NO LLORES

El gentío rodea el cortejo que va camino a enterrar a un muchacho que acaba de dejar esta vida. La madre, una viuda, llora desconsolada por la pérdida de su único hijo y su último sostén en esta vida. Ella sabe que de hoy en adelante su vida serà totalmente a la deriva. ¿Quién podrá acompañarla durante las noches de invierno? ¿Quién estará a su lado para proveerle una manta cuando el frío de la soledad le visite? Además de todo eso, al quedar sola, la sociedad se olvidará de ella y tendrá que vivir de la caridad pública. Algo que toca el fondo del corazón y del alma...

Sus lágrimas son de dolor. Dolor y Soledad. Ambas son amigas. Vienen juntas en la vida. El dolor cuando visita una vida la aísla, nos deja solos, nos hace sentir que nadie puede consolarnos, por ende, nos sentimos abandonados. Pregùntele al enfermo que yace en la cama de un hospital. Rodeado por médicos y enfermeras siempre hay un ingrediente: Soledad. No importa cuanta gente haya alrededor de la sala. La cama está fría. Las cobijas no alcanza para calentar el corazón. No hay una mano amiga que consuele, una voz que aliente, un roce de mejillas que brinde amor. Sì, hay manos cerca, pero para ensartar jeringas y sacar sangre. Hay personas cerca pero son tan lejanas porque no conocen a la persona que para ellos es un número. Un número de cama. Un número de expediente. Sin nombre. Sin apellido. Sin familia.

Y si le ponen nombre, ya todos lo saben: El Paciente número tal... Ese es su nombre y apellido...

Por eso las lágrimas de dolor son las más dolorosas. Porque van acompañadas por la amargura de la soledad. Cuando esta viuda regrese a su casa no habrá sonrisas que le alegren la vida. No habrá mañana un "nos vemos, mamá" al despedir en la puerta al hijo que hoy llevan a enterrar. Sus lágrimas son doblemente dolorosas. Viuda y ahora desamparada...

Como desamparados nos sentimos nosotros aun rodeados de gente bien intencionada. Desamparados cuando en nuestra mesa solo queda un pan para cuatro bocas. Cuando en la cartera solo queda un billete para quince días. Cuando en las venas circula sangre que está débil por la enfermedad. Cuando el sueño nos abandona durante las noches de tanto pensar en el problema que nos parece insoluble...

Pero hay un misterio en las lágrimas: Llegan al Trono de Dios. Dice la Biblia que Èl manda sus ángeles para que guarden nuestras lágrimas en sus redomas y las presenten al Señor para que Èl nos envíe el socorro que necesitamos. Porque Èl no puede ver que sus hijos lloren de desamparo. O de soledad o de dolor. Por eso lloró ante la tumba de Lázaro. Lloró de tristeza. También lloró en el Huerto cuando sus amigos durmieron en su hora más aciaga... Por eso Èl no nos deja llorar en esos momentos. Podremos llorar de cólera. De miedo. De ansiedad. De celos. De impotencia... pero no de Dolor y soledad...

Eso fue lo que vio aquel día camino a Naìn...

"Y cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, he aquí, sacaban fuera a un muerto, hijo único de su madre, y ella era viuda; y un grupo numeroso de la ciudad estaba con ella. Al verla, el Señor tuvo compasión de ella, y le dijo:No llores..." (Luc. 7:12)

No llores. Yo estoy aquí. No llores, tu hijo regresará a casa y todo volverá  a ser normal. No llores, tu matrimonio volverá a estar sano. No llores, el pan de tu mesa alcanzará para todo lo que falta del mes. No llores, tu salud se restaurará. No llores, el amor todavía está vivo... No llores...

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