METAMORFOSIS (1)

Parecía que siempre andaba con un limón en la boca. Ceño fruncido. Carácter violento. Cero sonrisas. La ley de Dios era su norte. Lo fariseo le exigía andar con paso rápido y que se quiten todos de su camino. No tolera bromas de nadie. Amargado al máximo. Enojado con todo el mundo. Por lo menos, con aquellos que no obedecen la Ley levítica. Hecha fuego por los ojos y de su boca solo salen amenazas contra los seguidores de un tal Jesus...

Su respiración es acelerada. En una mano lleva una carta que golpea en la palma de la otra esperando el momento de cumplir la orden que allí está escrita. El hombre de cejas juntas y piernas encorvadas y casi calvo es un volcán en erupción. Va camino a una ciudad en busca de traidores a su fe y su Templo. Si le fallan a su Dios también le fallan a él. Sus acompañantes no se atreven a hablarle. Su humor no está para pláticas insulsas. Menos para charlas con amigos que no entienden su celo espiritual. Cuando los niños lo ven no se atreven a acercarse, le tienen miedo. Los limosneros no tienen el valor de pedirle algo. Les inspira terror. Un grupo de legalistas lo respetan por su devoción a la Ley. Para otros es un sicòpata que anda suelto. Los miembros del Sanhedrin lo consideran uno de ellos. Los cristianos creen que debería estar tras las rejas...

Este hombre proclamaba amar a Dios pero odiaba a quienes proclamaban amar a Jesus... Era una blasfemia que éste se autollamara Hijo de Dios. Intolerable. Inaceptable. Hay que terminar con ese mito...

Por algo él era un estudioso de la Ley. Y allí no aparecía ningún carpintero que fuera a ocupar el lugar que le pertenecía solo al Ungido de Dios. En su bolso llevaba sus credenciales que con tanto trabajo había conseguido a base de estudios y de privarse de todo. Llevaba su título de Doctor en Teología logrado en la mejor universidad de Jerusalén. Llevaba su título de Maestría en Leyes judías estudiado bajo la tutela de un maestro llamado Gamaliel. Su partida de nacimiento certificaba que había nacido en una de las mejores ciudades romanas de la nación. En sus venas corría sangre de la más alta alcurnia y abolengo. Era fariseo de fariseos...

En su tarjeta de presentación se leía su email: enojado@masquenunca.com.

Por eso, para Saulo de Tarso, esos que creían que Jesus era el Hijo de Dios eran unos ignorantes que no sabían nada de nada. Ya les iba a enseñar él lo que realmente había que adorar. A un Dios celoso que envía fuego a los pecadores y no a un carpintero que tocaba leprosos y prostitutas.

Y llega a Damasco. Allí esperaba encontrar a muchos seguidores de ese hombre que ha amenazado con destruir la fe en el Dios de Israel. Esperaba matarlos a todos y a otros enviarlos a la càrcel para ser juzgados y muertos a pedradas como hicieron con aquel Esteban de hace un tiempo...

Pero sucedió algo diferente... Se encontró cara a cara precisamente con el Hijo de Dios. Mejor dicho, con Dios mismo. Bastaron unos minutos de silencio en su alma y ceguera en sus ojos para que aprendiera algo que no estaba en sus títulos... Estaba peleando contra el mismo Dios del Cielo. "Yo soy Jesus, al que tú persigues..." fue lo que escuchó. Y eso bastó para que aquel sincero insolente cayera de rodillas y se convirtiera en el perito arquitecto de la Iglesia de Jesucristo...

Creo que usted que me lee se habrá dado cuenta que lo mismo sucedió con algunos de nosotros. Creíamos saberlo todo. Creíamos creerlo todo. Creíamos conocerlo todo. Y solo la Misericordia del Señor nos ha salvado de seguir aquel camino que llevábamos y que era camino de muerte... La metamorfosis lograda por el Espíritu Santo en nuestros corazones es lo que ahora nos tiene defendiendo, como Pablo, la fe en Jesus al que tantas veces despreciamos...

Algo mas: Si Jesus logró transformar a Saulo de Tarso en Pablo... ¿No podrá transformarlo también a usted...?


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