ESPERAR (Uno)

¿Ve a la señora que está en el undécimo lugar en la fila del Seguro Social? Son las cinco de la mañana y acaba de llegar a buscar ayuda para su bebé que está en sus brazos. Pasó una mala noche. Ella madrugó, tomó la pacha con un poco de leche, se subió al  bus esperando ser la primera que estuviera en el portón del edificio pero se encontró con que otros diez se le adelantaron...

Tres horas después, a las ocho de la mañana un empleado mal encarado, con un pocìo de café en la mano y una parsimonia digna de un santo de vitrina está empezando sus labores. Èl no tiene prisa por entrar a buscar consulta. No la necesita por el momento, así que toma su tabla para anotar a los que entrarán, busca y rebusca en sus bolsillos un lapicero y no lo encuentra. Se aleja y desaparece entre los doctores, enfermeras y demás empleados que ya están empezando a llegar...

¿Ve la cara de las personas en la fila? No están contentos con ese empleado. Les está haciendo esperar minutos preciosos. Ellos sí tienen prisa y necesidad que un médico los revise para calmarles el dolor que no les dejó dormir bien... Pero a nadie le importa lo que los de la fila sientan o quieran. Hay una palabra que se maneja perfectamente en esos lugares: Espere. Y es esa palabra precisamente la que no nos gusta a ninguno de nosotros. No nos gusta esperar. Especialmente cuando se trata de nuestra necesidad...

Como cuando tenemos que pagar las cuentas de fin de mes y ese fin de mes es mañana y no tenemos el dinero. Como cuando ya pasaron dos horas y el esposo no llega y hay rumores que la pandilla ha cercado la colonia. Como cuando los hijos no llegan de la escuela y el temor empieza a invadir el alma. Como cuando estamos haciendo fila en el banco para cambiar el cheque de fin de quincena y faltan todavía cuarenta personas para que pasemos nosotros... y el último bus a casa pasará dentro de diez minutos. Tamborileamos con los dedos mientras a lo lejos se escucha la música que el banco pone para calmar los nervios de quienes esperan...

Volvamos a nuestra gente que esta haciendo fila para el Seguro Social. Al fin regresó el empleado y abre la puerta para que empiecen a entrar los enfermos. Pasan a un segundo escrutinio en donde hay otro empleado de uniforme anodino y después de preguntar qué especialidad esperan consultar, los envía a una sala que ya está llena de otras personas. Esa sala se llama... solo de ver el título en la puerta da escalofríos... Sì, acertó. Se llama Sala de Espera...

Somos la generación del microondas. Todo lo queremos ya. Queremos tener el estómago plano en pocos días. El colesterol en su punto óptimo con un vegetal a la semana. Que el arroz de un minuto se cocine en treinta segundos. No nos gusta esperar. Ni en la consulta del doctor, ni en la pizzería...

¿Tampoco con Dios? Tòmese un segundo y vea donde estamos: En el Planeta Tierra. Es la sala de espera de Dios. ¿Ve a la pareja que tienen la mirada perdida? Esperan que ella quede embarazada desde hace tres años. ¿El señor del portafolios negro? Acaba de entregar otro currículum y es el décimo de la semana. ¿La anciana con el bastón desgastado? Una viuda. Esperando que algún nieto le ayude a terminar sus días. ¿Los que están en las calles en un embotellamiento? Están esperando que alguien les de el paso a la calzada...  Todos están esperando la respuesta de Dios. Vivimos en esta tierra entre oración ofrecida y oración respondida. La tierra de la espera...

Si alguien supo lo que es la espera en Dios ese fue José. Se lo resumiré: Le interpretó un sueño al copero del rey. Y éste le besó la mano, le agradeció la interpretación que era favorable, le dio un buen abrazo y una palmada en la espalda. "No me olvidaré de ti, José. Pronto sabrás de mi". Y José lo creyó. Esperaba un milagro que lo sacara de la càrcel y el copero le está ofreciendo ayuda. José se fue a su celda, preparó sus cosas, arregló sus asuntos, limpio su cama y se sentó en la orilla de la misma a esperar que lo llamaran para salir en libertad. Pasó un día. Luego dos. Una semana. Un mes. Seis meses... Lea Génesis 40:23. Duele leerlo. Pasaron dos años y el copero no apareció...

Pero sabemos que no todo terminó allí. Veinticuatro meses de silencio hicieron que José aprendiera algo: A esperar en Dios y no en el copero... Cuando él se olvidó del copero Dios se acordó de José. Así hará con usted y es lo que hace conmigo cada día de esta vida que me ha regalado...

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