LLAMANDO
Dios no se ha cansado de llamar a sus hijos. Sus hijos están desperdigados por todo el orbe caminando a ciegas, buscando entre los muertos al que vive...
¡Cuántas veces los ha querido juntar como la gallina a sus polluelos...! Pero no quieren. Prefieren las sobras que el mundo da a lo que Dios ofrece. Pregùntele al gadareno de la historia de Lucas qué buscaba entre las tumbas. Pregùntele a Maria Magdalena qué buscaba en los brazos de los hombres. Pregùntele a Zaqueo qué buscaba en el conocimiento humano. O a Pablo, pregùntele qué buscaba a los pies del sabio Gamaliel...
O pregùnteme a mì què buscaba en los placeres que la tierra ofrece. En el hedonismo. La egolatría. Las filas militares. O vamos un poco mas adentro: Pregùntese usted qué buscó en esa cama que no era la suya. O en esos labios que besaba tan apasionadamente y no eran los correctos. O qué buscaba en aquella mirada profunda como el mar pero traicionera como el mismo... Preguntese, usted, caballero, qué buscaba en la botella que lo emborrachaba, que buscaba en aquel bar donde dejaba el sueldo del mes y a sus hijos con hambre, o en aquel burdel en donde compraba sexo teniendo una esposa que lo esperaba con los ojos llenos de lagrimas... No le pregunte al viento, pregùntele a su corazón y le dirá lo que buscaba...
Los hermanos de la Biblia, usted y yo, todos en común, buscábamos algo que nadie nos pudo dar: Paz. Armonía con la vida. Tranquilidad. Amor. Amor del que sacia el alma y no solo el
eros. Buscábamos la compañía de alguien que nos hiciera sentir bien. Que nos cobijara bajo su mirada llena de estrellas y nos hiciera vibrar de emoción al estar cerca de ese océano de amor...
¡Y pensar que estaba tan cerca pero a la vez tan lejos...! Cerca porque Èl se había acercado a nosotros, pero tan lejos porque estábamos ciegos. No lo veíamos. No teníamos los ojos abiertos para poder ver en la inmensidad del firmamento que cada estrella, cada rayo de sol, cada brillo de la luna, cada brizna de viento refrescante, cada aliento del cielo nos hablaba de Èl. De Jesus. Del Padre que nos estaba buscando incansablemente hasta hallarnos... Llenos de lodo, asquerosos de vicios, leprosos y llenos de llagas y pus por el pecado que llenaba nuestras vidas...¡Pero nos encontró...! Bendito sea para siempre...
Y sigue llamando. Sigue buscando. Sigue escarbando entre el fango del mundo hasta encontrar al ultimo de sus hijos y entonces todo será diferente...
Por eso no hay que pasar por alto en este sencillo escrito la creatividad de Dios para llamar nuestra atención... Por ejemplo: Una mujer de noventa años queda embarazada, otra mujer que se convierte en sal, un aguacero inunda la tierra, un arbusto arde sin quemarse, el Mar Rojo que se abre de par en par, los muros de Jericó que caen, llueve fuego del cielo y un burro le habla al profeta...
Pero todo esto palidece con lo que faltaba: Dios vino a la tierra, se convirtió en uno de nosotros, se dejó clavar en una cruz, bajo al infierno, subió al Cielo y nos dejó su mandato... Vayan y hagan discípulos a todas las naciones... Porque en todas las naciones están los hijos que Jesus vino a buscar... Entre ellos estábamos usted y yo... ¿No es maravilloso?
¡Cuántas veces los ha querido juntar como la gallina a sus polluelos...! Pero no quieren. Prefieren las sobras que el mundo da a lo que Dios ofrece. Pregùntele al gadareno de la historia de Lucas qué buscaba entre las tumbas. Pregùntele a Maria Magdalena qué buscaba en los brazos de los hombres. Pregùntele a Zaqueo qué buscaba en el conocimiento humano. O a Pablo, pregùntele qué buscaba a los pies del sabio Gamaliel...
O pregùnteme a mì què buscaba en los placeres que la tierra ofrece. En el hedonismo. La egolatría. Las filas militares. O vamos un poco mas adentro: Pregùntese usted qué buscó en esa cama que no era la suya. O en esos labios que besaba tan apasionadamente y no eran los correctos. O qué buscaba en aquella mirada profunda como el mar pero traicionera como el mismo... Preguntese, usted, caballero, qué buscaba en la botella que lo emborrachaba, que buscaba en aquel bar donde dejaba el sueldo del mes y a sus hijos con hambre, o en aquel burdel en donde compraba sexo teniendo una esposa que lo esperaba con los ojos llenos de lagrimas... No le pregunte al viento, pregùntele a su corazón y le dirá lo que buscaba...
Los hermanos de la Biblia, usted y yo, todos en común, buscábamos algo que nadie nos pudo dar: Paz. Armonía con la vida. Tranquilidad. Amor. Amor del que sacia el alma y no solo el
eros. Buscábamos la compañía de alguien que nos hiciera sentir bien. Que nos cobijara bajo su mirada llena de estrellas y nos hiciera vibrar de emoción al estar cerca de ese océano de amor...
¡Y pensar que estaba tan cerca pero a la vez tan lejos...! Cerca porque Èl se había acercado a nosotros, pero tan lejos porque estábamos ciegos. No lo veíamos. No teníamos los ojos abiertos para poder ver en la inmensidad del firmamento que cada estrella, cada rayo de sol, cada brillo de la luna, cada brizna de viento refrescante, cada aliento del cielo nos hablaba de Èl. De Jesus. Del Padre que nos estaba buscando incansablemente hasta hallarnos... Llenos de lodo, asquerosos de vicios, leprosos y llenos de llagas y pus por el pecado que llenaba nuestras vidas...¡Pero nos encontró...! Bendito sea para siempre...
Y sigue llamando. Sigue buscando. Sigue escarbando entre el fango del mundo hasta encontrar al ultimo de sus hijos y entonces todo será diferente...
Por eso no hay que pasar por alto en este sencillo escrito la creatividad de Dios para llamar nuestra atención... Por ejemplo: Una mujer de noventa años queda embarazada, otra mujer que se convierte en sal, un aguacero inunda la tierra, un arbusto arde sin quemarse, el Mar Rojo que se abre de par en par, los muros de Jericó que caen, llueve fuego del cielo y un burro le habla al profeta...
Pero todo esto palidece con lo que faltaba: Dios vino a la tierra, se convirtió en uno de nosotros, se dejó clavar en una cruz, bajo al infierno, subió al Cielo y nos dejó su mandato... Vayan y hagan discípulos a todas las naciones... Porque en todas las naciones están los hijos que Jesus vino a buscar... Entre ellos estábamos usted y yo... ¿No es maravilloso?
Buen recordatorio de Aquel que ama mi alma. Bendiciones Pastor Berges.
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