentado en la acera por donde usted camina todos los días... Son los samaritanos de hoy. Son los que no oran como usted, que no cantan sus cantos, que no levantan las manos ni aplauden como en su iglesia...
Muros. Muros que nos separan de otros porque no nos caen bien. El ex-esposo que no le da ni un centavo para ayudar al mantenimiento de los hijos. La suegra que no entiende por qué abandonó a su hijo que era un irresponsable en el hogar. El jefe que no entiende por qué usted no acepta ir a un motel para conseguir un aumento... O el compañero de trabajo que insiste una y otra vez en llevarla a tomar un cafecito después de la oficina... Y después, ¿qué más...?
Muros. Muros que levantamos para alejarnos del vecino que nos choca por sus malas costumbres. Del hermano en la congregación que suda demasiado y además huele mal. Muros que ponemos entre el pastor y nosotros porque predica muy duro y no entiende por qué no diezmamos. Hay muros que se levantan después de haber recibido un favor y no hemos dado gracias hasta que nos olvidamos de ese favor y traicionamos. Muros que nos hacen creer que somos mejores que los demás. Muros que separan matrimonios, familias y amantes. Muros que no dejan que se den un abrazo, que pongan un hombro para que el otro llore, que no dejan que nos demos un beso tierno y suave en la mejilla cuando estamos tristes, o recostar la cabeza en el hombro del otro cuando necesitamos ternura...
Hasta que llega Jesus. Por eso es necesario que Èl llegue a nuestro pozo que está vacío. Vacío de esperanza, de sueños, de planes para mañana, vacío de amor y respeto... Necesitamos a Jesus para que ese muro caiga y dejemos la amargura, el odio y el rencor que daña nuestras vidas. Que Jesus llegue a nuestra vida para que derribe esos muros que nos separan de los demás e impiden que nos veamos a los ojos y demos la sonrisa que tanta falta está haciendo en la vida de los otros...
¿Hay muros en su vida...? Permita que Jesus los derribe y usted volverá a sonreír con toda libertad.
Comentarios
Publicar un comentario