YA NO ORES...

Jairo. El famoso e inolvidable Jairo. El de la historia de Lucas. Hombre de dinero. Relaciones importantes. Muy conocido en su comarca. Judìo de pura cepa. Era un hombre principal.  Eso significa que era muy respetado.  Quizá daba hasta miedo estar cerca de èl.  Lo de principal a veces puede ser un estorbo. Y usted sabe que los que se creen principales se creen todopoderosos.

Porque les cuesta pedir favores. Les cuesta humillarse y doblarse en dos. Como tienen tantos amigos en el poder, tanto dinero y tanta fama creen que su dinero puede comprar cualquier cosa. Y cuando decimos cualquier cosa es cualquier cosa... Menos algo. La salud de una única hija. Niña de 12 años. Consentida de la casa. Cuidada por la madre y sus sirvientas. Llena de muñecas y de muchas cosas pero vacía de atención.  No es lo mismo tener lleno el estómago y vacío el corazón.

Así estaba la hija de Jairo. Un día enfermó y enfermó de muerte. El dinero no pudo hacer nada. Las amistades poderosas no pudieron hacer nada. Los títulos nobiliarios no pudieron hacer nada. La niña se ponía peor cada vez más. La fiebre la quemaba y la sed la consumía.

Y Jairo se angustió. Después de probar a todos los médicos acudió a donde debió haber ido primero. Le hubiera salido más barato y más fácil. Bueno, de fácil no tanto porque era un hombre muy orgulloso. Y para los orgullosos depender de alguien que no está a su altura social es humillante. Pero como se trataba de su única hija valía la pena doblarse en dos. Es más, cuando llegó a donde estaba Jesus ya estaba doblado. Dice la historia que..."Y he aquí, llegó un hombre llamado Jairo, que era un oficial de la sinagoga; y cayendo a los pies de Jesús le rogaba que entrara a su casa; porque tenía una hija única, como de doce años, que estaba al borde de la muerte..." Luc. 8:41.

Aquí lo tenemos. Tirado a los Pies del Unico que podía solucionarle el problema. El problema es que lo buscó cuando ya todo parecía perdido. Lea bien: "parecido". Cuando ya no quedaba ninguna clase de ayuda humana, acudió a Jesus. Y, claro, Jesus le dijo que con mucho gusto iría a su casa, solo que debía arreglar antes un asunto con una dama que se interpuso en su camino... Así que Jairo ahora tiene que esperar. La espera no siempre es agradable. Pregùntele a una madre que ha pasado toda la noche en el hospital de niños esperando que llegue el doctor y le de las noticias del examen de su hijo. Pregùntele a un padre que espera en la antesala del oncólogo a que le diga qué ve en la radiografía. O al caballero que espera esa bendita llamada de la empresa donde dejó su último curriculum. Espere nuestra llamada, le dijeron. Y eso es lo que hace. Espera...

Mientras esperaba, llegaron los criados y le dijeron a Jairo: Ya no molestes más al Maestro. Tu hija murió. Se acabó el gas de la estufa. Se terminó el dinero de la quincena. El matrimonio se rompió. La casa la pidió el banco. El desempleo llegó a su vida. La hija se fue con el marero del barrio. La visa le fue negada. Ya no ores mas. Todo se acabó. El cáncer se volvió melanoma. Ya no molestes más a Jesus porque todo se perdió. Se perdió la fe. La mamá está a punto de expirar y no hay más dinero para medicinas. La hipoteca se cumpliò. Ya no ores más. Ya no molestes más a Jesus. Todo se acabó. La esposa se fue con otro hombre cansada de los golpes. El hijo se fue de la casa con sus amigos de la esquina. Ya no molestes más a Jesus. Todo se perdió. Caput.

Gloria a Dios que Jesus todo lo escucha. Y Èl escuchó lo que le dijeron a Jairo. Y dijo algo que todavía resuena en la historia del famoso Jairo: "Espera. Solo cree. Tu hija sanará... Solo termino con esta mujer y vamos a sanar a tu hija..." Y Jesus fue. Y la niña, que según Jesus dormía, despertó. Y despertó con hambre. "Denle de comer" dijo el Maestro.  Aquí hay algo para nosotros: Cuando todo se resuelva, cuando Jesus nos resuelva todo problema... entonces comamos. Ya podemos comer. Tranquilos. Todo se resolvió. Todo volvió a la normalidad. Comamos y aprovechemos para invitar a Jesus a comer con nosotros como indudablemente lo hizo Jairo... ¡Ah! y sigamos orando.


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