LOS OLIVOS...

...El ensueño y el encanto de los cielos se vierte como una copa de perfumes sobre la tierra... la tarde tiene el alma de palio, el azul atenuado del espacio presiente la caricia tierna de las estrellas, nieves virginales, las nubes en el éter profundo magníficamente ebrios de luz, mueren los paisajes sin esfuerzo, la ternura equívoca de la hora lo envuelve todo en una complejidad extraña de caricias, la calma armoniosa de los campos saturada de efluvios de voluptuosidad... Las nubes en los cielos ornamentan el crepúsculo, con su gracia inmortal como grandes antorchas nupciales, esperando el paso de una prometida hacia el altar... las ondas del lago florecen de espumas como besos de labios turbados, cantan las ondas su canción azul, el llano verde enrojece en la púrpura del sol con una gracia ambigua de cisnes meditabundos... en el encanto precioso de la hora se ve la silueta de Jesus, marchando sobre el llano pensativo... en la plaza de los campos se diría una anémona de cristal, que se moviera llena de una luz fluida, las palideces de su rostro y de su túnica son una blancura más en la blancura verdàcea de la hora vespertina...

¿A donde se dirige? Va al Monte de los Olivos. A enfrentar la hora más difícil de su tiempo... Va al encuentro de su destino. A cumplir la meta del Amor... Porque amor que no muere por el ser amado no es amor verdadero. El amor verdadero muere por el que ama. Todo palidece en presencia de ese amor... Y Jesus va a demostrar el Amor que lo ha guiado durante su vida y está a punto de encontrarse con el antagonista del Amor: la muerte. El enemigo del amor es el final de todo. La muerte termina con el cuerpo aunque la memoria sigue su curso. El amor no muere. Muere el objeto del amor...

Como la mariposa caída en los jardines del olvido. Como el gorrión que ha perdido sus alas y yace en el jardín esperando ser devorado por otro más grande que él... como la golondrina que se niega a cantar cuando su nido a sido profanado... Así es nuestra vida. Así es el lenguaje del dolor. El dolor de perder a un ser querido. El dolor de tener un espacio vacío al otro lado de la cama. Cuando la almohada ha perdido el perfume de la cabellera del que se fue. Cuando la noche triste de la vida llega a cubrir el alma sedienta y anhelante de caricias, de ternura y de besos...

A todos nos espera de cuando en cuando un monte de los Olivos. Aunque rehuyamos ese momento deberemos pasar por allí... cuando el hospital nos llama y nos encierran en una habitación con sondas, aparatos y médicos y enfermeras... Cuando nos llaman de madrugada por el niño que no puede dormir y hay que llevarlo de emergencia al hospital... Cuando el abogado llama para decir que el otro se fue y quiere el divorcio, cuando nos llaman del banco para decir que el embargo ya se llevó a cabo y que es solo cuestión de tiempo para quitar la casa... El Monte donde se muelen las aceitunas... Donde se muele el alma, donde se machaca el corazón, donde se derraman gotas de sudor como de sangre, donde se seca la boca y duele el estómago, donde tiembla el pulso y se siente desfallecer...

El Monte donde no hay amigos. Donde no hay ningún hombro donde recostar la cabeza cansada y agotada por la angustia del presente y de lo que no se sabe que traerá el futuro. El Monteo donde no hay nada ni nadie más que la soledad, las estrellas y la noche oscura. El Monte donde ya no canta la tórtola ni el águila levanta su vuelo...

Pero hay aún una esperanza como pàbilo humeante: Si Jesus salió de allí victorioso... nosotros también saldremos de allí con la frente perlada de sudor pero con un mar de paz en el corazón... Solo confiemos y esperemos... Todo saldrá bien al final de cuentas...

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