TRAPOS SUCIOS
El primer ministro está cómodamente sentado en su escritorio ordenando sus papeles, rutina que hace todos los días. Es el encargado de llevar las finanzas del gobierno egipcio. El segundo al mando de un paìs ocupado en grandes proyectos. Todos los que lo ven no notan el rictus de dolor y soledad que hay en su rostro. El maquillaje egipcio oculta cualquier indicio que detrás de ese rostro rasurado y lleno de pinturas en los ojos y cejas se esconde una historia familiar de dolor, vergüenza y humillación...
Èl no es egipcio. Es hebreo. Pero eso, después de diez años en el gobierno ya nadie lo recuerda. Todos creen que es del paìs. De su cuello cuelga una cadena de oro con un águila del mismo metal. En su mano luce un anillo que es el sello real. En un tiempo fue esclavo y prisionero pero esto también ya quedó en el olvido. Aquel muchachito ha llegado bien lejos.
Lo que no quedó en el olvido es el resentimiento. Si hubiese querido habría podido viajar a su paìs para visitar a su familia pero nunca pensó en volver a Canaan. Tenía todo un ejército a sus órdenes para ir y ajustar cuentas con sus hermanos pero no quiso evidenciar su pasado. ¿Mandar a traer a su padre que lo dejó olvidado? Ni pensarlo. Habrían muchas preguntas que responder. ¿O por lo menos mandarle un mensaje? Los correos no siempre son discretos. Mejor que nadie se entere. Los trapos sucios se lavan en casa. Èl sabía donde encontrar a su familia pero prefirió no buscarlos. Se guardò los secretos de familia en lo más recóndito de su corazón. Aunque doliera. Se sentía bien dejando su pasado con todos sus trapos sucios en el pasado...
A José no le gustaba la idea de que todos se dieran cuenta de las miserias de su familia...
Pero no así a Dios. A Dios le interesa la restauración de las familias. La sanidad del corazón implica la sanidad del pasado. Así que Dios sacudió las cosas y empezó a trabajar con José y su familia. Así que un día, en la larga fila de gentes que venían a Egipto por alimentos, ¿quienes estaban? "Y descendieron los diez hermanos de José a comprar trigo en Egipto..." (Gen. 42:3).
José estaba hablando con un siervo cuando de pronto, en medio del gentío escuchó hablar a un grupo de hombres con acento hebreo. No era solo el dialecto de su tierra. También era el lenguaje del corazón. Calló al siervo para poner atención a quienes hablaban su idioma. Se volvió y miró... Allí estaban ellos. Allí estaba su pasado.
Como nos ha sucedido a usted o a mí. O quizá como le va a suceder a usted que ha tratado de mantener sus trapitos sucios en su casa y esperar a que se laven con el tiempo. El problema es que con Jesus en control de su vida usted no podrá pasar mucho tiempo escondiéndolos de la gente. Es decir, sí puede esconderlos de la gente pero no del Señor. Èl quiere limpiar su corazón pero para eso tiene que limpiar su pasado. Aunque duela. Aunque avergüence. Aunque tenga que confesar aquel aborto que cometió cuando era jovencita. Aunque tenga que admitir que fumó marihuana en la universidad. Aunque tenga que aceptar que no fue el modelo de hijo que sus padres creyeron...
Todos sabemos el final de la historia. Una familia restaurada. Un padre anciano abrazando al hijo que creía muerto. Un hijo llorando en su hombro. Setenta familias entre hermanos, sobrinos y primos llegando a la vida de José en un ambiente familiar que éste nunca se esperò... Hasta que sacó todos sus trapos sucios que tenía bien escondidos en el baúl de su pasado...
Èl no es egipcio. Es hebreo. Pero eso, después de diez años en el gobierno ya nadie lo recuerda. Todos creen que es del paìs. De su cuello cuelga una cadena de oro con un águila del mismo metal. En su mano luce un anillo que es el sello real. En un tiempo fue esclavo y prisionero pero esto también ya quedó en el olvido. Aquel muchachito ha llegado bien lejos.
Lo que no quedó en el olvido es el resentimiento. Si hubiese querido habría podido viajar a su paìs para visitar a su familia pero nunca pensó en volver a Canaan. Tenía todo un ejército a sus órdenes para ir y ajustar cuentas con sus hermanos pero no quiso evidenciar su pasado. ¿Mandar a traer a su padre que lo dejó olvidado? Ni pensarlo. Habrían muchas preguntas que responder. ¿O por lo menos mandarle un mensaje? Los correos no siempre son discretos. Mejor que nadie se entere. Los trapos sucios se lavan en casa. Èl sabía donde encontrar a su familia pero prefirió no buscarlos. Se guardò los secretos de familia en lo más recóndito de su corazón. Aunque doliera. Se sentía bien dejando su pasado con todos sus trapos sucios en el pasado...
A José no le gustaba la idea de que todos se dieran cuenta de las miserias de su familia...
Pero no así a Dios. A Dios le interesa la restauración de las familias. La sanidad del corazón implica la sanidad del pasado. Así que Dios sacudió las cosas y empezó a trabajar con José y su familia. Así que un día, en la larga fila de gentes que venían a Egipto por alimentos, ¿quienes estaban? "Y descendieron los diez hermanos de José a comprar trigo en Egipto..." (Gen. 42:3).
José estaba hablando con un siervo cuando de pronto, en medio del gentío escuchó hablar a un grupo de hombres con acento hebreo. No era solo el dialecto de su tierra. También era el lenguaje del corazón. Calló al siervo para poner atención a quienes hablaban su idioma. Se volvió y miró... Allí estaban ellos. Allí estaba su pasado.
Como nos ha sucedido a usted o a mí. O quizá como le va a suceder a usted que ha tratado de mantener sus trapitos sucios en su casa y esperar a que se laven con el tiempo. El problema es que con Jesus en control de su vida usted no podrá pasar mucho tiempo escondiéndolos de la gente. Es decir, sí puede esconderlos de la gente pero no del Señor. Èl quiere limpiar su corazón pero para eso tiene que limpiar su pasado. Aunque duela. Aunque avergüence. Aunque tenga que confesar aquel aborto que cometió cuando era jovencita. Aunque tenga que admitir que fumó marihuana en la universidad. Aunque tenga que aceptar que no fue el modelo de hijo que sus padres creyeron...
Todos sabemos el final de la historia. Una familia restaurada. Un padre anciano abrazando al hijo que creía muerto. Un hijo llorando en su hombro. Setenta familias entre hermanos, sobrinos y primos llegando a la vida de José en un ambiente familiar que éste nunca se esperò... Hasta que sacó todos sus trapos sucios que tenía bien escondidos en el baúl de su pasado...
Excelente artículo, creo que más de uno se sentirá aludido al leer el relato(yo soy el primero), edificante como siempre y de mucha bendición!!
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