RECHAZO

La pareja ha caminado varios kilómetros en medio de un camino tortuoso. Ella, embarazada a punto de dar a luz montada sobre un asno que cansado por el peso y el trayecto parece que ya no puede más. El esposo temeroso que ella alumbre a su bebé en el camino y no sabe qué hacer...

Llegan al pueblo. Está lleno de gente. Todos han decidido ir al mismo lugar que ellos. Buscan hospedaje pero no es fácil con tanta gente demandando lo mismo.

Un hombre les abre la puerta del hospedaje pero se la cierra en seguida. No hay lugar para ustedes. Lo lamento. Todo está lleno. ¿Camas? Ni la mía quedó vacía. El rostro serio y adusto del hotelero no invita a insistir.

Siguen su camino y no encuentran ningún lugar digno en donde la pareja pueda descansar, el niño nacer y el asno comer.  Solo hay un pesebre. Huele a estiércol. No hay cama, solo un poco de paja. No hay agua para lavar a la madre y al niño, solo lágrimas de dolor y soledad. El rechazo es evidente. No son bienvenidos a ese lugar. Las palabras negativas resuenan en sus oídos dolorosamente. El cielo estrellado parece entristecerse con ellos porque no hay un alma que se apiade de ellos. El frío es insoportable en ese lugar pero es más doloroso el frío del corazón. Hay corazones fríos. Calculadores. Son esos corazones que solo buscan lo propio sin pensar en los demás. Teniendo cobijo ellos, los demás no importan...

Así es Belén. Desde años antes el rechazo en ese pueblo como que ha sido el sello distintivo de su gente. ¿Recuerda a un niño rubio, hermoso, guapo y excelente músico? Era de ese pueblo. Y también era rechazado. Lo ocupaban para cuidar ovejas mientras su familia disfrutaba la fama, las fiestas y la fanfarria. Con el tiempo llegó a ser rey. Es decir, fue ungido para ser rey de Israel. ¿Su nombre? David. El matagigantes. Rechazado, olvidado, perseguido, sentenciado a muerte por un rey loco.

En el vientre de la mujer también está a punto de nacer otro bebé en el mismo pueblo. El mismo rechazo. Viene a nacer a Belén  para ser rey. Siempre ha sido rey. Pero ahora no encuentra un lugar donde nacer. Lo mismo que su antecesor: Rechazado. Olvidado. Serà perseguido y sentenciado a muerte. ¿Su nombre? Jesus. El Rey del Universo. Pero por hoy no hay palacio. Solo un pesebre.

Esas son las mismas palabras que usted quizá a escuchado: No tenemos lugar en nuestra casa para usted. No tenemos tiempo para usted. No hay espacio en nuestro corazón para usted. Usted no nos interesa. Además, mìrese: demasiado gorda. Muy viejo. No tiene experiencia. Demasiado joven. Muy chueco. Está miope. Aburrido. Usted es muy común y corriente...Para usted ya no hubo besos. Eran demasiados hijos y usted fue la última de la fila. No alcanzó caricias, ni pastel de cumpleaños, ni estrenos de año nuevo. O tal vez usted fue la esposa que ya no alcanzó respeto y su hombre se fue con otra. Rechazo. Dolor. Lágrimas. Soledad...

Lo que no supo la persona que le negó el hospedaje a José y Marìa fue que en el vientre de ella estaba a punto de nacer el Rey del mundo. Lo que no supo Isaì, el padre de aquel rubio, fue que ese hijo olvidado y anodino iba a ser rey de Israel. Lo que no supo el hombre que la abandonó, el padre que la abusó, el hijo que la hizo llorar, la hija que cambió su cama por la cama de un desconocido, lo que no supieron todos ellos, fue que usted no era una simple mujer. Usted es una reina. O usted es un rey.

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